Minería y agro: la oportunidad estratégica para las regiones

Replicar en Moquegua el modelo del Valle Fortaleza no es solo una aspiración técnica, sino un reto público-privado que exige alinear voluntades y capacidades

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Pese a generar altos ingresos,
Pese a generar altos ingresos, la agricultura y minería de 1821 carecían de apoyo legislativo, según el primer Congreso Constituyente liderado por Ismael Contreras. (Andina)

En el Perú, la relación entre minería y agricultura suele percibirse como incompatible. Sin embargo, el caso del Valle Fortaleza, en Áncash, demuestra que la articulación virtuosa entre ambos sectores genera desarrollo.

Antamina, la agroexportadora TALSA y pequeños productores transformaron la palta Hass de un cultivo de subsistencia a uno de desarrollo. Este logro se basó en tres pilares: inversión social orientada a inserción de pequeños productores en cadenas de valor a través de la transferencia tecnológica y acceso a mercados internacionales. Además del pago de sus impuestos, canon y regalías, Antamina financió infraestructura, fortaleció capacidades técnicas y modernizó el riego; mientras que TALSA, como empresa tractora, brindó asistencia técnica y asesoría especializada, capacitó a los productores, implementó herramientas de gestión y facilitó condiciones comerciales.

¿Qué otra región del país también reúne hoy las condiciones para replicar y escalar un modelo de articulación minera–agroindustrial como el del Valle Fortaleza? Moquegua presenta condiciones para replicar este modelo: cuenta con dos operaciones mineras de gran escala—Southern Perú y Anglo American— y una próxima a iniciar —Buenaventura—. Estas empresas cuentan ya con iniciativas de apoyo al sector agrícola en la región y bien podrían potenciarlas si articularan con empresas tractoras capaces de integrar a los pequeños productores en cadenas de valor dinámicas y sostenibles.

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Aunque la palta es el segundo producto agrícola relevante en la región, solo por detrás de la alfalfa, concentró solo el 16.50% del valor de las exportaciones agropecuarias de Moquegua en 2024, lo cual lo perfila como un cultivo con la oportunidad de tomar mayor protagonismo por su creciente superficie agrícola y la participación de pequeños productores No obstante, la cadena de valor de palta enfrenta desafíos que limitan su despegue competitivo: escasez hídrica, baja tecnificación del riego, rendimientos estancados frente a regiones líderes, falta de estandarización y certificaciones, débil organización, dependencia de intermediarios y capacidades técnicas limitadas en manejo, nutrición y postcosecha.

Estos retos se reflejan en sus indicadores productivos. Según datos del Midagri, la palta —uno de los cultivos de mayor incidencia en Moquegua— incrementó su producción de 6,951 toneladas en 2019 a 8,919 toneladas en 2024, con un aumento de la superficie cosechada de 1,100 a 1,340 hectáreas y una ligera mejora en la productividad, de 6,32 a 6,66 toneladas por hectárea. En contraste, Áncash experimentó un crecimiento más acelerado: la producción pasó de 20,180 a 42,815 toneladas, con un salto en productividad de 7,01 a 8,47 toneladas por hectárea. La diferencia también es evidente en la agroexportación. Según información del Mincetur, entre 2019 y 2024, las exportaciones moqueguanas de palta crecieron de USD 0,65 millones a USD 1,36 millones, mientras que Áncash pasó de USD 24 millones a USD 70 millones. Estos contrastes reflejan la eficacia de estrategias integrales de articulación entre productores, empresas mineras y empresas tractoras.

Agenda minera… una opción de
Agenda minera… una opción de vida (Foto: Shutterstock)

Replicar en Moquegua el modelo del Valle Fortaleza no es solo una aspiración técnica, sino un reto público-privado que exige alinear voluntades y capacidades. El potencial está claro: la minería puede aportar recursos e infraestructura; las empresas tractoras pueden garantizar estándares, mercados y sostenibilidad comercial; y el Estado debe asumir un rol protagónico, no solo como articulador, sino como garante de condiciones habilitantes. Esto implica coordinar a gobiernos locales, regionales y nacional en una política de desarrollo productivo, invertir en infraestructura hídrica y logística, promover certificaciones internacionales, facilitar el acceso a financiamiento productivo y asegurar asistencia técnica continua. La minería como catalizador, las empresas tractoras como puente y el Estado como impulsor activo son la base de una apuesta por la diversificación productiva territorial.

(*) Humberto Villanueva es Magister en Emprendimiento y Nuevos Negocios de la Pontificia Universidad Católica del Perú, docente de la Universidad del Pacífico y es Embajador de la Red de Jóvenes Líderes IPE de la región Moquegua.