
¿Por qué entre los factores de riesgo para desarrollar síntomas graves de COVID-19 se cuenta la hipertensión, que afecta a alrededor del 30% de la población mundial? Es algo que todavía se debate pero el director del Instituto Nacional de Salud (NIH) de los Estados Unidos, Francis Collins, publicó en su blog la pista más probable de la pesquisa: para entrar en el cuerpo de una persona, el nuevo coronavirus utiliza como elemento receptor la proteína de superficie de las células llamada enzima convertidora de angiotensina (ECA), que juega un papel clave en el complejo sistema que regula la presión sanguínea. Y un de los tratamientos más comunes que se recetan para tratar la hipertensión son los inhibidores de ECA.
“Datos de China y otros países indican que la hipertensión es una de varias condiciones coexistentes que se han reportado de manera regular como más comunes entre las personas con COVID-19, que desarrollan el síndrome respiratorio agudo severo que amenaza la vida”, escribió Collins. “La proteína ECA reside en la superficie de las células en muchas partes del cuerpo humano, incluyendo el corazón y los pulmones”.
Muchos médicos comenzaron a manifestar preocupación por sus pacientes que tomaban estos medicamentos, que bajan la presión al hacer que los vasos sanguíneos se relajen. ¿Los hacían más vulnerables al COVID-19? A tal punto que la Asociación Nacional del Corazón (AHA), la Sociedad Nacional de Insuficiencia Cardíaca (HFSA) y el Colegio Nacional de Cardiología (ACC) de los Estados Unidos debieron emitir una indicación para que la gente no dejara de tomar drogas que son fundamentales para su vida.

“La AHA, la HFSA y la ACC recomiendan que todos los pacientes que hayan recibido recetas de inhibidores de la ECA o bloqueadores de los receptores de angiotensina (BRA) para cuadros como insuficiencia cardíaca, hipertensión o enfermedad cardíaca isquémica continúen con ellos”, publicaron. “Los pacientes con enfermedades cardiovasculares a los que se les diagnostica COVID-19 deben ser evaluados de manera integral antes de que se añada o elimine cualquier tratamiento, y cualquier cambio se debe basar en las últimas pruebas científicas y en una decisión compartida con su médico y su equipo de atención sanitaria”.
Collins citó un trabajo de Scott Solomon, de la Escuela Médica de Harvard y el Hospital Brigham and Women’s de Boston, publicado en New England Journal of Medicine (NEJM), en el que se aseguró que no hay pruebas para fundamentar la suspensión de medicaciones necesarias para controlar una enfermedad que causa el 12,8% del total de muertes globales como es la hipertensión, asociada al ataque cardíaco, el accidente cerebro vascular y otras enfermedades del corazón.
“Aunque datos adicionales podrían sentar bases para el tratamiento de pacientes de alto riesgo, los médicos deben ser conscientes de las consecuencias imprevistas de interrumpir de manera prematura terapias probadas”. Sobre todo, enfatizaron Solomon y sus colegas, porque se trataría de “una respuesta a preocupaciones hipotéticas”.

El director de NIH agregó que actualmente se desarrollan más investigaciones “para generar los datos necesarios sobre el uso de los inhibidores de ECA y otros fármacos similares en el contexto de la pandemia de COVID-19, así como para comprender mejor los mecanismos básicos que subyacen a esta enfermedad viral de rápida propagación”. Sin embargo, por el momento la preocupación que reflejaron “algunos medios de comunicación y sistemas de salud, que en los últimos tiempos solicitaron que se discontinúen los inhibidores de ECA y los bloqueadores de BRA, tanto de manera profiláctica como en el contexto de sospecha de COVID-19”, no tiene bases sólidas, estableció el estudio de NEJM.
Solomon y sus colegas indagaron en la actividad de los coronavirus de la familia del síndrome respiratorio agudo grave (SARS-CoV-1, que provocó la epidemia de 2003, y SARS-CoV-2, responsable de la actual) en su interacción con la proteína ECA porque “se ha propuesto como un factor potencial de su capacidad de infección” y porque “existe la preocupación de que el uso de inhibidores puede alterar la ECA” o que “la variación en la expresión de la ECA podría ser responsable en parte por la virulencia de la enfermedad en la actual pandemia de COVID-19”.

Por ahora, analizaron los investigadores, se trata de “incertidumbres teóricas” que, en cambio, provocarían problemas comprobados: “Existe un claro potencial de daño en relación a la retirada de los inhibidores en pacientes que, por lo demás, se encuentran en una situación estable”. Además, esas medicinas contra la hipertensión “han establecido beneficios en la protección del riñón y el miocardio, y su retirada puede suponer un peligro de descompensación clínica en pacientes de alto riesgo”.
Aunque se ha comprobado que las personas que sufren COVID-19 en combinación con otras enfermedades tienen una mayor probabilidad de complicaciones (la tasa de muerte del brote en Wuhan, China, llegó al 10,5% en el caso de enfermedad cardiovascular, al 7,3% con diabetes, 6,3% con cuadros respiratorios, 6% con hipertensión y 5,6% con cáncer), el estudio concluyó: “La suspensión abrupta de estos inhibidores en pacientes de alto riesgo, incluidos aquellos que tienen insuficiencia cardíaca o han sufrido un infarto de miocardio, puede conducir a inestabilidad clínica y resultados adversos".
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