Las orcas que habitan las costas del Atlántico canadiense enfrentan una amenaza que no proviene de la caza ni del cambio climático, sino de las sustancias químicas que se acumulan en sus cuerpos. Un reciente estudio dirigido por la Universidad McGill y publicado en la revista Science of the Total Environment reveló que estos cetáceos presentan niveles alarmantemente altos de tóxicos.
Esta situación, que pone en riesgo su salud inmunológica y reproductiva, es una muestra del impacto duradero de la actividad humana en el medio ambiente marino. La investigación realizada encontró que las orcas del Atlántico canadiense siguen expuestas a contaminantes como los bifenilos policlorados (PCB) y el DDT.
Estos compuestos fueron prohibidos hace décadas debido a sus efectos nocivos en la salud humana y ambiental, pero su persistencia en el ambiente es una amenaza constante. Estos niveles de contaminación tóxica ponen a las orcas en un alto riesgo de padecer enfermedades inmunológicas y problemas de reproducción, comprometiendo la supervivencia de la especie en esta región.
Estudio y metodología
El estudio se centró en analizar biopsias de piel de 50 cetáceos vivos pertenecientes a seis especies diferentes, incluyendo ballenas y delfines. Las muestras se obtuvieron cerca del territorio francés de San Pedro y Miquelón, al sur de Terranova, en la desembocadura del Golfo de San Lorenzo.
Los investigadores utilizaron estos datos para evaluar la presencia de contaminantes en las distintas especies y detectar patrones de exposición. Este enfoque de biopsias de animales vivos permitió a los científicos obtener una visión actualizada y precisa sobre los niveles de toxicidad en la fauna marina de la región.
Sustancias químicas persistentes
Los resultados del estudio indicaron que, aunque los niveles de PCB y DDT han disminuido en general desde los años 80 y 90 gracias a las regulaciones, estas sustancias siguen presentes en el medio ambiente y afectan particularmente a las orcas.
Estos contaminantes orgánicos persistentes se acumulan debido a su estructura química estable y tienden a concentrarse en especies que se encuentran en niveles más altos de la cadena alimenticia. Según el equipo de investigación, este fenómeno se observa especialmente en las orcas y otras ballenas dentadas, que se alimentan de especies costeras con mayores niveles de contaminantes, a diferencia de las ballenas barbadas que consumen presas de niveles tróficos inferiores, como bancos de peces pequeños y krill en alta mar.
El análisis comparativo del estudio mostró que los efectos de la contaminación no son homogéneos entre las distintas especies de cetáceos. Mientras que las ballenas barbadas y los delfines pequeños mostraron una reducción en los niveles de sustancias tóxicas, los niveles de contaminantes en las orcas permanecen muy elevados, lo que agrava sus riesgos de salud.
Este hallazgo sugiere que las orcas enfrentan un desafío adicional debido a sus patrones alimenticios y la contaminación costera, una problemática que requiere atención particular.
Llamado a una investigación continua
Anaïs Remili, investigadora principal del estudio y exinvestigadora postdoctoral en el Departamento de Ciencias de los Recursos Naturales de McGill, destacó la necesidad de actualizar los umbrales de riesgo que se emplean para evaluar los efectos de los contaminantes en la fauna marina, ya que estos fueron establecidos hace décadas.
“Necesitamos investigar las fuentes actuales de contaminación, prevenir la liberación de nuevos contaminantes y evaluar los efectos combinados de múltiples factores estresantes sobre la salud de las ballenas”, afirmó Remili. Además, el estudio recomienda seguir investigando para evaluar cómo estos compuestos afectan las hormonas y el sistema inmunológico de los cetáceos y desarrollar estrategias de conservación específicas.
Colaboración y financiamiento
Este estudio fue posible gracias a la colaboración de la Universidad Internacional de Florida y el Departamento de Pesca y Océanos de Canadá. La investigación recibió financiamiento del Programa de Cátedras de Investigación de Canadá, el Programa de Subvenciones de Descubrimiento del Consejo de Investigación en Ciencias Naturales e Ingeniería de Canadá (NSERC) y una subvención de la Fundación Canadiense para la Innovación.
Esta cooperación subraya la importancia de contar con un respaldo institucional y financiero robusto para afrontar los retos que plantean los contaminantes persistentes en el Atlántico noroccidental.