
El vínculo entre el cambio climático y las enfermedades que se transmiten de animales a humanos representa un desafío para la investigación científica. Las variaciones de temperatura, precipitación y humedad que conlleva este fenómeno influyen en la expansión de patógenos, lo que modifica escenarios de riesgo en distintas regiones del mundo.
En la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) se publicó un estudio liderado por científicos del Natural History Museum de Londres que describe cómo el clima condiciona la aparición y propagación de al menos 53 enfermedades zoonóticas, entre las que se encuentran el hantavirus, la rabia, la peste, el ántrax, el virus del Nilo Occidental y el Ébola. El trabajo incorpora información de 65 países y distintos tipos de agentes infecciosos.
¿Cómo varía la respuesta de las enfermedades al cambio climático?
El documento revela que el cambio climático no funciona como un interruptor único que “activa” todas las enfermedades por igual. Aunque los científicos confirmaron que la sensibilidad climática es un fenómeno generalizado, cada patología muestra una respuesta biológica distinta: mientras el calor actúa casi siempre como un acelerador constante para aquellas infecciones transportadas por mosquitos y garrapatas, la lluvia y la humedad se comportan de forma mucho más impredecible. Estas variables a veces disparan los contagios y en otros momentos los frenan, según si el portador es un insecto, un roedor o el ganado.

El análisis confirma que el calor funciona como un potente combustible para los contagios: los escenarios donde el calentamiento amplificó la amenaza fueron casi el doble de frecuentes que aquellos donde la redujo, una tendencia impulsada sobre todo por vectores como los mosquitos. La evidencia es contundente: en el 69% de los casos donde se examinó el vínculo entre los registros térmicos y estos patógenos, los científicos hallaron una conexión estadística significativa.
Ejemplos concretos del repaso científico incluyen el caso de la leptospirosis en Brasil, transmitida por el contacto con agua contaminada por orina de roedores o ganado infectado, donde una anomalía de 20 milímetros en la lluvia semanal aumentó el riesgo de contagio en 12%. Por otro lado, destaca el Virus del Nilo Occidental (EE.UU. y Rusia), donde el incremento térmico anual y estacional resultó en mayor riesgo, fundamentalmente por una aceleración en la supervivencia de los mosquitos, que son los vectores.
En patologías con ciclos de transmisión más complejos, la respuesta climática es mucho más variable. Un ejemplo claro es la peste: si bien el calentamiento inicial puede disparar las poblaciones de roedores y el desarrollo de las pulgas que transportan a la bacteria, el equipo detalla que un calor excesivo bloquea el proceso, ya que reduce la eficiencia para transmitir el patógeno y frena así su expansión.
Para dimensionar el problema a escala global, el equipo realizó una exhaustiva labor: comenzaron revisando más de 14.000 títulos académicos hasta filtrar y seleccionar los 218 estudios empíricos más sólidos. Este rastreo permitió recopilar 852 mediciones estadísticas individuales provenientes de 65 países.

El filtro fue riguroso: solo se aceptaron trabajos que demostraran con números concretos cómo la temperatura, la lluvia o la humedad alteran indicadores reales de peligro, como la cantidad de contagios, la abundancia de animales infectados o la presencia de anticuerpos en la sangre.
Casi la mitad de las investigaciones (49%) se centraron en la temperatura, mientras que las precipitaciones ocuparon el 38% y la humedad solo el 13%. Para ordenar este vasto rompecabezas, los científicos clasificaron cada hallazgo según quién transmite la infección (si hay un vector como mosquitos o garrapatas), el tipo de patógeno (virus, bacteria o parásito) y el animal hospedador (roedores, aves o ganado).
Sin embargo, el estudio expone un punto ciego en la ciencia actual: la mayoría de los trabajos usaron “reglas” estadísticas simples (modelos lineales) para medir fenómenos biológicos complejos. Apenas el 13% de los estudios exploró relaciones no lineales, algo fundamental para detectar esos puntos de inflexión donde, por ejemplo, el calor deja de favorecer al virus y comienza a matarlo.
“El cambio climático es un proceso global que afectará a casi todos los seres vivos del planeta. Es realmente sorprendente que no exista una forma consistente de examinar cómo este proceso afecta a los diferentes animales y las enfermedades que transmiten”, sentenció David W. Redding, coautor del trabajo, al subrayar la urgencia de estandarizar la investigación global para no perder de vista estas amenazas.
¿De qué forma podrían mejorar la prevención y el monitoreo frente al avance del calentamiento global?

Las proyecciones incluidas en el estudio estiman que el 97% de los lugares analizados donde se reportan enfermedades zoonóticas sensibles a la temperatura superarán aumentos de 1,5 °C en promedio anual entre 2041 y 2070. En varios casos, estos incrementos coincidirán con zonas donde la variabilidad climática podría alterar la distribución de reservorios y vectores, lo que podría facilitar la aparición de nuevas dinámicas de transmisión.
El análisis deja en claro que anticipar el impacto real del cambio climático sobre estas enfermedades es un rompecabezas de enorme complejidad. Como los comportamientos varían drásticamente, incluso dentro de una misma patología, los investigadores advierten que ya no basta con mirar las estadísticas generales.
La solución propuesta exige un cambio de estrategia: desarrollar modelos que entiendan la biología específica de cada animal y crear una red de vigilancia mundial unificada, capaz de anticiparse a las amenazas en lugar de simplemente reaccionar ante ellas.
El llamado de los autores a establecer marcos de investigación comunes y programas de monitoreo permanente apunta a diseñar sistemas de alerta y control que permitan actuar de manera anticipada frente a los riesgos que plantea el avance del calentamiento global en la salud pública.
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