
En los últimos meses, hablar de inteligencia artificial parece volverse inevitable. La conversación pública oscila entre el miedo al reemplazo masivo de empleos y la ilusión de que todas las soluciones estarán al alcance de un comando. Sin embargo, cuando miramos la realidad de nuestro país, el escenario es mucho más humano —y más desafiante—.
El reciente Monitor Nacional, realizado en conjunto entre Taquion, IPLAN y RESTART, sobre el uso de la Inteligencia Artificial en las empresas argentinas, ofrece una radiografía clara: 6 de cada 10 argentinos utilizan IA en su vida personal, y 7 de cada 10 de esos usuarios perciben mejoras concretas en su productividad. Es decir, la herramienta ya está integrada en la vida cotidiana como aliada para aprender, resolver problemas, informarse o trabajar mejor.
Pero cuando pasamos del plano personal al organizacional, la historia cambia. Apenas el 43% de los trabajadores afirma que la IA se utiliza en su empresa, generalmente de forma parcial, aislada o en tareas básicas. Solo el 6% declara una implementación amplia, integrada a procesos reales de negocio.
Esta brecha evidencia un punto central: las personas van más rápido que las organizaciones. Mientras los individuos exploran, prueban y adoptan tecnología por iniciativa propia, muchas estructuras empresariales siguen atadas a procesos manuales, escasa innovación y falta de capacitación formal. De hecho, los propios empleados identifican estos factores como el principal problema operativo dentro de sus compañías.
La barrera no es tecnológica: las soluciones existen. Lo que falta es integración estratégica, liderazgo y un cambio cultural profundo. Más de la mitad de las organizaciones reconoce no medir indicadores claros de adopción de IA y la mayoría no cuenta con responsables formales de transformación digital. Aun así, existe conciencia del riesgo: una parte relevante de los trabajadores considera que sus empresas podrían quedar obsoletas en pocos años si no avanzan en la incorporación efectiva de estas herramientas.
Esto nos invita a reformular la pregunta habitual. No es si la inteligencia artificial va a cambiar el futuro: ese proceso ya está en marcha. La verdadera pregunta es quiénes van a liderar ese cambio y quiénes quedarán observando desde afuera.
La IA no reemplaza personas: potencia talento. No destruye valor: lo multiplica cuando se integra correctamente a los procesos productivos. La clave está en pasar del uso individual a una adopción organizacional consciente, planificada y orientada a resultados.
Argentina cuenta con talento, creatividad y un ecosistema empresarial dispuesto a innovar. Convertir estas fortalezas en competitividad real dependerá de una decisión central: transformar la inteligencia artificial en política de desarrollo productivo y no en una moda pasajera.
El futuro no se espera: se diseña. Y hoy tenemos una oportunidad concreta de hacerlo.
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