
En las PASO, los argentinos fuimos protagonistas de un resultado que muchos coincidimos en interpretarlo como un claro mensaje al Gobierno: tienen que gobernar y dejar de relatar lo que pasa usando la herencia recibida y el drama de la pandemia como justificativos de su mala gestión. Esa es la verdadera causa de la derrota, no los errores de la campaña electoral. A pocos días de la elección definitiva cabe preguntarse qué está en juego y por qué Juntos es la alternativa para poner freno al kirchnerismo.
Ante todo, creo que están en juego libertades, y lo digo en plural porque este gobierno no cree en la libertad de emprender, de trabajar, de estudiar, de progresar. Cada vez que encuentra un mecanismo para limitar libertades no duda en aplicarlo, sin que les importe el impacto inmediato ni las consecuencias futuras de mantener las escuelas cerradas, de imponer controles y prohibiciones de todo tipo o de obligar a miles de pequeños comerciantes a tener las persianas bajas durante todo un año. No es por ahí. Las restricciones caprichosas y arbitrarias siempre generan rechazo porque donde no hay libertad no hay posibilidad alguna de crecimiento.
Una república se construye sobre un contrato social, en cuya base está la Constitución que establece un orden que todos debemos honrar y respetar. Pero, además del respeto a la ley, es fundamental cumplirla y hacerla cumplir. No se puede gobernar con decretos que establecen lo que otros deben hacer, mientras que el que gobierna se cree más allá del bien y del mal. El contrato social nos exige, hoy más que nunca, un contrato también moral. Y eso tiene que ver con los valores que nos identifican, que nos unen y diferencian nuestro espacio como son la honestidad, la transparencia y la responsabilidad de gobernar también con el ejemplo.
Nos quieren llevar hacia un país que no queremos. El país que plantea el kirchnerismo no es un buen país. Es un país donde saltar la fila y vacunarse primero, está bien. Un país donde no podíamos despedir a nuestros seres queridos mientras ellos festejaban un cumpleaños en Olivos. Un país donde se liberaron presos con la excusa absurda de la pandemia, donde se relativiza la propiedad privada o se discute la seguridad por Twitter en vez de dar la pelea contra las mafias y los narcos. A ese país las personas de bien no queremos ir ni vamos a tolerar que quieran llevarnos a las patadas, de manera prepotente y autoritaria.
El mito de que solo un partido puede gobernar se cayó. La sociedad les dijo “basta” porque está cansada de que jueguen con su libertad y subestimen su dignidad. En las próximas elecciones se juega el futuro de un país diferente, hecho de gente que quiere laburar en vez de recibir dádivas; de gente que quiere progresar y que sus hijos puedan estudiar y crecer, sin que tengan que irse para lograr un mañana mejor. Ese país es posible y late en el corazón de millones de argentinos que el 14 de noviembre vamos a votar futuro y esperanza.
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