La intensa vida de Tita Merello: su salto a la fama impulsada por el hambre y su tormentosa relación con Luis Sandrini

La actriz y cantante murió en la Nochebuena de 2002, hoy hace 23 años. Estaba viviendo en la clínica Favaloro. Los relatos sobre su infancia y el listado de todos sus amores

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Tita Merello
Tita Merello

Esa noche del 24 de diciembre de 2002, mientras todos esperaban que el reloj marcara las 0 horas, para brindar en familia y abrir los regalos, Tita Merello se despedía de este mundo en la más absoluta soledad. Hacía ya cinco años que la actriz y cantante vivía en la Fundación Favaloro del barrio de Monserrat. De hecho, el mismísimo René Favaloro había autorizado su residencia en la clínica, teniendo en cuenta su delicado estado de salud, su edad y su situación personal. Es que, aunque había amado hasta el hartazgo, no tenía más familia que su público y algunos amigos. Y ese, sin dudas, era el mejor lugar para que pudiera pasar sus últimos días.

Dicen, sin embargo, que hacía un tiempo se había negado a todo tipo de tratamientos. Desde que el médico, creador del by pass, había tomado la triste determinación de suicidarse acorralado por los problemas económicos en el mes de julio del 2000, la intérprete de Se dice de mí había caído en una profunda depresión. Y, cuando le diagnosticaron un cáncer de mama con metástasis cerebral, simplemente, optó por no hacer nada y entregarse a su destino. Sentía que su ciclo en este mundo ya se había terminado. Así que ese día se fue a dormir temprano. Y nunca más despertó. Tenía 98 años y una vida intensamente vivida.

La artista había nacido el 11 de octubre de 1904 en un conventillo de San Telmo, en Buenos Aires, y desde muy chica conoció lo que era el hambre. Su padre, un chofer de oficio, murió de tuberculosis poco tiempo después de que ella llegara al mundo. Y su madre, una planchadora, se vio obligada a entregarla a un orfanato cuando tenía apenas 5 años, ya que no podía hacerse cargo de ella. De manera que Laura Ana Merello tuvo que soportar las carencias económicas y afectivas.

No era más que una niña cuando viajó a Montevideo, Uruguay, para trabajar como mucama sin paga a cambio de alojamiento y comida. Con 11 años, en tanto, volvió a la Argentina y se instaló con su madre en la zona de Congreso. Pero entonces un mal diagnóstico volvió a poner en jaque sus días. Es que un médico creyó que padecía tuberculosis, de manera que la enviaron a una chacra de Bartolomé Bavio donde tuvo que realizar trabajos como campear y ordeñar las vacas, entre otras tareas por las que obviamente no recibía ninguna paga. Hasta que, tras un año en esa situación, volvió a la Capital Federal junto a su progenitora.

Merello y Luis Sandrini, su
Merello y Luis Sandrini, su gran amor

Nunca quiso hablar abiertamente de los abusos que sufrió en su adolescencia, cuando mezclaba changas para ganarse el mango con noches interminables durmiendo en la Plaza Lavalle, donde quedaba a merced de su buena o mala suerte. Pero su historia profesional empezó a cambiar cuando recibió la propuesta de sumarse como corista a la compañía de Rosita Rodríguez en el Teatro Avenida. No tenía una vocación clara ligada al arte, pero la posibilidad de llenarse la panza cantando la hizo aferrarse a esta oportunidad. Y estuvo dispuesta a dar todo de sí.

Tampoco imaginaba ser actriz. Y es verdad que, cuando en 1920 debutó en la obra Las vírgenes Teres, el público la abucheó. Sin embargo, una vez superado el shock inicial, Tita decidió seguir adelante. No estudió actuación porque siempre dijo que había ningún maestro mejor que la vida misma. Y de eso ella sabía mucho. De manera que, pocos meses después, volvió a subirse al escenario del Teatro Porteño. Entonces todo cambió. Porque ella entendió que lo más valioso que tenía era su carisma. Y que con eso bastaba para convencer a todos de que era una estrella. La número uno.

Así fue como la niña “triste, pobre y fea”, tal como se definía ella misma, pasó a ser “la morocha argentina” que todos admiraban. Su consagración llegó en 1931, cuando Libertad Lamarque la convocó para que reemplazara a Olinda Bozán en El rancho del hermano, en el teatro Maipo. A partir de ese momento nunca más se dejó vapulear por nadie. Se convirtió en una mujer empoderada, una postura atípica para aquellos tiempos, y no dejó de brillar. Al menos, en el ámbito laboral.

En el terreno personal, en cambio, Tita sufrió mucho. Fue libre en tanto se permitió disfrutar de su sexualidad sin pruritos. Y nunca tuvo como meta el casamiento y los hijos, que de hecho nunca tuvo. Ni entendió la vida de esposa y madre como sinónimo de felicidad. Pero la realidad es que no pudo escapar del amor, ni del sufrimiento que representó, para ella, el hecho de caer bajo las redes de un hombre que no la correspondió como hubiera deseado. ¿Quién era él? Ni más ni menos que el gran Luis Sandrini.

La silla que él ocupaba en su departamento quedó en la misma posición. Nunca más nadie pudo sentarse en ella, como si en lo más profundo de su corazón la Merello mantuviera la esperanza de que él volviera a su lado. Algo que de manera poética, la artista dejó plasmado en la letra de Llamarada pasional, un tango de su autoría al que Héctor Stamponi le puso música y que rezaba: “Temor de vida que se escapa con el tiempo y no tenerte de nuevo como ayer”.

La historia, hay que decirlo, empezó floja de papeles de entrada. Es que cuando Tita conoció a Luis, durante el rodaje de la película Tango que se estrenó en 1933, él estaba casado con la actriz Chela Cordero. Así que la relación se mantuvo oculta hasta 1942, cuando ambos decidieron empezar a vivir en concubinato. Para el medio artístico, eran como un matrimonio. Pero para la pacata sociedad de la época, eran una pareja en la ilegalidad. Sin embargo, no fue el “qué dirán” lo que mantenía en vilo a la Merello, sino los celos fundados que Sandrini despertaba en ella. Es que el hombre nunca dejó de coquetear con otras mujeres. Y los rumores sobre sus infidelidades, tarde o temprano, llegaban a oídos de la artista.

Tita se había convertido en una “incondicional” para Luis. A tal punto que en lugar de dar por terminada la relación después de haber vivido tantas traiciones, en 1946 decidió dejar de lado su carrera para acompañar a Sandrini a México. Sin embargo, dos años más tarde, algo pasó. Ya de regreso a la Argentina, Merello había sido convocada para protagonizar Filomena Marturano en el Politema. Y, esta vez no accedió al pedido de Sandrini, que pretendía que no aceptara el proyecto y que se embarcara con él a España, donde le habían ofrecido hacer la película Olé, torero. ¿El resultado? Luis no se lo perdonó. Y no solo dio por terminada la relación, sino que al poco tiempo se terminó casando con Malvina Pastorino, con quien tuvo a sus hijas Sandra y Malvina.

El amor se transformó en dolor y se clavó como una daga en el corazón de Tita. Tuvo muchos hombres en su vida. Se la vinculó con figuras como Alberto de Mendoza, Daniel Tinayre, Arturo García Buhr, Oscar Valicelli, Juan Carlos Thorry, Tito Alonso, Adolfo García Grau, Santiago Arrieta, Luis Arata, Jorge Salcedo, Héctor Calcaño, Alfredo Alcón, Jorge Morales y Alejandro Rey, entre otros. Pero su corazón siguió latiendo hasta el final por Sandrini.

Yo me revestí. Me hice un vestido para pelearla a la vida de prepotente. Pero te darás cuenta de que soy un perrito. Yo debo haber sido en otra generación un perro porque me dan ternura y muevo la cola. He vivido toda la vida añorando ternura, que es el mejor de los sentimientos porque comprende amor y pasión. A mí me tratan bien y consiguen de mí cualquier cosa. La vanidad, la estupidez, la prepotencia no sirven para nada”, había dicho en algún momento. Todos la veían como una mujer fuerte. Y en algún punto lo era. Pero Tita también había sido una mujer rota, que esperaba que alguien tuviera la valentía de ver más allá de su coraza para abrazarla.

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