
No puedo eludir la sensación de que muchas personas en nuestro país, tan extenso y de gran belleza, herido por su propia historia abundante en saqueos y delirios, y no menos numeroso en gente que expone el síndrome de Estocolmo enamoradas de sus rapaces gobernantes, creen que Vaca Muerta no existe. Que es un cuento, un cebo, una ilusión para la gilada.
O también que muchos no saben qué es, ni de qué se trata. Tampoco les importa. Algunos con las fatigas de alimentarse como sea y otros porque todo aquello en lo que no pueden beneficiarse y chupar del Estado, no les resulta interesante.
Son varias las consecuencias, desde luego indeseadas, de tobogán argentino.
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Una de ellas, dolorosa, es la ruptura entre personas: la imposibilidad de que unos miren el mundo de una manera y otros de una distinta sin mantener el sentimiento de amistad. Un valor alto en este sitio roto por la relación tribal de la política, fomentada y trabajada con todo cálculo para enconarse y olvidar cualquier razonamiento o sensibilidad. Estoy seguro de que ese aspecto forma un daño mayúsculo en el transcurrir de un desastre aceptado y aún preferible.
La balcanización argentina está la vista, la mesa está servida. El vecino que fuera simpático ha pasado a ser insoportable, digno de ser suprimido. Todo resulta en parte planificación y alevosía, y en parte ignorancia, sometimiento y la brutalidad alegre y orgullosa.
El estallido de la confianza nos pone en peligro. Sin confianza entre gobernados y gobernantes, y aun entre hombres y mujeres corrientes que rasgan sus vínculos familiares con furia y, por supuesto, pena.

Creo que hay, entonces, para preguntarse si Vaca Muerta existe. Porque hay una percepción escéptica o indiferente frente a la posibilidad de que el país se abastezca de gas y de petróleo por medio de la extracción no convencional. Los geólogos – encuentro- dividen el subsuelo de acuerdo con las características de las rocas, diferenciadas por la detección especializada.
Vaca Muerta es el nombre de una formación geológica capaz de generar gas y petróleo por una técnica en general llamada “shale”. Aquello denominado convencional, los pozos de petróleo que en el cine ha sido generosos en tipos que conseguían extraerlo y se bañaban en el chorro que salía, felices de que en adelante se iban a forrar de verdad.
Eso me indican, sale de una roca madre hacia otros modos de conseguir petróleo. Vaca Muerta se parte de la roca directamente. No sigo adelante porque no tengo las formas de conocimiento más altas y exigentes, pero, en una síntesis probablemente insuficiente, es eso. Del modo en que también se procesa en Estados Unidos, Canadá y China. Shale es en inicio roca, pero sí se le pone al lado “esquisto” esa la vez una arcilla sometida a grandes presiones y no menos grandes cantidades de agua para la obtención de gas y petróleo.
Se llama Vaca Muerta aquello donde está lo central de una vasta superficie que comprendo a Neuquén, sobre todo, Mendoza, Río Negro. Y no se llama Vaca Muerta por el uso toponímico, ni por semejarse en la sierra a la silueta de una vaca, como tantas veces se propone rostros de un indio dormido, un águila, lo que sea, que muy difícilmente el visitante logre ver otra cosa que la loma serrana.
Pero bueno, no es grave: son los guías turísticas y no hay problema. Vaca Muerta es llamada así porque en una planicie, mientras se exploraba al norte de Neuquén, Zapala, encontraron una vaca muerta. Simple. Mucho más complicado sería explicar Venado Tuerto, imagino. Exploraba el doctor en geología y paleontología estadounidense Charles Weaver ¡en 1931!
Se conocía desde entonces la posibilidad y el método de extracción fue perfeccionándose. De manera que la Argentina, en su estupefacción, desidia y falta de acción, se ha puesto a intentarlo con mediana seriedad - es un decir- hace tres años después de setenta desde que señor Weaver encontró que estaba allí. Tenemos un escollo de gente, es decir, un escollo mayúsculo.
Ni siquiera el nombre de lo que ocurre o está ocurriendo tarde, mal y carísimo, una vaca, tan cercano a nuestra historia económica al virar desde las haciendas criollas a las razas escocesas por obra de “la oligarquía” gestora se ha sido nuestro lugar uno de los más importantes de la Tierra. En la escuela primaria nos dicen que la vaca nos dice la leche, pongamos. Nos da, nos da, en fin: se la sacamos y nos alimentamos al tiempo en que se desarrolla una agroindustria importante.
La penosa presentación como señal de unidad al poner en marcha Vaca Muerta, de lo que se ha hecho poquísimo, con reclamos mapuches, falsos o verdaderos manipulados, sin contratos claros, sin la seguridad colectiva de que hay un estreñimiento de inauguraciones que se llevan el tiempo y la corrupción y con la claridad necesaria: ¿De quién es Vaca Muerta? La Constitución señala que de las provincias. El resto es madeja a resolver.
Postrada en el cuarto mundo, con excepciones personales admirables, no es necio preguntarse si existe Vaca Muerta en la idea de millones de habitantes, en lo que no se cree que irá muy bien y cambiará parte de la matriz económica demencial, a los que les da lo mismo o ni siquiera saben de qué va.
Más menos como en algún verso del poema Las Moscas, de Machado (Antonio): “… de esta segunda inocencia/ que da en no creer en nada/ en nada.”
Lo han conseguido.
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