
El primer viaje internacional de León XIV a Turquía y al Líbano dejó en el mundo una impresión clara: la continuidad del pontificado de Francisco es gestual y comunicacional. El nuevo Papa eligió comenzar su misión global en dos territorios donde Oriente y Occidente se rozan, a veces se hieren, pero también se encuentran. Allí llevó una presencia sobria, serena y profundamente humana, con discursos breves y una intensidad visual que marcó la narrativa del viaje.
Uno de los ejes centrales fue la conmemoración del Concilio de Nicea, un gesto que recupera la memoria del primer gran esfuerzo de unidad cristiana hace 1700 años. En Turquía, León XIV retomó la insistencia de Francisco en que el ecumenismo y el diálogo interreligioso avanzan más con gestos que con documentos. Su lenguaje corporal habló tanto como sus palabras: cercanía con los patriarcas ortodoxos, respeto en los santuarios musulmanes -incluido el momento en que se descalzó para ingresar a una mezquita- y una serenidad clara al dialogar con las autoridades civiles.
En el Líbano, país que vive una fragilidad estructural, el Papa llevó un mensaje directo: sin estabilidad y sin convivencia religiosa, el futuro de Medio Oriente se vuelve inviable. Esa fragilidad no es solo política: el país atraviesa una de las crisis económicas y sociales más profundas de su historia reciente y una convivencia desgarrada por tensiones internas y regionales.
En ese escenario, la presencia del Papa buscó ser un signo de acompañamiento y de esperanza concreta. Allí profundizó el diálogo interreligioso y ecuménico, visitó el puerto de Beirut -símbolo de dolor y renacimiento- y rezó ante la tumba de San Chárbel, un santo que reúne devotos de múltiples tradiciones. Fue un modo de decir que la paz regional también se construye desde las periferias espirituales.
A la vez, León XIV retomó con naturalidad el estilo comunicacional de Francisco: frases breves, imágenes potentes y una especial atención a quienes suelen quedar fuera del centro de la escena. Hubo encuentros con jóvenes, con comunidades heridas por la pobreza y con personas desplazadas.
Este modo amplía el sentido del viaje, integrando lo celebrativo con lo profundamente humano: para ambos pontífices, la fe no se expresa únicamente en los templos, sino también en el encuentro real con la vida de la gente. Los gestos y las celebraciones no compiten entre sí, sino que se iluminan mutuamente, mostrando que la dimensión espiritual se encarna siempre en historias y rostros concretos.

Otro rasgo del viaje fue el uso de múltiples idiomas, no como exhibición cultural, sino como estrategia de cercanía. Saludó y habló en árabe, turco, inglés, español e italiano, marcando un estilo que prioriza la accesibilidad y el respeto por cada interlocutor. En tiempos en que la comunicación global puede volverse impersonal, el Papa eligió el camino contrario: personalizar el mensaje para que cada comunidad se sintiera escuchada.
En la búsqueda de la paz, el punto más firme del viaje fue su reiteración -formulada durante la rueda de prensa en el avión, entre un destino y el otro, frente a los periodistas que lo acompañaban- de que la única salida viable al conflicto en Medio Oriente sigue siendo la solución de los dos Estados.
No fue una declaración circunstancial, y tampoco un giro político de un pontificado recién iniciado: fue la continuidad explícita de una convicción que la diplomacia de la Santa Sede sostiene desde hace décadas, basada en la certeza de que el reconocimiento mutuo constituye la base mínima para una paz duradera. León XIV no habló desde la confrontación, sino desde la autoridad moral que nace de afirmar la dignidad humana por encima de cualquier interés geopolítico.
Pero quizá lo más sorprendente fue su forma de mostrar emociones sin temor: sobrio en las liturgias y cálido al consolar; preciso al hablar y transparente en el rostro. Esa combinación -un Papa sin grandilocuencias y muy atento a los gestos- hizo que cada escena del viaje fuera un mensaje en sí misma. En un mundo saturado de palabras, León XIV apuesta a que las imágenes verdaderas pueden unir más que mil argumentos.
El primer viaje del nuevo pontífice no dejó solo declaraciones: dejó una actitud. La de un Papa que camina en continuidad con Francisco, que mira a Oriente con respeto, que apuesta por la unidad y la paz, y que entiende que la comunicación de la Iglesia, como él mismo, ya no puede ser solo institucional: debe ser encarnada, humilde y profundamente humana.
*El autor es sacerdote y director de la Oficina de Comunicación de la Conferencia Episcopal Argentina
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