
El alarmante aumento de la intensidad y los patrones de los huracanes, provocado por el calentamiento de las aguas oceánicas, está cambiando rápidamente lo que se sabe sobre estos fenómenos meteorológicos extremos. En un reciente análisis, la BBC informó que estas poderosas tormentas están siguiendo trayectorias distintas, ralentizándose e incluso, tornándose más impredecibles y peligrosas.
El cambio en el comportamiento de los huracanes, tifones y ciclones tropicales responde al incremento de las temperaturas oceánicas, que actualmente están alcanzando niveles récord. Estos “motores” de la naturaleza convierten el calor del océano en energía cinética, causando devastación en islas y ciudades costeras al inundarlas y destruir infraestructuras.
Según el científico climático James Kossin del NOAA, “los huracanes responden al ambiente en el que se encuentran”. Con un aumento en las temperaturas del océano, las tormentas ahora muestran características de temporadas más avanzadas mucho antes de lo habitual.

Una notable consecuencia de este fenómeno es un prolongado período de huracanes. Según Kristen Corbosiero, de la Universidad de Albany, Nueva York, “en un clima en calentamiento, esperaríamos que las aguas tengan la calidez necesaria para los huracanes más temprano en el año”. Así, es probable que las temporadas de huracanes comiencen antes y duren más tiempo en el futuro.
El aumento de la temperatura en los océanos también está relacionado con la intensificación acelerada de los huracanes, permitiéndoles alcanzar su máximo potencial de manera mucho más rápida. Kossin observó que esta aceleración se debe a la mayor cantidad de energía disponible, comparando el proceso con “cambiar los jets en un carburador para permitir más combustible”.
Esta tendencia se ve reflejada en la formación de huracanes bajo condiciones que tradicionalmente los habrían impedido. Por ejemplo, el huracán Lee, que se intensificó rápidamente hasta convertirse en un huracán de categoría cinco durante un episodio de El Niño, normalmente conocido por aumentar la cizalladura del viento y así suprimir los huracanes en el Atlántico.

Hugh Willoughby, de la Universidad Internacional de Florida, destacó que “la cizalladura es letal para los huracanes”, pero la calidez extraordinaria del océano en septiembre de 2023 parece haber superado su influencia.
Además de ser más intensos, los huracanes también están ralentizándose en su recorrido, lo cual tiene severas implicaciones. Un estudio de 2018 de Kossin mostró que los huracanes cerca de Estados Unidos han disminuido su velocidad en un 17% desde comienzos del siglo XX.
La causa probable de esto es el calentamiento desigual de la Tierra, particularmente rápido en el Ártico, lo que reduce la diferencia de temperatura entre el Ártico y los trópicos. Esto disminuye los vientos y, por ende, la velocidad de desplazamiento de los huracanes, aumentando el riesgo de lluvias torrenciales y mayores daños.

Un huracán que se mueve lentamente puede traer precipitaciones devastadoras, como lo ilustró el huracán Debby en agosto de 2024, que se movió lentamente sobre la costa del Golfo de Florida, provocando lluvias catastróficas. La mayor humedad en el aire debido a las temperaturas más altas también contribuye a que los huracanes sean más lluviosos.
El cambio climático está afectando no solo la frecuencia y la intensidad de los huracanes, sino también su trayectoria. Un estudio de 2014 de Kossin y colegas mostró que en el hemisferio norte, los huracanes se han desplazado hacia el norte a un ritmo de 53 km por década, mientras que en el hemisferio sur, se mueven hacia el sur a 62 km por década. Esto puede exponer a nuevas regiones a estos fenómenos, aumentando el riesgo para áreas antes no acostumbradas a tales eventos.

La erosionada barrera de cizalladura del viento que antes protegía a las costas estadounidenses también es un factor preocupante. En una colaboración entre Kossin y Suzana Camargo, de la Universidad de Columbia, se concluyó que el cambio climático no está fortaleciendo esta barrera, sino debilitándola, reduciendo aún más las defensas naturales contra huracanes intensos.
Por otro lado, la reducción de la contaminación industrial desde la década de 1970, si bien positiva para el clima y la salud, ha eliminado el efecto de enfriamiento sobre el Atlántico. Menos sulfatos en el aire significan una mayor entrada de radiación solar y, por tanto, aguas más cálidas, lo que también contribuye al incremento de la intensidad de los huracanes.
Según el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), es probable que una mayor proporción de ciclones tropicales alcancen categorías superiores. Los estudios muestran que las olas de tormenta de huracanes en el Caribe, México y Estados Unidos han crecido en área y altura, exacerbadas por la elevación del nivel del mar.
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