
Mitsuko Omiya, nacida en Sapporo, Hokkaido, Japón el 2 de abril de 1924 y quien lleva la mayor parte de su vida en la Argentina, recibió en su casa de Bernal, de manos del cónsul japonés Tomoyuki Yashima, un diploma de reconocimiento y un cuenco de plata como premio del primer ministro de Japón Shigeru Ishiba por sus cien años.
La mujer japonesa llegó al país en 1962, cuando tenía 38 años. Si bien hoy está impedida de poder caminar, porque se quebró el peroné por una caída, y no puede arriesgarse a una operación por su avanzada edad, su mente está lúcida. Se ríe antes de responder en su lengua de origen, con una voz dulce y calma. La entrevista fue realizada gracias a dos mujeres con las que vive y a las que le agradece el poder estar viva: su hija Mieko (74) y Estela (42), su nieta. Lo primero que dijo Mitsuko es que no habla nada de castellano, por lo que sus descendientes hicieron de traductoras. Estela explica que tuvo que aprender a hablar japonés de chica para poder comunicarse con su abuela.
Cuando se remonta a su vida en la lejana Hokkaido -la isla del norte de Japón-, la mujer centenaria no habla del impacto de acontecimientos históricos, de la Segunda Guerra Mundial, ni de la falta de alimentos que padeció en el período de postguerra. De su frondoso y colorido pasado, recuerda aquello que la motivó a emigrar a la Argentina, una suegra muy estricta.

“Vivía con mis suegros, pero no lo pasé muy bien con mi suegra. Para liberarme me vine a la Argentina a pasar el resto de mi vida. Quería vivir mi propia vida con la familia que formé. Esa fue la razón principal”, explicó. Tenía dos hijos varones y una mujer cuando tomó la decisión, “que eran muy buenos”, recuerda. Ella en Japón era ama de casa y su marido Kyhei, 10 años mayor que ella, trabajaba en una oficina.
Al haberse casado muy joven, a los 18, no sabía hacer ninguna de las actividades domésticas por lo que su suegra le gritaba todo el tiempo. “Cuando me hice mayor me di cuenta que también tuvo sus cosas buenas porque aprendí mucho de ella, pero no era la manera”, recuerda.
En el siglo XX muchas mujeres no podían elegir a sus maridos. Y Mitsuko fue una de ellas. “Me obligaron a casarme con alguien a quien no quería”, dice con su vocecita cansada. Su marido era bueno con ella, agrega después.
—¿Por qué eligió a la Argentina?
— A mí me gustaba. Pensaba que era un buen país, siempre me gustó pero en verdad no conocía nada.
La provincia de Misiones fue el lugar donde se instaló Mitsuko con su familia a vivir la vida que quería, en Colonia Luján, una comunidad japonesa, de ahí que hayan pasado tantos años y no haya tenido necesidad de aprender español. Hace apenas unos días el gobernador de esa provincia Hugo Passalacqua recibió al embajador de Japón en la Argentina Hiroshi Yamauchi, por tratarse del suelo que recibió a una de las comunidades más grandes y representativas del país oriental. En Colonia Luján se afincaron unas 50 familias, gracias a un acuerdo bilateral de postguerra, a partir de 1950. “Cada familia tenía 30 hectáreas”, detalla Mieko.
Mitsuko llegó mucho después, en 1962 y se dedicó a cultivar la tierra, algo que no había hecho nunca pero sintió que era lo suyo. Precisamente a la plantación de tabaco y una planta oleaginosa para aceite industrial. Los japoneses debieron adaptarse al monte misionero. “Al principio tuvimos que trabajar muy duro. Hicimos nuestra propia casa cortando madera. Y al mismo tiempo, trabajábamos con el tabaco. Después de eso, fue muy lindo, pero tuvimos que trabajar duro”, reitera la mujer centenaria.

Años más tarde, se trasladó con su familia a Florencio Varela, que como muchos otros japoneses llegados de Misiones se dedicaron a la floricultura. “Se dedicaron a las flores de corte. Les dijeron que en Buenos Aires iban a estar mejor económicamente”, relata Mieko, que recuerda bien las historias de familia. Tenía 10 años cuando llegó a la Argentina. En Buenos Aires cultivaron claveles y crisantemos, y formaron parte de una comunidad japonesa, donde también compartieron la actividad con portugueses.
Mitsuko debió adaptarse a las costumbres argentinas, especialmente a las comidas, porque no llegaba nada en esos tiempos a la Argentina, a diferencia ahora, en el que existe un boom de la comida oriental y hay supermercados con góndolas llenas de productos. Ella se traía especias de sus viajes, y podía sentir algún sabor familiar.
Mientras vivió en el monte misionero, tuvo un huerto que fue base de su alimentación. Mucha verdura, asegura su familia. Pero también delatan que si hay algo que le gusta mucho del menú argentino es el chorizo.
— ¿Qué consejos da para cumplir 100 años?
— Vivir trabajando y comer bien es una manera de llegar saludable.

Luego agrega más factores, “ser optimista y estar en familia, lo más importante”.
“Mi mamá y papá decidieron dedicarse a las plantas, y junto con la ayuda de mis abuelos llevaron el proyecto adelante”, relata Estela. Abrieron un vivero en Bernal que hasta el día de hoy está funcionando. Se llama Vivero Jardín Hiroshima, que hoy atienden Mieko y Estela. El nombre lo heredaron de los antiguos dueños. Su abuela Mitsuko trabajó hasta los 80. Su abuelo Kyhei vivió hasta los 77 años.
La visita del cónsul a la casa fue un motivo de gran alegría, expresaron las mujeres, que ya sabían que la Embajada de Japón ofrece estos reconocimientos. “Felicidades por la trayectoria”, compartió en un tuit el embajador de Japón Hiroshi Yamauchi que es muy activo en redes (@embajadorjpnarg).
— “Estoy muy contenta. Muy agradecida”, dice Mitsuko a Infobae ya cansada.
— Una última pregunta: ¿Fue buena la decisión de haber venido a la Argentina?
— Sí.
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