Las protestas sociales y el activismo, según Noam Chomsky

En “No te debemos nada: Entrevistas escogidas de Punk Planet Magazine” se recuperan algunas de los diálogos más lúcidos publicados en la extinta revista estadounidense. Infobae Cultura transcribe completa una charla con el gran lingüista, filósofo, politólogo y activista estadounidense

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Noam Chomsky
Noam Chomsky

Punk Planet Magazine fue revista fundada en Chicago en 1994 por Daniel Sinker, que tras ochenta ediciones dejó de existir en 2007. Su propuesta fue abrir el juego del punk como concepto y expresión, dejando de lado el elitismo de otras publicaciones de la época como Maximum Rocknroll.

En No te debemos nada: Entrevistas escogidas de Punk Planet Magazine (Walden Editora) se recuperan algunas de las entrevistas más lúcidas y definitorias del proyecto, que tocan temas tan variados como la autogestión, el ecologismo, el feminismo, el antibelicismo, la identidad latina, la homosexualidad y diversas corrientes musicales que se distancian del rock como fenómeno cultural.

Por las áginas del libro desfilan testimonios de bandas como Sonic Youth, Fugazi, Bikini Kill, Hüsker Dü y Dead Kennedys, así como también de cineastas, diseñadores gráficos, directores de discográficas independientes, activistas políticos y miembros de colectivos sociales. Aquí se transcribe por completa una entrevista realizada al lingüista, filósofo, politólogo y activista estadounidense Noam Chomsky.

No te debemos nada: Entrevistas escogidas de Punk Planet Magazine (Walden Editora)
No te debemos nada: Entrevistas escogidas de Punk Planet Magazine (Walden Editora)

Entrevista publicada originalmente en Punk Planet #38, julio/agosto de 2000.

Noam Chomsky es uno de los progresistas más francos de la actualidad. Probablemente también sea el único profesor del MIT que ha participado en discos con figuras como Jello Biafra, Bad Religion y Chumbawamba. No luce como ellos, sino más bien como el profesor de lingüística que es en su trabajo. Pero detrás del cabello blanco ondulado y la sonrisa de abuelo se esconde una peligrosa amenaza para el statu quo.

"Es el octavo autor más citado de todos los tiempos, después de Platón", dice Partha Banerjee, integrante de la Sociedad de Periodistas Profesionales, "y, sin embargo, no puede acceder a programas como Meet the Press o Nightline". Y por una buena razón. Además de hablar y escribir sobre la intervención militar, las fallas gubernamentales, la lucha de clases, la historia política y, por supuesto, la lingüística, Chomsky es un duro crítico de los medios masivos de comunicación.

Chomsky ingresó en el foco de atención hacia fines de los sesenta e inicios de los setenta, cuando se manifestó firmemente en contra de la guerra de Vietnam. Su libro de ensayos, American Power and the New Mandarins, es ampliamente considerado uno de los mejores argumentos en contra de la guerra de Vietnam.

Luego de Vietnam, Chomsky continuó haciéndose un nombre escribiendo docenas de libros y pronunciándose en contra de las políticas exteriores estadounidenses, incluida la intervención en América Central durante los ochenta. Pero fue durante el bombardeo de Irak en la guerra del Golfo que su nombre se volvió conocido dentro los círculos punk, gracias a un split de siete pulgadas llamado "New World Order", que incluía a Chomsky y a Bad Religion, quienes estaban en el ápice de su popularidad underground. Mientras la banda se descontrolaba en el lado A, el lado B contenía una conferencia de Chomsky sobre la guerra. Era una combinación peculiar, pero los elocuentes argumentos de Chomsky contra la intervención estadounidense se ensamblaban muy bien con las pasiones políticas que atravesaban el underground de aquel entonces.

El involucramiento de Chomsky con la escena punk ha se ha mantenido incólume durante los diez años que siguieron a ese lanzamiento, con una cantidad de conferencias editadas en CD por sellos como Alternative Tentacles, Epitaph y G7 Welcoming Committee. Chomsky también fue incluido en otro split, esta vez con la banda anarquista Chumbawamba. For Anarchy and a Free Humanity incluye a la banda tocando en un disco y una conferencia de Chomsky en el otro. El lanzamiento del disco doble coincidió con el éxito masivo que Chumbawamba alcanzó con el hit "Tubthumping", que introdujo –accidentalmente, sin dudas– las críticas de Chomsky al capitalismo a una nueva audiencia: chicos de fraternidades y madres que llevan a sus hijos a jugar al fútbol. Es un pedigrí punk bastante extraño para alguien que cumplió setenta y dos años en el 2000.

(Reuters)
(Reuters)

Por todo eso fue tan especial que Chomsky aceptara ser entrevistado por Punk Planet para el número especial "Voices of the New Left". Rodeado de entrevistas con prometedoras organizaciones activistas como Ruckus Society, Direct Action Network y Queer of the Left, Chomsky brindó una perspectiva y una sabiduría que ayudaron a enmarcar el incipiente nuevo movimiento antiglobalización dentro de la amplia historia de la izquierda estadounidense.

Si bien Punk Planet ha publicado a lo largo de los años muchas entrevistas con luminarias del punk rock, Chomsky es una leyenda viviente cuyo legado las sobrevivirá a todas.

Introducción por Daniel Sinker

Entrevista por Jeff Severns Guntzel

¿Qué lección cree que podemos aprender de las recientes protestas en Seattle contra la Organización Mundial de Comercio?

-Las manifestaciones de Seattle fueron la punta de un iceberg extremadamente importante. Es una movilización inusual debido a la diversidad de los grupos involucrados, tanto a nivel doméstico como internacional. Abarcaron desde movimientos campesinos del tercer mundo hasta el movimiento obrero estadounidense hasta activistas y grupos de acción directa. También grupos ambientalistas. Fue extremadamente amplio, y reflejó un gran descontento popular internacional respecto de la dirección en la que está yendo la integración económica global. Son cuestiones que la mayoría de las personas no comprenden, pero conocen sus efectos. La liberalización del capital financiero no es un tema sobre el que cualquier persona de la calle pueda dar una conferencia, pero sí sentir sus resultados: salarios más bajos y el deterioro general de las condiciones sociales y económicas.

Solamente la gente que realmente sigue lo que se escribe al respecto va a saber lo que está sucediendo con los llamados indicadores sociales en Estados Unidos; son mediciones de cosas como el hambre, el analfabetismo, el abuso infantil y los salarios. En todo país industrializado fuera de Estados Unidos hay un reporte gubernamental anual sobre los indicadores sociales. Estados Unidos no tiene uno de esos reportes desde el gobierno de Hoover, pero están monitoreados. La Universidad de Fordham tiene un instituto que los monitorea y saca publicaciones de manera; su información es sólida. Las tendencias generales son bastante claras: hasta mediados de los setenta, los indicadores sociales mejoraron en conjunto con el PBI. Pero a mediados de los setenta, comenzaron a separarse. El crecimiento económico sigue, pero los indicadores sociales empiezan a declinar. Ahora están en el mismo lugar en el que estaban en 1960.

Quizás la gente no lea las publicaciones del Instituto Fordham, pero lo saben por sus propias vidas individuales. Esto lleva al malestar y a la insatisfacción, de los que, si la gente se organiza –por lo tanto, se educa–, sabrá las razones. Y cuanto uno más entiende esas razones, más se focaliza en las protestas. Algunas de las personas involucradas tienen una idea bien clara de lo que sucede; otras tienen los mismos sentimientos pero no pueden articularlos del mismo modo.

-Pareciera que más y más personas están atando los cabos y convirtiendo una reacción emocional en un accionar mucho más autoconsciente y enfocado. Estoy pensando en todas las personas que ingresaron al activismo en los últimos años, a través del movimiento en contra de los talleres clandestinos, el movimiento en contra de las sanciones, el movimiento para cerrar la Escuela de las Américas y toda la cuestión en contra de la globalización que reunió a tanta gente en Seattle y en DC.

-Esa es una tendencia general. Si vas hacia los sesenta, el movimiento de los derechos civiles y la guerra de Vietnam, esos movimientos comenzaron muy focalizados. "La gente negra debería poder viajar en autobuses" y "No deberíamos mandar tropas a Vietnam". Esos son asuntos específicos muy estrechos –no por eso menos importantes–. Pero con el correr de los años, se convirtió en un esfuerzo por ganar una comprensión crítica del modo en el que funcionaba todo el sistema económico internacional y el sistema interno de Estados Unidos. Es natural pasar de un asunto específico –por ejemplo, las fábricas con mano de obra esclava– a preguntarse "¿Por qué hay fábricas con mano de obra esclava y qué contexto general impone esta clase de condiciones?".

¿Ve que eso suceda en los nuevos movimientos de protesta?

-Sí, siempre sucede. A lo largo de la historia, la gente comienza siempre con un mal en particular que no les gusta y luego empiezan a preguntarse por qué está ahí. Tomemos, por ejemplo, las fábricas con mano de obra esclava. Si hablás con el CEO de Nike o Reebok, tienen una razón plausible de por qué tienen esa clase de fábricas: tienen que vivir en un sistema capitalista competitivo que obliga a la gente a asumir un comportamiento explotador. Es parte del sistema mismo. No tienen muchas opciones. Pueden mejorar un poco algunas cosas, pero no pueden dejar de explotar a la gente para generar ganancias, o van a tener que dejar el negocio. Son las instituciones las que son antisociales; recompensan el comportamiento antisocial –o lo que yo llamaría comportamiento criminal–. Cuando tenés una estructura institucional que lleva a la gente a un comportamiento criminal, entonces comenzás a cuestionar la estructura institucional, no solo a Reebok.

Ya que hablamos de hacer conexiones, tuve una experiencia interesante hace poco. Di una charla en una clase sobre justicia penal, muy por fuera de la comunidad activista –muchos de los estudiantes estaban formándose para ser agentes de policía–. Hablé sobre el trabajo que estuve haciendo en el pabellón de los condenados a muerte y después hablé sobre Irak. Al principio les costó mucho hacer la conexión.

-Pero esa es la genialidad del llamado sistema educativo: se espera que te impida entender esas conexiones. Se espera que veas las cosas por separado; se espera que todos estén separados uno del otro. Una cosa importante es tener a la gente diseminada, y otra es impedirles ver cómo se conectan las cosas. No te olvides de que también los activistas caen en esto. Pensemos en los asuntos internacionales, por ejemplo. Hay gente que se preocupa por el apartheid en Sudáfrica, la guerra de Vietnam o América Central, etc. Inevitablemente, se convierten en especialistas en Nicaragua o en Sudáfrica. No se supone que observes el hecho de que todo eso está acá.

La justicia penal es un excelente ejemplo. El sistema judicial estadounidense está muy relacionado con la nueva asistencia militar que está yendo a Colombia, pero mucha gente del sistema judicial no lo ve. No ven que las prisiones están explotando por la criminalización de crímenes sin víctimas, que es parte del control social en Estados Unidos. Y otro aspecto de esto es el control social sobre los campesinos de Bolivia y Colombia con el pretexto de la guerra contra la droga, que es tan falso allá como acá. El hecho es que son todas políticas coordinadas. De hecho, están vinculadas con la Organización Mundial del Comercio de un modo del que quienes se manifiestan en contra de la OMC quizás no estén al tanto. ¿Por qué los campesinos de Bolivia y Colombia producen coca? Bueno, porque se les impusieron programas económicos neoliberales. Los manejan fuerzas externas, principalmente de Estados Unidos, para que se vuelvan campesinos racionales que producen para la exportación agrícola, incapaces de producir para el mercado local porque los inundan con importaciones agrícolas subsidiadas de Estados Unidos. Cuando intentan hacer cosas como, por ejemplo, estabilizar el precio del café, los aplastan. Uní todas estas fuerzas y vas a tener gente cultivando coca, y después mandás tropas para matarlos.

(Shutterstock)
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Creo que es importante tratar de hacer las conexiones de las que habla no solo en la mente sino también en las acciones. Pero el problema se convierte en cómo decidir dónde focalizar la energía. Todo puede bastante agotador.

-No hay respuesta a eso. Hay muchísimo más que lo que cualquier puede hacer, por lo tanto tenés que elegir tus prioridades. Cómo tomás esas decisiones depende de muchas cosas, desde tu personalidad hasta tu ambiente, tu contexto.

Para las muchas personas que recién están involucrándose en el activismo, ¿cómo pueden sostenerse la energía, el foco y la creatividad que se exhibieron en Seattle y en Washington DC?

-Buena pregunta.

No sé si hay una respuesta.

-No la hay.

¿Se le ocurren personas que haya conocido, por ejemplo, en el movimiento antibélico que no hayan podido seguir involucradas? ¿Podría explicar por qué perdieron el compromiso?

-Mucha gente se agota. De hecho, tuve amigos que se suicidaron, que es el agotamiento más extremo. Hubo muchas tensiones en el movimiento antibélico. Por ejemplo, una importante tuvo que ver con el auge del movimiento feminista. Mucho de eso salió del movimiento antibélico en sí, de una crítica interna. A mediados de los sesenta, el movimiento antibélico fue extremadamente sexista. Estaba lleno de eslóganes como "Las chicas no les dicen 'no' a los chicos que no van". Y se esperaba que las mujeres hicieran los trabajos de mierda. Se sentaban en la oficina mientras a los hombres les correspondía hacer todas las cosas interesantes, como dar discursos, etc. Naturalmente, eso provocó mucho resentimiento, y de repente había activistas de dieciocho años con mucho coraje, que habían decidido ir a la cárcel o irse al exilio, que se encontraban con que les decían "Mirá, vos sos un opresor". Eso era algo difícil de asimilar. Muchas personas reconocieron esas verdades, pero les socavaron la fortaleza moral. Podían hacer esas cosas porque se sentían fuertes moralmente, pero esto debilitó sus luchas, y eso era algo muy difícil de soportar.

Llevó a toda clase de reacciones, incluido el suicidio, por no mencionar los ajustes constructivos. Pero no son fáciles de hacer. ¿Qué pasa con tu vida? Las instituciones externas no te recompensan por tratar de socavarlas. Eso es verdad ya sea que estés tratando de volcarte a la enseñanza universitaria, trabajando en los medios o lo que sea. No podés esperar que los poderosos y los privilegiados te den las gracias por tratar de disminuir su poder y su privilegio, o por tratar de organizar a los demás para que lo entiendan. El castigo puede variar enormemente. Por ejemplo, si sos un activista negro en el ghetto, te pueden asesinar, como le pasó a Fred Hampton. Si sos una persona blanca con privilegios, va a ser más probable que no consigas trabajo y que termines en la calle o algo así. Son elecciones difíciles.

Pero hay compensaciones. Podés tener una vida muy gratificante si conocés a grandes personas y vivís con la clase de gente que te gusta y que entiende que estás haciendo cosas buenas. Pero las clases de recompensas que uno está entrenado para querer –consumo material y la oportunidad de impresionar a los demás y ese tipo de cosas–, esas "recompensas", a pesar de que son de hecho destructivas, es muy poco probable que las obtengas si te decidís a desafiar y a confrontar.

Conocí a muchísimas personas que atravesó todo esto y salió adelante, pero no sin daños. Por ejemplo, conozco a personas que quisieron entrar en el mundo académico y tienen las mejores becas, pero son profesores adjuntos y cobran diez mil dólares anuales –si es que consiguen un empleo enseñando a la noche–. ¡Muchos ni siquiera consiguen trabajo como profesores! Claro que eso no es comparable con que te asesinen, pero tampoco es lindo. Por otro lado, tampoco harían otra cosa, porque prefieren eso a la alternativa –a sus ex colegas de Princeton o donde sea que están en sus lujosos despachos académicos pero haciendo cosas que esta gente considera vergonzosa o indigna–.

¿Recuerda algún momento de su propia vida en el que haya tenido que tomar estas decisiones?

-Sí, muy claramente.

¿Qué castigos esperaba y para qué estaba preparado?

-A comienzos de los sesenta, cuando progresaba en mi carrera académica, tenía hijos muy jóvenes y muy felices y una familia. Todo estaba bien. Tenía que tomar la decisión de si ir en esa dirección. Siempre había sido activo a nivel político, pero ahí había una elección real: ¿voy por ese camino y simplemente hago declaraciones, firmo peticiones y escribo cartas o me involucro de lleno en el movimiento en contra de la guerra y a favor de los derechos civiles? Sabía perfectamente cuáles serían las consecuencias. No se puede tener un compromiso parcial. Si comenzás, se extiende y te afecta mucho. Tanto que mi esposa volvió a la universidad en los sesenta para obtener un título porque yo estaba muy cerca de una sentencia judicial muy larga, y probablemente me hubieran mandado adentro de no haber sido por la Ofensiva del Tet en 1968.

Ser un activista comprometido te cambia la vida enormemente. Un montón de cosas divertidas, como cenar con amigos o ir al cine, quedan descartadas porque estás demasiado ocupado haciendo otras cosas. No puedo decir que sufrí –eso sería ridículo–, pero definitivamente te cambia mucho la vida. Es mucho más dura, más intensa y más difícil que si uno tomara otro camino. Podría haber sido mucho más serio si hubiera pasado algunos años en prisión, que parecía bastante probable, pero no sucedió.

El punto es que estas son decisiones que la gente toma. Para personas como nosotros, que somos relativamente privilegiados, los castigos no son tan severos. Por otro lado, si vas de persona en persona con la gente que conocés en la cárcel, los castigos pueden ser muy opresivos. Si caés en una de nuestras dependencias en el tercer mundo, puede ser brutal.

Además, hay personas a las que asesinan y borran de la historia. Pensá, por ejemplo, en el arzobispo salvadoreño Romero. Acaba de pasar el vigésimo aniversario de su asesinato a manos de las fuerzas estadounidenses. Le pedí a un amigo de Chicago que revisara la cobertura. Fue muy moderado. Hubo un poco en Los Ángeles porque hay una población salvadoreña bastante grande, pero en los medios nacionales no hubo nada. Unos meses antes de eso fue el décimo aniversario del asesinato de seis líderes intelectuales latinoamericanos asesinados en El Salvador por las mismas manos. Mi amigo de Chicago recorrió los medios, y sus nombres no aparecían por ningún lado. Vos vivís en Chicago; si vas a la Universidad de Chicago y les preguntas a los profesores quiénes fueron estas personas, nadie va a saber. No es como los disidentes de Europa del Este, a quienes todos los conocen. Si te vuelan la cabeza tropas entrenadas y armadas por Estados Unidos, no solo estás muerto, sino que también desaparecés de la historia. Muchos de estos tipos eran intelectuales; es importante para ellos que sus libros se lean y tener un impacto perdurable, pero se fueron para siempre. No solamente en El Salvador, sino en un mundo que se considera –ridículamente– informado. Eso no va a suceder acá con los disidentes privilegiados, pero sí sucede con frecuencia en nuestros dominios.

(Shutterstock)
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¿Ve alguna ventaja en que los ciudadanos apoyen a un legislador en Estados Unidos en vez de llevar el mensaje de la gente a las calles con acción directa? ¿Hay algún balance sano que se pueda encontrar?

-Todo es útil. Uno hace simplemente lo que le es natural. Para algunas personas es natural salir a las calles. Yo lo hice mucho y no me gusta, lo odiaba, para serte sincero. Pero lo hacía porque sentía que había que hacerlo. De todas formas, no me dio ningún placer.

¿Con qué tipo de causas está involucrado hoy en día?

-Lo que hago actualmente es tratar de estar disponible, como para esta entrevista, por ejemplo. Paso la mayor parte de mi vida dando entrevistas o viajando y dando charlas.

Eso es inmensamente útil.

-Bueno, es la clase de cosa que puedo hacer. No tengo ninguna ilusión en particular sobre lo que puedo o no hacer. Si me pidieran que ayudara a organizarse a los obreros metalúrgicos, no podría hacerlo. ¿Qué sentido tiene fingir?

Pareciera que cada treinta años en este país hay un gran movimiento social. ¿Qué cree que se necesita para tener un movimiento fuerte y efectivo como el que vimos durante la lucha de los derechos civiles y la guerra de Vietnam?

-No estoy de acuerdo con esa apreciación. En mi opinión, los setenta fueron más activos que los sesenta, y los ochenta, más activos que los setenta. Ahora hay más activismo que nunca. Los sesenta fueron muy dinámicos y vibrantes y tuvieron un gran efecto en el país, pero en general fueron bastante limitados. Una parte monstruosamente grande del movimiento eran estudiantes de universidades de elite sin mucha participación en ningún otro lado, y fue más que nada un movimiento juvenil. Los setenta fueron más vastos. Si pensás en los movimientos que se originaron en los sesenta y siguieron, como el feminismo o el ambientalismo, son de los setenta, no de los sesenta.

Y eso siguió hasta los movimientos anti-apartheid y antinuclear durante los ochenta, que fueron inmensos. Los más grandes fueron los movimientos de solidaridad con el tercer mundo. No fueron tan visibles, pero fueron mucho más amplios y mucho más profundos. Por ejemplo, Witness For Peace, quienes efectivamente iban y vivían en los pueblos para tratar de proteger a la gente. Hacer cosas así jamás se les ocurrió a las personas de los sesenta. De hecho, no se le ocurrió a nadie en toda la historia del imperialismo hacer algo así. Mirá toda la historia del imperialismo: hubo protestas, pero no se me ocurre un solo caso en el que la gente haya ido a vivir con las victimas para tratar de ayudarlas y de protegerlas de los merodeadores o de los soldados de sus propios países. Eso fue sorprendente. Eso fue en los ochenta, y vino de sectores bastante conservadores. De hecho, mucho surgió de las iglesias evangélicas.

Hoy es incluso mucho más amplio. El activismo doméstico está integrado con otras partes del mundo, no solo con el tercer mundo. También está integrado con Europa de maneras interesantes. Por ejemplo, la biotecnología, organismos modificados genéticamente. Durante mucho tiempo, eso fue un gran tema en Europa y en el tercer mundo, pero acá no. No había mucha gente acá que estuviera involucrada con eso o que supiera de su existencia. El año pasado saltó el Atlántico y se convirtió en un tema importante en Estados Unidos. Hizo una diferencia enorme. Apenas cruzó el océano, tuvo efectos de inmediato. Monsanto se disculpó públicamente y retrocedió, y una corporación jamás hace eso. Estos son nuevos desarrollos. Sucesos como este no eran comunes en los sesenta y setenta.

Eso es útil. Escucho cada vez más la frase "Igual que en los sesenta".

-La imagen que tienen los jóvenes de los sesenta no es la participación, sino el modo en el que se la representa. Puede ser engañoso. La gente se olvida de que no fueron "los sesenta", sino fines de los sesenta. Y fue algo muy breve. Acá en Boston –una ciudad bastante progresista– no pudimos hacer movilizaciones públicas contra la guerra hasta 1966. Las habrían disuelto. Mil novecientos sesenta y seis fue cinco años después de que Estados Unidos comenzara a bombardear Vietnam del Sur. Ya había varios cientos de miles de tropas allí. Si intentabas organizar una reunión en una iglesia, te atacaban. Las cosas cambiaron bastante rápido, y duraron un par de años. Luego, esta etapa de los sesenta declinó, aunque el impacto se sostuvo. Fue diferente en otras partes del país, pero no es que en los sesenta todo voló por los aires. Eso no es lo que sucedió.

¿Cómo cambiaron las cosas en este campus con el activismo estudiantil de los últimos años?

-Los sesenta fueron muy tranquilos acá [en el MIT]. Es una universidad de ciencia e ingeniería. Hasta 1968, el activismo acá era un puñado de estudiantes, muchos de los cuales siguen haciendo cosas similares, como South End Press y Z Magazine. En 1968, estalló y se convirtió en un fenómeno de todo el campus. Cambió La institución cambió enormemente, y esos cambios se mantienen, aunque no son muy visibles ahora porque todos los aceptan, como el código de vestimenta. Si volviéramos a inicios y mediados de los sesenta, yo estaría de saco y corbata. Eso era un símbolo de las relaciones entre los profesores y los estudiantes, por lo que no son temas superficiales. La inquietud por los usos de la tecnología se convirtió en un tema importante. Eso se mantuvo.

Si mirás el activismo directo actual, está más restringido que en esos años de fines de los sesenta y comienzos de los setenta, pero eso se debe a muchas razones. En primer lugar, los intereses poderosos reconocieron de inmediato que es muy peligroso permitirles a los estudiantes que sean libres: deben ser disciplinados. Esto se dijo muy abiertamente. Leé el informe de la Comisión Trilateral de 1975. Tenía que ver con lo que llamaban las "instituciones responsables del adoctrinamiento de la juventud". Decía que se estaban descontrolando, que no estaban adoctrinando a la juventud de la manera correcta. Y esto representaba el espectro progresista de la opinión internacional, no era la derecha.

La mayor preocupación de esta clase de informes era cómo disciplinar a la gente. Hay muchas maneras de hacerlo. Una de ellas es muy evidente en la vida estudiantil actual. Hoy un estudiante sale del MIT endeudado, mientras que durante los sesenta era una economía en crecimiento; podías asumir que podías irte un par para ser activista y luego volver a tu carrera. Muy pocos creen eso ahora. Si no hacés lo que se espera de vos, te hacen a un lado. Es como el tercer mundo, donde cargan con una gran deuda. Eso tiene un fuerte efecto disciplinante. Las opciones disponibles son mucho más limitadas. Por ejemplo, si querés ser profesor, probablemente termines siendo un trabajador temporal y mal pago al que despiden para contratar a otro trabajador temporal mal pago. El camino para acceder a posiciones más afianzadas y permanentes es mucho más restringido.

Siguen habiendo grupos de justicia social bastante buenos funcionando, pero es más difícil que antes conseguir que los estudiantes se involucren con ellos. Creo que lo mismo sucede en el resto de la sociedad. Los trabajadores en Estados Unidos tienen la mayor carga laboral del mundo industrial, y eso tiene un efecto disciplinante. Si dos personas trabajan cincuenta horas semanales para llevar la comida a la mesa, no tienen tiempo para un montón de otras cosas. El estancamiento de los ingresos, el aumento de la carga laboral y el declive de los servicios públicos: todo esto restringe las decisiones de las personas.

También las restringe la propaganda. Desde la infancia nos inundan con una cantidad abrumadora de información destinada a moldear a las personas de cierta forma, a imponerles ciertos deseos y expectativas, llamados, de hecho, "deseos creados". Este proceso comienza a los dos años de edad. Desde la infancia se te enseña que lo único que importa en la vida es tener zapatillas de doscientos dólares, cartas Pokémon de treinta dólares o lo que sea. Esto tiene un efecto disciplinante. Si ese es el modo en el que concebís tu valor, tu vida y tu existencia, no te planteás otras preguntas.

Tiene hijos, y ahora nietos. Si no es encerrándolos en una caja y abriéndoles la rendija para pasarles comida tres veces al día, ¿cómo los protege de este ataque?

[sacando una foto de sus nietos] – Mis hijos tomaron sus propias decisiones. Estos son dos de mis nietos. Viven en una zona pobre de Nicaragua. Otros dos de mis nietos viven en Salem, Massachusetts. Mi hija tenía un alto cargo en una universidad costosa de Nueva Inglaterra, pero lo resignó para enseñar en un colegio estatal de clase trabajadora. Nadie en esa profesión entiende lo que está haciendo, resignar ese cargo por un puesto con un salario más bajo y una mayor carga horaria. Pero ella está eufórica. Así que sus hijos están creciendo en una zona no muy acomodada –pero tampoco empobrecida– de Salem, una ciudad trabajadora. Y mi otro hijo tomó un camino distinto.

Si uno intenta controlar aquello a lo que sus hijos están expuestos, sigue siendo control y sigue siendo limitarlos. Pero debe ser tentador el impulso de hacer una concesión de vez en cuando. Supongo que cuando se acerca un cumpleaños no está pensando "¿Le regalo un libro de Bertrand Russell o unas cartas Pokémon?". Pero debe haber cierta tentación.

-Bueno, de hecho, tengo que mostrarte otra foto que, según asegura su padre, no fue una puesta en escena. [Chomsky procede a mostrarme una fotografía de su nieta, de tres años de edad, sentada en un sillón leyendo un libro casi tan grande como ella titulado Terrorismo internacional.] ¡Afirma que la encontró sentada ahí con ese libro! [risas]

¡No más preguntas!

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