Domingo Faustino Sarmiento fue, es y será uno de los más grandes próceres de la historia del continente. En el cine argentino, las biografías de estas figuras han sido escasas. Los motivos son varios. Hacer una película de época requiere un gran presupuesto y, antes de la era digital, no había otra manera de realizarlas que no fuera con enormes despliegues de producción. Pero por otro lado, y a diferencia de otros países, Argentina tiende a polemizar sobre todos los temas y no hay mucho resto para revisar la Historia de forma adulta, compleja y a la vez entretenida, como el buen cine puede hacerlo.
Su mejor alumno (1944) es una notable excepción a esta regla. Aunque un cartel al comienzo de la película da cuenta de la figura encendida y discutida del gran Sarmiento, el filme es un merecido y apasionado homenaje a su vida, su personalidad y su legado inmortal. Al mismo tiempo, y como el título lo indica, también cuenta la vida de su hijo, Domingo Fidel Sarmiento, lo que le aporta un costado humano al prócer retratado. Esa doble narración es uno de los hallazgos más interesantes de Su mejor alumno, un detalle que le suma grandeza a la figura de Sarmiento.
Varios puntos convierten a esta película en un verdadero clásico de nuestro cine. Su director, Lucas Demare, es el mismo realizador de La guerra gaucha (1942), el descomunal éxito de taquilla que fue considerada durante mucho tiempo la mejor película de la historia del cine argentino. En lo personal, considero que Demare ha hecho mejores títulos, y Su mejor alumno es uno de ellos.
La habitual potencia del realizador y su capacidad para movilizar las emociones del espectador se hacen presentes aquí. Desde las veloces escenas con humor del comienzo a las dramáticas secuencias del final, Demare logra conmover y divertir, generando un personaje histórico como pocas veces el cine nacional ha conseguido. Tal vez logrando la mejor biografía de un prócer que se haya hecho en Argentina.
Y el otro gran mérito es Enrique Muiño. El enorme actor argentino es aquí Sarmiento. Como si un cuadro o una estatua hubiera cobrado vida y se paseara por la pantalla. El parecido es asombroso, y Muiño se desenvuelve como si él realmente fuera Sarmiento. Siendo un actor muchas veces solemne y acartonado, acá consigue algo mágico. Ser un prócer, ser una persona, ser una figura histórica potente y graciosa a la vez. Los pasos de comedia y los momentos para el bronce se combinan para que podamos creernos al personaje como pocos actores lo consiguen. Como si supiera que no podemos imaginar a un Sarmiento terrenal pero tampoco podemos querer a un Sarmiento sin sentimientos o sin humor. Es una actuación inusual e irrepetible.
Para completar el efecto, Orestes Caviglia interpreta a Bartolomé Mitre en otro parecido físico asombroso. Ver a Sarmiento y a Mitre juntos es algo que no deja de sorprender. El rol de Dominguín, más liberado de esos parecidos, quedó en manos de un joven Ángel Magaña, quien ya era una estrella pero tendría varias décadas más por delante para brillar en el drama, pero principalmente en la comedia. Lujos de un elenco con varios rostros conocidos dando vueltas. La edad de oro del cine nacional.
Tal vez nunca más en la historia del cine argentino se realice una biografía cinematográfica de Domingo Faustino Sarmiento. Tal vez, el cine nacional tampoco esté a la altura de su figura. Pero darle una oportunidad a esta película de 1944 alcanza para ver un instante iluminado de nuestra cinematografía. Sarmiento cobra vida durante dos horas, expresa sus ideas, muestra su coraje y su trabajo por hacer grande a la Argentina. Lo hace con humor, con drama, con escenas de guerra y con todo lo que la gran pantalla puede ofrecer.
Queda claro que el cine argentino, como el país, supo tener tiempos mejores.
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