
Este año, se cumplen 80 años desde que fueron liberados el puñado de sobrevivientes que resistieron a la muerte en el campo de exterminio de Auschwitz. A 80 años de su liberación, nos encontramos ante una realidad que nos interpela como humanidad: ¿qué significa recordar, en un mundo que parece condenado a repetir sus errores?
Recordar no es simplemente evocar el pasado; es un acto de responsabilidad moral hacia el presente y el futuro. Auschwitz no fue solo un lugar, fue el símbolo del horror al que puede llegar la humanidad cuando la indiferencia, el odio y la intolerancia se convierten en norma. Es por ello que preservar la memoria del Holocausto no es un ejercicio para historiadores, sino una misión colectiva que involucra a cada uno de nosotros.
Hoy las nuevas generaciones crecen sin el testimonio directo de quienes sobrevivieron a los horrores del nazismo. Esto plantea un desafío urgente: transmitir la memoria de manera que resuene en un mundo que, a menudo, parece haber aprendido poco de sus tragedias. Los negacionismos y las distorsiones del Holocausto no solo insultan la memoria de las víctimas, sino que también debilitan nuestra capacidad de reconocer y confrontar nuevas formas de odio.
En América Latina, una región rica en diversidad, tenemos una responsabilidad particular. Aquí conviven distintas culturas, religiones y etnias, lo que nos da la oportunidad y el deber de ser ejemplo de convivencia pacífica. Pero también debemos estar alerta: los discursos de odio no son un fenómeno ajeno. Preservar la memoria del Holocausto es también un llamado a combatir esas narrativas y a fortalecer los valores democráticos que garantizan una sociedad justa.
Hoy, recordar a los seis millones de judíos asesinados no es solo un acto de justicia histórica, sino una declaración de intención. Es reafirmar que no permitiremos que el antisemitismo, el racismo o cualquier forma de discriminación se vuelvan a arraigar en nuestras sociedades. Es educar para la empatía, construir puentes y asumir que el “nunca más” no es solo una frase, sino un compromiso cotidiano.
La memoria no es un legado estático; es una herramienta viva que nos invita a reflexionar sobre quiénes somos y qué mundo queremos construir. Este 27 de enero, nos invito a todos a hacer una pausa, a recordar y a renovar ese pacto implícito con las futuras generaciones: que no olvidaremos, que aprenderemos y que construiremos una sociedad donde la dignidad humana sea innegociable.
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