El 25 de julio de 1865, las manos de la enfermera Sophia Bishop temblaron frente al cadáver del gran médico y cirujano militar de la Corona, muerto por disentería a sus 69 años.
Temblaron, porque debía hacerle la autopsia de rigor, pero no era un muerto común: había sido un héroe de la medicina y del bisturí en tiempos en que una operación se parecía más a una carnicería que a un arte.
Pero mucho más temblaron cuando, al quitarle las severas ropas militares, apareció –inequívoco– el cuerpo de una mujer.
¿Un caso de travestismo?
Sí, pero no por lo que entre los siglos XVIII y XIX se consideraba un repugnante vicio, un deliberado desvío de la condición sexual como la que condenó a la cárcel a Oscar Wilde: por su firme vocación y su tenacidad para estudiar y ejercer la medicina, "desatino" absolutamente prohibido para una mujer en Inglaterra, Irlanda y Escocia.
Así las cosas, ella (Margaret Ann Bulkley, nacida en Cork, Irlanda, en 1789) se atrevió a ser él (James Barry), nombre de su tío, un notorio pintor, que no sólo le prestó su nombre: urdió todo el operativo de travestismo para que su sobrina pudiera sentarse en un escaño de la Universidad de Edimburgo.
Y con un cómplice: el general revolucionario venezolano Francisco de Miranda, que le prometió llevarla a América cuando lograra su diploma.
Por gratitud, ella (él) se autobautizó James Miranda Stuart Barry.
Pero, encarcelado Miranda por los españoles en 1816 y frustrado ese plan, James se recibió en el solemne y machista templo de Edimburgo, y luego formó parte del cuerpo de cirujanos del ejército.
Margaret, entonces, quedó atrapada en el cuerpo de James Barry, personaje que ella misma había creado.
Hizo una carrera extraordinaria. Más que una novela.
Actuó como tal en India, Jamaica, Malta, Corfú, Isla Mauricio, Trinidad y Tobago, Canadá, Crimea y su terrible guerra, la mítica batalla de Waterloo (caída de Napoleón), y en Sudáfrica jugó su partida más audaz: la primera cesárea en el Imperio Británico con éxito. Sobrevivieron madre e hijo, bautizado como "James Barry" en honor al cirujano que hizo el milagro…
Florence Nightingale, la heroína de las enfermeras y los primeros métodos modernos de higiene en los quirófanos y en las salas de los hospitales, coincidió con Barry entre los muertos y heridos de Crimea, y dijo:
–Luego de su muerte me enteré de que era una mujer. Debo decir que se trataba de la criatura más capaz y abnegada que yo haya visto en el ejército.
Fue clave en la lucha contra la lepra y el cólera, y tan dura (o más) que un hombre ante conflictos de honor. No vaciló en batirse a pistola en Sudáfrica contra un colega que dudó de su hombría.
Al parecer, la enfermera y los médicos que prepararon su cuerpo para el funeral fueron más allá de descubrir que era una mujer: tenía huellas de un antiguo embarazo.
A pesar del previsible escándalo que desató el caso, Margaret fue sepultada como James Barry, con el rango de médico cirujano militar tallado su lápida, en el cementerio londinense de Kensal Green.
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