
Un estudio, liderado por paleontólogos del University College London y el Museo Argentino de Ciencias Naturales y difundido por Muy Interesante, replanteó el origen evolutivo del Tyrannosaurus rex. Aunque este coloso del Cretácico se desarrolló en América del Norte, su linaje más cercano proviene de Asia. Lejos de haber evolucionado de manera autónoma en suelo americano, el T. rex desciende de antecesores que cruzaron continentes aprovechando las oportunidades creadas por extinciones y cambios climáticos globales.
Una travesía prehistórica desde Asia a América
Los investigadores reconstruyeron las rutas migratorias de los tiranosáuridos utilizando modelos biogeográficos y climáticos del Cretácico, integrando datos fósiles y árboles filogenéticos. Las conclusiones apuntan a que los ancestros del T. rex cruzaron desde Asia a América del Norte hace unos 70 millones de años, mediante un puente terrestre que unía Siberia con Alaska.
Fue recién en Laramidia —una masa de tierra que hoy corresponde a la costa occidental norteamericana— donde la especie como tal emergió y evolucionó.
Este hallazgo refuerza la conexión entre el T. rex y especies asiáticas como el Tarbosaurus, a la vez que pone en duda interpretaciones recientes que planteaban un origen exclusivamente americano para el tirano saurio.
Megaraptores: los parientes que dominaron el hemisferio sur

La historia de los depredadores gigantes del Cretácico no termina con el T. rex. El estudio también detalla la evolución de los megaraptores, un grupo de terópodos emparentados que desarrollaron una morfología muy distinta: cráneos delgados, extremidades delanteras largas y garras curvas de hasta 35 centímetros.
Estas criaturas, igualmente impresionantes en tamaño, se dispersaron ampliamente hacia el hemisferio sur, donde prosperaron en ausencia de tiranosáuridos.
Los megaraptores habrían surgido en Asia unos 120 millones de años atrás, desde donde migraron hacia Europa, África y finalmente al supercontinente Gondwana. Su presencia está documentada en regiones como Sudamérica y Australia, y posiblemente también en la Antártida.
El clima como motor evolutivo
Uno de los elementos más reveladores del estudio es el impacto del clima en la evolución del gigantismo. Durante el Máximo Térmico del Cretácico, hace 92 millones de años, los océanos alcanzaron temperaturas tropicales de hasta 35 °C.
Esta etapa fue seguida por un descenso abrupto de las temperaturas globales, lo que provocó la extinción de grandes depredadores como los carcharodontosáuridos.

En ese nuevo vacío ecológico, tiranosaurios y megaraptores ocuparon el nicho de superdepredadores, desarrollando cuerpos masivos y adaptaciones al clima más frío. Se sugiere que características como el posible desarrollo de plumas o una fisiología más eficiente en la regulación térmica fueron claves en su supervivencia.
El T. rex alcanzó hasta 9 toneladas de peso, mientras que algunos megaraptores llegaron a medir 10 metros de largo, proporciones comparables con vehículos blindados modernos.
Una historia aún por completar
A pesar del avance que representa esta investigación, muchas preguntas siguen abiertas. Los fósiles de megaraptores son fragmentarios y escasos, sobre todo en Europa y África. Hallazgos recientes en Argentina y Australia comenzaron a completar el panorama, pero los autores del estudio advierten que podrían encontrarse fósiles clave del ancestro directo del T. rex en regiones aún inexploradas de Asia.
Además, la investigación destaca la importancia de un enfoque interdisciplinario que combine paleontología, geografía evolutiva y análisis climático. Esta perspectiva revela que la historia evolutiva de los dinosaurios depredadores fue más dinámica de lo que se pensaba: se trató de migraciones y cambios anatómicos, y de la capacidad de aprovechar oportunidades creadas por crisis ambientales.
La evolución no obedece al azar

En definitiva, el surgimiento del T. rex como el depredador más emblemático del Mesozoico no fue un accidente. Fue el resultado de una compleja interacción entre la migración intercontinental, la evolución adaptativa y los vaivenes climáticos. Una danza prehistórica entre ambiente y biología que convirtió a estos gigantes en soberanos de su tiempo.
Como subrayan los autores del estudio, aún queda mucho por descubrir. Cada nuevo fósil puede alterar radicalmente lo que se da por sentado sobre la historia natural. En el caso del T. rex y sus primos megaraptores, la última palabra aún está enterrada bajo capas de tierra milenaria.
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