Eduardo Rabasa: “El mundo del libro es jerárquico y vertical”

El autor de las novelas “La suma de los ceros” y “Cinta negra”¸ y co-fundador de la editorial Sexto Piso, dialogó con Infobae Cultura en Ciudad de México sobre su doble rol de autor y editor. Y reflexionó sobre cómo funciona la hegemonía del sistema de ferias, festivales y listas como “los Bogotá 39”, ese canon de los mejores latinoamericanos sub 40 al que fue recientemente incorporado

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Por Julián Gorodischer (texto) y Augusto Mora (dibujos)

En su novela Cinta negra (2017), el mexicano Eduardo Rabasa explora las relaciones de poder que existen en los nuevos ámbitos laborales: desde las jerarquías en los organigramas, hasta los premios y castigos con los que sus empleados son condicionados. "Mi premisa —cuenta, en la entrevista con Infobae Cultura— fue narrar el recorrido de un individuo a través del mundo contemporáneo: un sujeto que tiene la mente infectada, raptada, por una ideología cada vez más new age que se maneja hoy en las empresas, por medio de las cuales se convence a los empleados de renunciar, felices, a sus derechos. Tenía que explicar de dónde provenía el desprecio hacia los subalternos, hacia las mujeres, hacia todos nuestros semejantes. El reto para mí no era crear un villano espeluznante, sino que el lector se pudiera identificar con Fernando Retencio -el protagonista-, y que pudiera incluso sentir empatía".

Entrevista dibujada con Eduardo Rabasa
Entrevista dibujada con Eduardo Rabasa

Su libro anterior, La suma de los ceros, le puso relato a Villa Miserias, una ciudad cualquiera de un país indeterminado de América latina, y a Max Michels, un hombre enfrentado al poder y a su nueva ideología: el Quietismo en movimiento, "asociado al Neoliberalismo, en tanto sistema sociopolítico, pero también forma de vida, narrativa y concepción del ser humano como ser egoísta, híper-racional y que debe velar por sí mismo, y procurar una sociedad habitada por este tipo de gente". La suma de los ceros podría ocurrir en un futuro distópico, 20 años después de la gestión del actual presidente mexicano Enrique Peña Nieto, por ejemplo, en un entorno devenido en horror puro.

"Gente como Mario Vargas Llosa o Enrique Krauze –puntualiza Rabasa- están obsesionados con los totalitarismos, pero ese discurso justifica una estructura sumamente desigual. Es lo que está pasando hoy en la Argentina: se produce una polarización brutal, la clase media se borra y florece un fenómeno de pobreza, marginación y precariedad laboral bajo un discurso que suena muy bonito. Como el Neoliberalismo, el Quietismo en movimiento –en la novela- pugna por la movilidad social pero encarnado en ejemplos individuales que no alcanzan para que todos nos integremos. Y, si no lo logramos, es porque no nos esforzamos lo suficiente; no es que haya un problema sistémico".

En tus libros se describe la hegemonía del modelo individual, aislado, poco frecuente, pero presentado como un destino colectivo.

-Es como si alguien se ganara la lotería, y se nos dijera: es posible ganarse la lotería. De hecho, la lotería juega un rol importante en el mundo de George Orwell –gran fuente de inspiración para Rabasa en La suma de los ceros– pero como factor ilusión (…).

George Orwell
George Orwell

(…) -A un costado está el cinturón de miseria, al otro la torre de lujo. Estadísticamente está demostrado que la mayoría de la gente muere en la misma clase social en la que nació. No hay movilidad social a gran escala. El Quietismo en movimiento retrata esa sociedad inmóvil y bastante vertical. Y la culpa se atomiza en el individuo. Si no eres Bill Gates es porque eres un cabrón.

¿Qué otras fuentes complementan ese universo orwelliano?

-Para mí fue muy importante la lectura del novelista estadounidense Don De Lillo, porque me dio permiso para leer y escribir en un registro que no llega a ser fantástico, porque está anclado en aspectos específicos de la realidad, pero que no se ciñe a la realidad sino que la estira, la deforma y subraya sus rasgos absurdos. Tuve la oportunidad de entrevistarlo en Nueva York para la revista Nexos: me encontré ante la peculiar combinación de una inteligencia deslumbrante, una percepción microscópicamente aguda y la capacidad para deformar la realidad hasta límites que, dentro del universo delilliano, son plausibles. Me autorizó en todos los sentidos, como lector, editor y escritor, a perderle el miedo a explorar registros literarios alejados tanto de un registro realista como de cierta solemnidad lírica.

Eduardo Rabasa
Eduardo Rabasa

En tus dos novelas aparece en primer plano ese intento de aprehender los relatos del poder, en sus diversas manifestaciones.

-Los personajes son como marionetas que no saben que tienen los hilos y creen que el movimiento lo están determinando ellas. La suma describe cómo la producción de deseo se sustenta en un discurso de libertad, pero que está enmarcada por estos hilos de los cuales no somos conscientes. En Cinta Negra, asocio el poder corporativo con la acumulación y el estatus, no sólo con el dinero, sino con la proyección de una imagen exterior basada en la adquisición.

¿Y en qué se diferencian ambos libros?

-En ambos, el desafío fue delimitar el espacio: en el primer caso, Villa Miserias; en el segundo, la corporación. Expuse las reglas de funcionamiento con las que operan los personajes y, una vez establecidas esas reglas, les pueden pasar cosas sorprendentes. En Cinta negra se describe un vestíbulo al que los hombres van a ser humillados, y hay un concurso en el que tienen que entrar a una jaula, contestar un teléfono y una serpiente los ataca. Eso que parece descabellado es una idea tomada de una canción de REM. "Si no contesto el teléfono, la serpiente sigue ahí", dice la canción. En la forma de La suma de los ceros tenía que haber una deconstrucción de los mecanismos de la vergüenza para que se vieran las figuras el poder en el lenguaje; y de como el desprecio de clase produce realidad. Cinta negra es abiertamente discursivo, más narrativo, menos abiertamente político.

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¿Te pesa conciliar el rol de editor de una de las editoriales mexicanas independientes más incidentes de la escena actual con el papel de novelista?

-Ha sido muy complicado por varias razones. Yo no tenía pensado escribir una novela. Luego, no quería que se publicara por las razones equivocadas. Una editorial muy chiquita, en la que yo no conocía a los editores, me pareció el lugar ideal para que se me juzgara como autor. Fue un intento de separar los dos roles. No a todos, pero a muchos autores de Sexto Piso les molestó que yo publicara un libro. Algunos fueron abiertamente agresivos, otros lo ignoraron. Mucha gente asumió que publiqué en una editorial chiquita (Sur+ -y en la Argentina, en Ediciones Godot-) porque nadie más me lo había querido publicar. El mundo del libro es jerárquico y vertical, y están muy marcadas las diferencias entre autor, editor, librero y crítico. Fue como si me saliera de mi lugar, equiparándome con mis autores.

Luego llegó tu inclusión en las listas canónicas de la "literatura joven", y con ella ¿nuevos conflictos?

-Sí, luego salió la lista "México 20", de la FIL de Guadalajara, y la "Bogotá 39", del Hay Festival, y esas listas me remitieron a un lugar de conflicto, un poco contradictorio. Veo la utilidad de las listas, pero me resultan conflictivas. El 0.1 por ciento de la población es el que lee y, en ese sentido, puedo aceptar volver más glamouroso a un autor para ampliar su público. Pero también se crean círculos de poder y aval amistoso; y entiendo que es difícil entrar y que no es nada meritocrático.

¿Te cambió mucho la vida formar parte de "los Bogotá 39"?

-Las listas están sobrevaloradas: generan más problemas que impacto real. A lo sumo, me trajo un viaje a Cartagena. Crean redes o círculos de poder que muchas veces tienen que ver con amistades o recomendaciones. Cuando uno está adentro te parece maravilloso que existan, pero entiendo la frustración de quien no logra participar de ello.

Hoy, con Sexto Piso como sinónimo de buena literatura independiente, ¿a qué atribuís su camino de éxito?

-Cada quien, en Sexto Piso, tiene áreas a su cargo: mi hermano (Diego Rabasa) se encarga de descubrir a los autores mexicanos –como Valeria Luiselli o Carlos Velázquez-; yo me dedico a la literatura traducida. Es mucho más difícil lo de él: si recibes un libro de Gallimard, ya viene con su sello y su aval. Nadie sabía nada de edición, y en el fondo eso nos ayudó. Si hubiéramos sabido cómo era la cosa y todo lo que exigía, a lo mejor nos hubiéramos bajado antes. 'Saquemos un libro, y con lo que vendemos publicamos uno o dos más', decíamos. Y, con el tiempo, aprendimos.

En muchos países latinoamericanos la escena editorial independiente está más disgregada, sin un faro tan determinante como es Sexto Piso en México. ¿A qué atribuís esa diferencia?

-Tiene que ver con la falta: aquí la presencia editorial española era apabullante, y la otra fuente de recursos era la venta al Estado. La gran editorial independiente era Era, con un perfil local. Nosotros intentamos –y fue lo novedoso- hacer una editorial independiente pero guiada por el entorno internacional. Ya en nuestro primer año, fuimos a la Feria de Frankfurt a comprar derechos.

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-¿Cuáles son los desafíos y proyecciones de cara al 2018?

-Acabamos de contratar un nuevo editor para España donde no nos acababa de ir bien. Nos va bien pero nos podría ir mejor. Yo no tengo ni idea de qué puede gustar en España. No puedo aprender a leer en clave de si el libro va a ser exitoso o no. Puedo leer en términos de calidad. Hasta hace poco nuestro más vendido era Alicia en el país de las maravillas, en una edición de tapa dura, forrada de tela. Hoy es El color de la leche, de la británica Nell Leyshon, sobre una niña que vive con su familia en una granja de la Inglaterra rural de 1830. Pero nuestro libro más vendido no superó los 20 mil ejemplares, y las corporaciones llegan a los 90 mil.

En la consolidación de Sexto Piso, ¿qué rol jugó la escritora Margo Glantz?

-Hay una gran relación afectiva; le publicamos Coronada de moscas, un libro de crónicas de viaje que transcurre en la India: vamos muy seguido a comer a su casa. Nos separan casi 50 años y no se sienten para nada, ni en las bromas ni en la charlas. Es un espíritu muy joven y muy libre. No le atribuiría a la editorial nada de su reconocimiento público, aunque ella sí ha marcado con su aura a Sexto Piso.

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