El pueblo donde todos descienden de una pareja de esclavos y sus leyendas del diablo y el “come ancas”

En medio del monte santiagueño, San Félix es un punto se le escapa hasta a Google Maps. Se inició hace más de 200 años con una pareja de esclavos liberados. Sus habitantes intentan mantener viva la cultura afro, así como los relatos fantásticos que forman parte del acervo cultural del paraje

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En San Félix, casi todos los pobladores son descendientes de una pareja de esclavos que obtuvo la libertad hace 200 años (Facebook)
En San Félix, casi todos los pobladores son descendientes de una pareja de esclavos que obtuvo la libertad hace 200 años (Facebook)

Antes, no se sabe desde cuándo, el pueblo se llamaba Rosario. Lo inició Julián del Rosario Guerra, un esclavo casado con Felipa Iramaín hace ya más de doscientos años, en medio del monte en Santiago del Estero. Su amo, un terrateniente de apellido Frías, les había dado la libertad por pedido de su hija cuando cumplió los 15 años. El hombre les obsequió una legua cuadrada de tierra a unos quince kilómetros de donde está el poblado actualmente.

Ambos tenían la marca de los esclavos: el número 2 grabado a fuego de hierro candente. Ella en la nalga y él en la espalda. Infobae habló con los hermanos Carlos y Omar Torres, sexta generación de esa pareja de esclavos. Como los escasos pobladores del lugar, intentan mantener viva la memoria y la cultura afro, en una provincia donde en la época del virreinato los esclavos representaban el 54% de la población.

El matrimonio de esclavos libres prosperó y formaron una familia con nueve hijos. Criaban ganado, llegaron a tener bastantes animales y a formarse una posición. El ranchito estaba a unos 800 metros de lo que entonces era el Camino Real, un trayecto que hace ya mucho tiempo fue devorado por el monte. Por esa época pasaba mucha gente por allí, ya que era una vía de comunicación que enlazaba con el norte. Uno fue el gringo Félix Alderete, un rubio alto que llegó a capitán de las montoneras, quien se acercó al rancho, que se distinguía en lo más alto de una lomada, a pedir agua y un poco de sombra para el descanso. Y se quedó.

Símbolo de la barbarie. El hierro original con el que marcaron a fuego a la pareja de esclavos. (Foto Omar Torres)
Símbolo de la barbarie. El hierro original con el que marcaron a fuego a la pareja de esclavos. (Foto Omar Torres)

Alderete se casó con una de las hijas del matrimonio y ahí comenzó el mestizaje. Los otros hijos también se casaron y se quedaron en la zona. A muchos de los pobladores del lugar, que incluye El Bobadal, la Guanaca y San Andrés, entre otros, los une alguna relación de parentesco.

Los descendientes de Alderete se distinguían por ser altos, por eso en el lugar los llamaban “los Alderete de espinazo largo”. La cuestión fue que este hombre le compró tierras a sus cuñados, y terminó por adueñarse de toda la zona. Al pueblo le cambió el nombre y le puso San Félix, un santo del que era devoto. Alderete murió a los 102 años.

El bisabuelo de los hermanos Torres es Delfín Alderete, el hijo del gringo. Delfín se casó con una mujer con sangre blanca e indígena. Y continuó la descendencia.

Histórico instrumento usado en las batallas de las montoneras, cuando Félix Alderete peleaba como capitán. (Foto Omar Torres)
Histórico instrumento usado en las batallas de las montoneras, cuando Félix Alderete peleaba como capitán. (Foto Omar Torres)

Hoy San Félix, a 130 kilómetros de la capital provincial, es un pueblo “de viejos y de niños”, que en su momento de apogeo llegó a tener unas sesenta casas, como describe Omar. La gente cría vacas, cerdos, ovejas, cabras y aves de corral.

Están quienes viven de los planes y otros se la rebuscan en las fincas. Los jóvenes emigraron hacia otros destinos en busca de trabajo. Ayudó a cortar un poco el éxodo que hace ocho años se habilitó un camino de ripio -intransitable cuando llueve- que lo comunica a la ruta 34, aunque la primera senda la abrió, a golpe de pala y hacha, el maestro Juan Carlos Infante de Castaño con la colaboración de los vecinos. Para la atención de la salud cuenta con una posta sanitaria, atendida por un enfermero que va tres veces por semana, dos horas a la tarde. Algo similar con la policía, que aparece en días y en horas perdidas durante la semana.

Dos de los hermanos Torres. El que está parado es Juan y el otro es Oscar, quien tiene pensado abrir una escuela "sin cuadernos".
Dos de los hermanos Torres. El que está parado es Juan y el otro es Oscar, quien tiene pensado abrir una escuela "sin cuadernos".

En San Félix tienen la fortuna de contar con sitios donde pueden extraer agua, no como otros pueblos, como El Bobadal, donde llevan el líquido desde La Fortuna. Y posee, además, aguas termales. No tienen gas natural y la electricidad la proveen unos paneles solares que alcanzan para la iluminación de las casas y para no mucho más.

Es un pueblo que no deja de sorprender, ya que cuenta con una pista de lo que los lugareños llaman “ligerillos”: carreras en las que se compite caminando y está prohibido correr. La madre de Omar, hoy de 91 años, que canta y toca la guitarra, era una entusiasta de esta práctica.

La pista del "ligerillo" en el pueblo. (Foto Omar Torres)
La pista del "ligerillo" en el pueblo. (Foto Omar Torres)

Está la escuela rural número 693 “Manuel Argañaraz”, con jardín de infantes y primaria. Es de tiempo completo y tiene un anexo que funciona como albergue para los chicos. Hoy cuenta con unos 22 alumnos de San Félix y unos 19 de El Bobadal, un pueblo que queda a unos 18 kilómetros, “veinte si vamos por el camino”. Omar dice que, para hacer justicia, la escuela debería llevar el nombre de su fundador, el propio Castaño, un maestro de Villa La Punta que la levantó sin ayuda del Estado en la década del 60. Esa escuela comenzó a funcionar en una casita que su abuelo donó. El maestro hacía lo imposible por retener a los chicos y que no abandonasen sus estudios para irse a la zafra tucumana. Siempre hablaba del estudio como un arma poderosa, recuerdan.

A Torres, cuya mamá trabajó como cocinera sin sueldo en la escuela, le parece mentira que haya llegado a tener 120 alumnos. El maestro, por una enfermedad en la vista, debió jubilarse por discapacidad y murió fulminado de un ataque cardíaco.

La casa del "come ancas", que revive una leyenda del lugar. (Foto Omar Torres)
La casa del "come ancas", que revive una leyenda del lugar. (Foto Omar Torres)

Este lugar, perdido en el monte santiagueño, donde cuando corre un simple viento uno no ve la palma de sus manos, tiene una historia de misterio, que involucra al mismísimo diablo.

Dicen que el esclavo Julián estaba comprometido con Mandinga, que un día llegó hasta el rancho del negro, montado en una mula. Una de sus patas traseras brillaba como si tuviera oro. Julián lo invitó a bajar y a entrar. Estuvieron cantando con guitarra y tomando durante tres largos días. Al momento de irse, Mandinga pidió su mula. Los hijos del esclavo la buscaron, con la mala suerte que se descogotó. Al animal, ya en tierra, un carancho le comió un ojo. El diablo reprendió a los muchachos, y uno de ellos le dijo que tomase en compensación cualquiera de los animales del corral. Pero Mandinga le contestó que “todo lo que ven es mío y de mi amigo Julián”. Antes de partir, les advirtió que el pueblo nunca progresaría. Luego se encaminó a una represa donde los animales tomaban agua, y desapareció.

"El naranjita" es un duende que simboliza la esperanza, el progreso y el bienestar. (Foto Omar Torres)
"El naranjita" es un duende que simboliza la esperanza, el progreso y el bienestar. (Foto Omar Torres)

Cuando el negro Julián falleció, una yegua parió una mula. Una de sus patas tenía láminas de oro adheridas. Un año después comenzó la pobreza, y nunca se fue.

Sin embargo, en el pueblo aún se sorprenden con otra leyenda, la del Come Ancas.

Cuando el matrimonio de esclavos libertos murió, un extraño fenómeno preocupó a los pobladores. Los burros, usados como animales de carga, aparecían casi desfallecientes, con sus ancas comidas en los lugares donde habían sido marcados. La situación se repitió en los días siguientes. Llamaban la atención los cortes perfectos en la carne, pero no se notaban rastros de garras o de colmillos.

Una noche de luna llena los vecinos acordaron dejar sueltos a burros y vigilarlos para descubrir al culpable. Entonces vieron cómo emergía de la tierra una sombra diminuta que se transformaba en una suerte de mariposa. Una vez sobre la bestia, que lanzaba alaridos de dolor, la sombra se hacía un ovillo y bajaba nuevamente a la tierra por las patas del animal.

Omar Torres organiza encuentros con los chicos de la zona. Comparte con ellos las historias y las leyendas propias del lugar. (Foto Omar Torres)
Omar Torres organiza encuentros con los chicos de la zona. Comparte con ellos las historias y las leyendas propias del lugar. (Foto Omar Torres)

La gente estaba convencida de que eran los espíritus del matrimonio de esclavos que no querían que los animales fuesen marcados, como habían sido ellos. En las semanas siguientes los burros mostraban sus ancas comidas, pero nada tenían los que no poseían marca. Como resultado, dejaron de grabarlos a fuego.

La vieja cruz del primer cementerio del lugar. Devorado por el monte, fue hallado de casualidad. (Foto Omar Torres)
La vieja cruz del primer cementerio del lugar. Devorado por el monte, fue hallado de casualidad. (Foto Omar Torres)

Omar, que prefiere “un loco activo que mil cuerdos pasivos”, se propuso rescatar la historia, la cultura afro y las leyendas fantásticas que rodean a San Félix. Entre San Pedro y El Bobadal abrió una casa museo llamada Come Ancas, donde cuenta estas historias, especialmente a los más chicos, porque está convencido de que forma parte de la tradición cultural del lugar. La casa la terminó en el 2010 y la construyó él mismo.

El frente del museo es un Come Ancas gigante y, como lo explica Torres, todo tiene su significado. Sus ojos son de mirada mansa, aunque en las noches se vuelven rojos, buscando venganza por los que padecieron la esclavitud; sus lágrimas representan el dolor, el sufrimiento, la discriminación y el olvido al que fueron sometidos los negros. Su nariz hace de mirador, y desde allí se puede ver el pasado, vivir el presente y proyectar el futuro; en su boca se ven dientes grandes y filosos, como su lengua, simulando garfios afiladísimos para realizar cortes quirúrgicos rápidos. Sus manos son la ternura, la caricia y la paz, que es lo que se desea para el pueblo y para la raza negra.

El "come anca" en plena acción, atacando al burro marcado. (Foto Omar Torres)
El "come anca" en plena acción, atacando al burro marcado. (Foto Omar Torres)

Frente al museo está “el Naranjita”, una suerte de duende que simboliza la abundancia, el progreso y el bienestar.

Antes de la pandemia, organizaba reuniones donde los chicos, mientras comían las tortillas acompañadas con leche y jugo, seguían sus relatos con mucha atención, y ellos las repetían a sus padres. “A veces lloramos todos juntos y a veces me sorprendo caminando en la calle llorando solo”.

Hoy es un policía retirado luego de 25 años de servicio; sus tres hijos viven en la capital provincial y está casado con una maestra. Decidió “contar historias que me gustan” en ese pueblo donde se lamenta que el caballo ya haya sido olvidado y reemplazado por la moto.

Se propuso abrir una escuela “sin cuadernos”, donde los pequeños aprendan a través de la palabra. Es que tiene muy grabado que cuando iba a la escuela “era de los más pésimos”. Permanentemente, el maestro reunía a estos alumnos y les hablaba y los aconsejaba. “Gracias a esos consejos, hoy soy como soy”. Explicó a Infobae que hay cosas que dejaron de enseñarse y cada vez hay más valores que la juventud pierde.

Tiene todo pensado. La escuela llevará el nombre de Castaño, aquel maestro que lo marcó de por vida; ya comprometió a algunas docentes, tiene el lugar y planea mantenerla con “mi bolsillito chico”, como dice. “No es caro, solo hay que ponerle voluntad”. Compró juegos, aunque otros los inventa. “Estoy armadito”, advirtió.

San Félix es una orgullosa comunidad afrodescendiente, y quiere que la historia y la tradición no se pierdan. (Facebook)
San Félix es una orgullosa comunidad afrodescendiente, y quiere que la historia y la tradición no se pierdan. (Facebook)

Cuando empezaron a relatar la historia de que los habitantes del pueblo casi todos son descendientes de esclavos, nadie les creía. “Ustedes no son afros”, los descalificaban. Fueron de Santiago del Estero capital y del INADI, que terminaron comprobando la veracidad de los hechos y San Félix salió del anonimato.

De ese rancho donde vivían los esclavos y donde todo empezó, no queda nada. Los restos de Julián y Felipa descansan en el cementerio de Cruz Loma, cuya existencia solo se sabía por tradición oral. Un lugareño, buscando sus cabras, lo encontró de casualidad. Allí eran enterrados coyas que venían del Alto Perú en mulas y morían en el trayecto. A un kilómetro está el de Vitiaca. La primera inhumación es de 1923 y fue una de las hijas del matrimonio esclavo.

Vaya a saber quién, escarbando en las brasas, encontró ese hierro infame, ya bastante oxidado, con el que se marcaba a fuego la carne y se lo regaló a Omar, que cuando le preguntamos si él había visto alguna vez la sombra del Come Anca, respondió enigmático: “Quizá si, quizá no”.

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