
La carrera espacial entre Estados Unidos y la Unión Soviética –en el marco de la Guerra Fría- estaba en su apogeo. Para 1968, las dos potencias se preparaban para poner a un hombre en la Luna. Quien lo lograra, podría demostrar que era superior desde el punto de vista científico y tecnológico. Esta puja había comenzado una década antes y ahora se aceleraban los tiempos para lanzar vuelos tripulados que develaran el gran misterio que podrían tener otros planetas. Para los estadounidenses era una forma de concretar lo que el presidente John F. Kennedy había prometido en 1962:
"Hemos decidido ir a la luna. Elegimos ir a la luna en esta década y hacer lo demás, no porque sean metas fáciles, sino porque son difíciles, porque ese desafío servirá para organizar y medir lo mejor de nuestras energías y habilidades, porque ese desafío es un desafío que estamos dispuestos a aceptar, uno que no queremos posponer, y uno que intentaremos ganar."
A mediados de la década del 60 las noticias que llegaban desde Washington al Politburó Soviético no dejaban lugar a dudas: la NASA estaba haciendo grandes progresos. Las sondas automáticas Surveyor habían empezado a posarse sobre la Luna en los lugares previamente fotografiados por las sondas Lunar Orbiter. Habían tomado miles de fotografías para seleccionar los mejores lugares de alunizaje para las misiones tripuladas. También, la cápsula Apolo entraba en su última fase de pruebas. El programa Gemini que precedió al Apolo, había cumplido todos los objetivos previstos y la NASA ya estaba alcanzado una gran experiencia en el acoplamiento de naves espaciales, paseos extra-vehiculares y maniobras orbitales. Los prototipos del cohete Saturno-V, que debía impulsar la nave que llevara al hombre a la Luna había sido lanzado sin fallas.

En Moscú también continuaba el programa espacial, aunque parecía haberse ralentizado. El cohete N-1, el equivalente del Saturno-V americano, avanzaba con el plan previsto a pesar de que estaba encontrando algunas dificultades con la propulsión. Casi todos los cohetes rusos eran réplicas de las naves Soyuz 7K-OK, el legado del jefe del proyecto, el científico Sergei Korolev, y de su éxito dependía el escudo de defensa de la URSS. Las Soyuz habían probado, hasta ese momento, ser muy eficaces, pero aún no tenían todos los sistemas integrados como para llevar a un hombre a la Luna. Los soviéticos estaban muy orgullosos de haber ganado en el inicio de la carrera espacial al lanzar el 4 de octubre de 1957 el Sputnik, el primer satélite artificial enviado al espacio por el ser humano. Poco después, el 3 de noviembre de ese año, una perra callejera bautizada por los ingenieros rusos como Laika se convirtió en el primer ser vivo que orbitó la Tierra a bordo del Sputnik 2. Aunque Laika no sobrevivió al vuelo, fue un avance extraordinario de la ciencia. Y este esfuerzo se coronó el miércoles 12 de abril de 1961, cuando Yuri Alekséyevich Gagarin se convirtió en el primer ser humano que viajó al espacio en la nave Vostok 1. El vuelo duró 108 minutos y la misión de Gagarin fue simplemente la de probar que se podría sobrevivir fuera de la atmósfera terrestre. Lo que tenía que hacer era transmitir sus sensaciones por radio y probar una comida -fue el primero en comer a bordo de una nave espacial- con el objetivo de saber si un ser humano podía sentir y comportarse de manera normal estando sin gravedad. Todavía no se sabía nada sobre los efectos de la ingravidez y la nave estuvo siempre controlada por los técnicos en la base terrestre. En caso de emergencia, el astronauta ruso podría usar instrumentos para aterrizar en forma manual. Luego del descenso tendría que eyectarse con su asiento. A los 25 minutos alcanzó una órbita estable y cruzó el Estrecho de Magallanes y el Atlántico para regresar al espacio soviético.

Por un error en el sistema de frenado no llegó al lugar previsto, a unos 110 kilómetros de Stalingrado. A las 10.20 de aquel día, Gagarin, tras salir despedido de la cápsula del Vostok, aterrizó en paracaídas cerca del pueblo de Smelovka. Las primeras en verlo, en el medio de un campo de cultivo, fueron la campesina Anna Tajtárova y su nieta Rita, de seis años. En esa época las noticias no llegaban muy rápido a esos lugares remotos y la mujer no tenía idea de lo que sucedía. Vio a un hombre vestido con un extraño traje naranja y un casco blanco con unas grandes iniciales en rojo, CCCP (las siglas en ruso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas).
"¿Vienes del espacio? ¿Eres un Dios?", preguntó la mujer. "Sí, es increíble pero estoy volviendo del espacio", le respondió el cosmonauta para agregar de inmediato ante el estupor de la abuela y la nieta: "Pero no se asuste, soy soviético y sólo espero que me vengan a buscar pronto…¿no me daría un poco de agua?"

En Estados Unidos, en 1958, se había creado la NASA. Tenía más de 8.000 científicos con un doble objetivo: el uso militar del espacio y reestablecer el prestigio y la supremacía norteamericana con la llegada de un hombre a la Luna. Comenzó con el programa Pioneer para el lanzamiento de satélites y luego vino el Surveyor, cuyo objetivo final era llevar una sonda a la Luna capaz de detectar zonas para el alunizaje. Todos esos proyectos sirvieron de base para el gran programa Apollo, que debía colocar, efectivamente, el hombre en la Luna. Cuatro meses después del lanzamiento del Sputnik 1, la NASA consiguió lanzar su primer satélite, el Explorer I. Veintitrés días después del vuelo de Gagarin, Alan Shepard fue el primer estadounidense en entrar en el espacio a bordo del cohete Mercury Redstone 3. Luego, John Glenn, en la Friendship 7, se convirtió en el primer estadounidense en orbitar la Tierra, completando tres órbitas el 20 de febrero de 1962.
El primer secretario del PC soviético, Nikita Kruschev, había ordenado batir de cualquier manera a los americanos. Los técnicos soviéticos fueron amenazados con terminar en el Gulag si no cumplían con el objetivo. El primer vuelo con dos tripulantes también tuvo su origen en la URSS, entre el 11 y el 15 de agosto de 1962. La soviética Valentina Tereshkova se convirtió en la primera mujer en el espacio el 16 de junio de 1963 en la Vostok 6.

Todos los lanzamientos se realizaban desde Baikonur, un pequeño poblado perdido en la estepa kazaja que por razones de seguridad no aparecía en ningún mapa. Todavía hoy, el antiguo cosmódromo sigue siendo una de las buenas fuentes de ingreso de Kazajistán. Rusia paga cada año 115 millones de dólares por su alquiler y recibe muchos más ingresos de parte de China y la Unión Europea por el lanzamiento de satélites de comunicaciones y observación. Desde ese lugar donde las temperaturas van de 40 grados bajo cero en invierno a 40 grados de calor en el verano se lanzó el Sputnik, el primer satélite. Y desde allí despegó el 12 de abril de 1961 Yuri Gagarin, el primer humano en viajar al cosmos y el gran héroe de la época dorada soviética de la exploración espacial. También partió Valentina Tereshkova, la primera mujer en ir al espacio, que ahora, 56 años más tarde, está frente a mí y tiene el aspecto de una erguida abuela. Está en Nur-Sultán –hasta marzo Astaná-, la moderna capital kazaja, para inaugurar la esfera del centro de negocios de esta ciudad ultramoderna que albergará, entre otras cosas, un museo de la carrera espacial. Todavía conserva el estilo de corte de cabello soviético que tenía en las fotos cuando piloteó el Vostok 6, lanzado el 16 de junio de 1963, y en el que completó 48 órbitas alrededor de la Tierra en sus tres días en el espacio. Camina entre cuatro guardaespaldas que impiden que los periodistas se le acerquen. Saluda con una sonrisa y moviendo la mano como si fuera una reina de la belleza. Es la máxima heroína viva del programa espacial soviético y con esa impronta llega hasta un pequeño grupo de funcionarios kazajos, con decenas de medallas colgadas en las solapas de sus sacos, que la saludan con reverencia. Tereshkova entra al enorme auditorio con un aplauso largo y contundente, de esos que están reservados para la gente que se respeta. Da una pequeña charla en ruso en la que describe su viaje "no como una hazaña sino como el sueño cumplido de una gran república y el fruto del esfuerzo de los trabajadores comunistas". Sin perder ni el antiguo discurso oficial del Kremlin ni su postura de gran dama, se retira entre medio de los enormes hombres de negro que la protegen de nada. Sabe que es la última de los sobrevivientes de un pequeño grupo de hombres y mujeres que se aventuraron en el último confín conquistado por los humanos. Y que fue un eslabón fundamental de la cadena que armaron soviéticos y estadounidenses para llegar a la Luna.
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