Roderick James Martson, el fotógrafo australiano que se unió a Emiliano Zapata

En las filas del zapatismo lo llamaban “El Gringo”, pero Martson había nacido en Australia

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Roderick James Martson, el aventurero revolucionario que salvó la vida por un tatuaje. (Foto: Especial)
Roderick James Martson, el aventurero revolucionario que salvó la vida por un tatuaje. (Foto: Especial)

Al parecer todo el mundo lo llamó “El Gringo Revolucionario”. Pero en realidad Roderick James Martson era un australiano que había viajado a América en busca de fortuna, contagiado por la fiebre del oro de finales del siglo XIX.

Sin embargo, es injusto condensar así la vida de un aventurero del siglo XIX que, además de gambusino, fue empresario, inventor, reportero y, sobre todo, un talentoso fotógrafo que captó con su cámara memorables imágenes de la Revolución mexicana.

De esas fotografías, los mexicanos tuvieron noticia hasta los años noventa, cuando una joven de nombre Erin Reid halló, en el sótano de una casa en Vancouver, cajas de cartón repletas de fotografías de su bisabuelo.

En aquel tesoro escondido había aproximadamente 500 imágenes de la Revolución mexicana que Martson había tomado durante sus años en este país, donde su vida dio un vuelco al convertirlo en un revolucionario zapatista, y no por voluntad propia.

El niño rico aventurero

De la vida de Roderick James Martson se sabe muy poco en México y todo a través de entrevistas con su bisnieta y algunas biografías de Emiliano Zapata, el general revolucionario que lo reclutó a la fuerza en “La Bola”, como llamaban a la Revolución entonces.

En las filas del zapatismo lo llamaban “El Gringo”, pero Martson había nacido en Australia, en el seno de una familia de recursos suficientes para cumplir los sueños aventureros de su hijo, quien desde muy joven viajó por el mundo hasta hallar su lugar, al menos temporalmente, en Canadá.

De allí, se trasladó a Estados Unidos para convertirse en un aguzado buscador de minas de oro en el Oeste, a finales del siglo XIX. Su buena intuición y sus conocimientos científicos en explosivos impulsaron su éxito como empresario minero y lo llevaron a instalarse en San Antonio, Texas donde compró minas y en ellas experimentó con explosivos para satisfacer su curiosidad científica.

Martson en sus minas, donde pudo experimentar con explosivos.
Martson en sus minas, donde pudo experimentar con explosivos.

Sus buenos cálculos para el uso de la dinamita le hicieron ganar dinero y fama entre los gambusinos. Pero el oro se agotó en Estados Unidos y Martson quiso buscar nuevas nuevas minas en México.

A este país llegó en 1904 para instalarse en Tehuacán, municipio del estado Puebla. Con buenos oficios había conseguido del general-dictador Porfirio Díaz un permiso para realizar “trabajos científicos” en la zona, lo que en realidad significaba buscar minas y explotarlas.

Su fortuna en México comenzó al adquirir acciones de una mina plata que le redituó las ganancias suficientes para adquirir una gran hacienda de la época y dedicarse holgadamente a sus experimentos y la fotografía, su verdadera pasión.

La vida, sin embargo, no quiso que Martson sentara cabeza tan pronto y, al estallar la Revolución en México, en 1910, una nueva aventura lo esperaba. Aunque esta muy a su pesar.

El tatuaje que le salvó la vida

En los estados de la zona centro del país, circunvecinos de la Ciudad de México, la figura de Emiliano Zapata fue el faro de los revolucionarios. Sus ejércitos muy pronto dominaron estados como Morelos y Puebla.

Los zapatistas avanzaban bajo el lema de “Tierra y Libertad”, de modo que a su paso caían haciendas y repartían sus campos.

Así llegaron a la propiedad de Martson en Puebla, donde los zapatistas enfrentaron la resistencia del “gringo” y sus trabajadores. Pero estos nada pudieron contra la furia revolucionaria de aquellas “bola” que dejó casi en ruinas la hacienda de Tehuacán y tomó preso al extranjero.

Martson estaba condenado a morir ante un pelotón de fusilamiento porque los zapatistas lo consideraban un “gringo”, es decir, un estadounidense. Como pudo, los convenció de que él no había nacido en Estados Unidos, sino en Inglaterra.

Una de las fotos de Martson de su estancia "revolucionaria" en México.
Una de las fotos de Martson de su estancia "revolucionaria" en México.

Para comprobarlo, les mostró una bandera inglesa que se había tatuado en un brazo en alguna etapa de sus correrías con la marina mercante del Reino Unido, contó Erin Reid, bisnieta de Martson.

Salvó la muerte, pero los zapatistas lo reclutaron contra su voluntad para su causa y aprovecharon bien sus conocimientos en explosivos. Zapata, quien le había perdonado la vida, lo designó al frente de un batallón en Puebla y lo hizo responsable de dinamitar los caminos y las vías ferroviarias que utilizaban fuerzas federales para perseguir a los zapatistas.

Su bisnieta narró en una entrevista que Martson llegó a ganarse a tal punto la lealtad de su tropa que lo llamaron “Capitán Martson”, admiraban su destreza con los explosivos y posaban para él en sus fotografías.

Si no hubiera sido por la lealtad de aquellos hombres, Martson seguramente hubiera perdido la vida. Y otra vez frente a un pelotón de fusilamiento zapatistas, pues ocurrió que el “gringo” se negó a acatar una orden del general Zapata.

El general Emiliano Zapata (Foto: Gobierno de México).
El general Emiliano Zapata (Foto: Gobierno de México).

No hay una versión comprobada de este episodio, pero su bisnieta contó que Martson se negó a dinamitar un hospital donde había federales gravemente heridos, al reclamar que una acción de esta naturaleza era un acto criminal.

“¡Al paredón!”, ordenó Zapata. Y una lluvia de balas hubiera caído sobre “el gringo” de no ser porque intercedieron a su favor hombres cercanos al “Caudillo del Sur”.

Con la suerte a su favor

Martson salvó la vida, pero no pudo evitar que en el transcurso de alguna batalla los federales lo tomaran prisionero y lo encerraran en la tenebrosa cárcel de Belén, en la Ciudad de México.

Al parecer pudo salir de allí gracias de nuevo a su tatuaje, que lo distinguía como “ciudadano inglés”, en un momento en que el débil gobierno de Francisco I. Madero buscaba el apoyo de naciones extranjeras.

Madero había derrocado a Porfirio Díaz, aunque muy pronto tuvo que lidiar con opositores y traidores, que finalmente lo asesinaron al lado de su vicepresidente Madero.

Antes pudo “perdonar” a Martson y concederle la libertad a cambio de que abandonara el país lo antes posible y nunca volviera.

Antes de partir hacia Estados Unidos, “el gringo” australiano visitó los campamentos de sus amigos zapatistas, se despidió de ellos y se los llevó en imágenes: aquellas 500 fotografías que aparecieron 60 años después de la muerte de Martson en Canadá, en 1933.

Al final, habría comulgado con la causa de los zapatista, quienes lo recordaron siempre como su amigo “El Gringo”.

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