
Incluso en la novena década de sus vidas, los sobrevivientes de Hiroshima y Nagasaki, conocidos como los hibakusha, luchan por mantener viva la memoria de la tragedia y abogan por un mundo sin armas nucleares. Durante décadas, estos testimonios han sido transmitidos en seminarios, entrevistas y redes sociales, con el objetivo de narrar el sufrimiento provocado por las bombas atómicas.
“El testimonio de los hibakusha permite describir lo indescriptible, pensar lo impensable y comprender, aunque sea en parte, el dolor y la devastación causados por las armas nucleares”, subrayó el Comité Noruego del Nobel al otorgar el premio a la confederación de sobrevivientes de las bombas atómicas.
Ceremonias en Hiroshima y Nagasaki: ochenta años después
En 2025, las ceremonias anuales en Hiroshima el seis de agosto y en Nagasaki el nueve de agosto adquieren un significado renovado al cumplirse ochenta años de los únicos bombardeos atómicos realizados de la historia. El acto en Hiroshima busca rendir homenaje a las víctimas de la bomba atómica y orar por la paz mundial. En Nagasaki, bajo una imponente estatua de bronce de casi 10 metros, se pronuncian palabras similares. Ambas ciudades recuerdan a las víctimas fallecidas directa o indirectamente a consecuencia de las explosiones.
Un clima internacional tenso
La conmemoración ocurre en un clima mundial que, según Foreign Policy, ha dejado a los defensores de la paz en Japón más aislados que nunca. La amenaza de proliferación nuclear se encuentra en su nivel más alto desde la entrada en vigor, en 1970, del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), respaldado por 191 países. Aunque el acuerdo logró limitar la expansión de arsenales —solo cuatro países (Israel, India, Pakistán y Corea del Norte) han obtenido armas nucleares desde entonces—, la tendencia muestra un creciente desarrollo y modernización nuclear, abriendo la posibilidad de que nuevos Estados adquieran la bomba.
El desafío nuclear en Asia Oriental
El panorama en Asia Oriental se ha transformado drásticamente. Corea del Norte, antes considerada un “Estado ermitaño”, ahora es potencia nuclear y se niega a renunciar a ese estatus, especialmente tras observar la caída de líderes como Muamar el Gadafi, presionado para abandonar su programa nuclear. Los intentos occidentales de lograr el desarme de Pyongyang a cambio del levantamiento de sanciones han fracasado, y Corea del Norte refuerza lazos con la Rusia de Vladimir Putin.
A este contexto se suma la rivalidad entre India y Pakistán, no solo por los recientes enfrentamientos directos, sino también por el apoyo militar de China a Pakistán y las disputas entre China y Nueva Delhi. Según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), China ya dispone de al menos 600 ojivas nucleares e incrementa su arsenal en torno a 100 nuevas ojivas anualmente desde 2023.
Foreign Policy señala que este crecimiento de capacidades nucleares inquieta a toda la región. La incertidumbre acerca del compromiso de Estados Unidos con sus aliados agrega más dudas. Las declaraciones variables de Donald Trump sobre la protección estadounidense y su tendencia a condicionar el apoyo militar a factores económicos han alarmado a Tokio. Durante su primer mandato, Trump exigió a Japón cuadruplicar su contribución al mantenimiento de las fuerzas estadounidenses en territorio japónes, exigiendo un monto de hasta USD 8.000 millones, y en 2023 sugirió que Corea del Sur debería aportar hasta USD 10.000 millones. Esto ha llevado a Japón a revisar su dependencia del “paraguas nuclear” estadounidense, justo cuando la amenaza nuclear aumenta, recoge Foreign Policy.
Europa: coordinación y alianzas frente a la inseguridad nuclear
En Europa, la respuesta a la nueva era nuclear se ha traducido en un histórico acuerdo entre Francia y Reino Unido para coordinar sus arsenales y extender su protección a otros países del continente. En contraste, Japón y Corea del Sur dependen de la mediación estadounidense y mantienen una relación bilateral tensa, sin alternativas viables fuera de ese marco.

El debate nuclear en Japón
En Japón, pensar en desarrollar un arma nuclear propia ha dejado de ser un tabú marginal. Tradicionalmente, esta postura se asoció a sectores ultranacionalistas que justificaban el expansionismo japonés durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, figuras como el ex primer ministro Shinzo Abe han abierto el debate sobre la posibilidad de albergar armas nucleares en territorio japonés. En 2024, ocho altos mandos militares retirados publicaron un informe pidiendo revisar la política nuclear japonesa.
Aunque la mayoría de la opinión pública sigue siendo contraria, surgen fisuras: una encuesta de la Universidad de Tokio indica que el 61,4 % de los japoneses se opone o se inclina en contra de que Japón posea armas nucleares, mientras que el 19,8 % se muestra favorable.
Adoptar un programa nuclear implicaría romper con los tres principios no nucleares que han guiado la política japonesa desde la posguerra: no poseer, no producir y no permitir el ingreso de armas nucleares en el país. Renunciar a estos principios supondría un cambio relevante para la sociedad japonesa, aunque el gobierno reconoce la urgencia de adaptarse a la nueva realidad geopolítica. Desde el plano técnico, Japón podría fabricar una bomba atómica, aunque desarrollar sistemas de lanzamiento y establecer una estructura de mando y control efectiva supone desafíos adicionales.
El futuro del desarme y la memoria de Hiroshima y Nagasaki
A pesar de la presión internacional y del reacomodamiento de la opinión pública, los defensores del desarme en Japón mantienen su postura. Recuerdan que los esfuerzos de no proliferación han resultado exitosos en el pasado: más de una docena de países —incluyendo a Sudáfrica, Bielorrusia, Brasil, Argentina y Suecia— han renunciado a sus programas nucleares, a veces por convicción moral y no solo por presión externa. Además, el tabú sobre el uso de armas nucleares se ha preservado desde Nagasaki, incluso frente a numerosos conflictos regionales.
Sin embargo, la narrativa sobre Hiroshima y Nagasaki no está libre de controversias. Algunos críticos, en Japón y en el extranjero, sostienen que enfatizar el sufrimiento provocado por las bombas puede contribuir a una visión de Japón como víctima, relegando su rol de agresor. El investigador Ritsu Yonekura acuñó el término “periodismo de agosto” para describir la proliferación anual de reportajes sobre los bombardeos y la rendición japonesa, lo que, según él, desplaza el foco de la invasión, las atrocidades y el colonialismo japonés. Se enfatiza así la autoimagen de víctima del militarismo japonés.
Para los grupos antinucleares, el desafío mira hacia adelante: la posibilidad de alcanzar un mundo verdaderamente libre de armas nucleares. “Nuestra filosofía nos plantea una lucha entre el optimismo y el pesimismo. Debemos seguir encontrando esperanza en esta situación tan difícil”, afirmó Hirotsugu Terasaki, responsable de paz y asuntos globales de la organización budista japonesa Soka Gakkai.
La advertencia más reciente de Foreign Policy subraya que, a 80 años de Hiroshima y Nagasaki, el futuro de la seguridad nuclear está más incierto que nunca.
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