¿Para qué sirve indignarse?

Solo la inteligencia y la voluntad aplicadas en la organización y en un plan de acción conducen a generar verdaderos cambios

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Llamamos indignación a ese estado de irritación intensa que produce presenciar o ser víctima de una arbitrariedad notoria, una injusticia, un delito o un crimen, que choca violentamente contra nuestro sentido del bien y de lo que es correcto. Usualmente es provocada por la magnitud del mal causado o por la falta grave que supone actuar en contra de la responsabilidad pública asumida. En otro tiempo se le llamaba escándalo (del griego: trampa, obstáculo, escollo).

El caso del llamado vacunatorio VIP ha sido motivo de indignación. Las revelaciones en torno a la vacunación de políticos, funcionarios, sindicalistas, periodistas afines al gobierno, sus amistades y familiares en directa transgresión de los protocolos y las prioridades establecidas han causado un firme rechazo en la población.

Es interesante explorar tanto las causas como los efectos de este caso de indignación general. Solo es posible indignarse cuando el hecho o la situación causada contraría las expectativas. La indignación se deriva de la ruptura de lo previsible. Eso explica que los hechos de corrupción por parte de políticos y funcionarios causen escándalo: son los responsables primarios del bien común. Corrupción es ser elegido o designado para trabajar por el bien común pero beneficiarse privadamente con los recursos públicos disponibles: sean materiales (dinero, objetos) o relacionales (contactos, poder).

La pregunta es si el episodio de la vacunación irregular rompe con la lógica de lo demostrado por el Gobierno nacional o más bien supone la expresión esperable de una continuidad.

No resulta difícil trascender el discurso legitimante de este Gobierno para conocer sus verdaderos propósitos. Desde la presentación pública de su fórmula presidencial, en mayo de 2019, quedó claro para todo aquel que lo quisiera ver que la constitución del Frente de Todos no respondía a un proyecto político que tenía por objeto el interés público, sino a un plan de poder al servicio de un interés particular: la autodefensa de Cristina Fernández de Kirchner.

El armado del Frente de Todos procedió por acumulación de intereses de un puñado de sectores políticos, económicos y sociales. Es sabido que el interés público no procede por acumulación de intereses particulares. En este caso, menos todavía: se trata de una combinación de corporaciones que tiene por objeto la depredación de recursos públicos y el control de áreas estratégicas del Estado y la administración.

La prueba más clara de que es esta la agenda verdadera del gobierno de Alberto Fernández es que en ningún área del Gobierno es posible encontrar resultados mínimamente satisfactorios, puestos en términos de eficacia. Peor: se trata de una gestión desastrosa. Tómese cualquier ministerio: ¿Economía, Salud, Educación, Seguridad, Justicia, Defensa, Acción Social, Producción? Los resultados son vergonzosos. ¿Quizá Ciencia y Técnica, la nave insignia del kirchnerismo? Vean los sueldos de investigadores, el financiamiento de proyectos y la inversión en infraestructura y equipamiento.

La contraparte del virtual cese de gestión de este Gobierno es la masiva creación de organismos, invención de cargos e incorporación de funcionarios en las áreas que considera estratégicas para su objetivo de perpetuación en el poder. La actitud predatoria se manifiesta esencialmente en el copamiento faccioso del Estado. Esto, sin contar los contratos y concesiones a los empresarios amigos, y la parcelización de funciones públicas en beneficio de sindicatos y organizaciones sociales aliadas.

El caso quizá más sonado de esa lógica de depredación es el Ministerio de Género y Diversidad, al que se asignó un porcentaje absolutamente desproporcionado del presupuesto nacional y avanza en la colonización de otras dependencias del Estado, armando kioscos y repartiendo cargos entre militantes. Mientras tanto, las cifras de asesinadas no bajan: la indefensión de las mujeres en situación de riesgo se incrementa por defección de la seguridad y la justicia.

El vacunatorio VIP es un hecho intolerable por el contexto de crisis sanitaria causado por la pandemia. Personal de salud y grupos de riesgo son postergados en beneficio de políticos oficialistas, funcionarios y amigos del poder. Pero no es más que la manifestación puntual de un plan generalizado de explotación particular de recursos públicos. La indignación sólo se explica porque muchos ciudadanos todavía carecen de un panorama general del proceder de este Gobierno.

Desde una perspectiva crítica, el escándalo de la vacunación puede provocar sorpresa, por la arbitrariedad y la desvergüenza con las que han decidido quiénes deben vacunarse primero. Pero como la indignación, es puro efecto. Presumir que será el origen de un cambio o una mayor movilización política es no comprender la índole del escándalo.

A propósito de la gran explosión de descontento político y social que recorriera el mundo mediterráneo hace una década dijo Eduardo Galeano que el mundo se dividía en indignados e indignos. Se equivocaba: el tiempo demostró que se puede ser las dos cosas a la vez. Por su parte Antoine de Saint-Exupéry, en un texto de octubre de 1938 en el que analizaba la naturaleza despiadada y brutal de la guerra, se resistía a caer en la indignación: “El horror no prueba nada; no creo en absoluto en la eficacia de las reacciones animales”. Tenía razón: apenas un año después estallaría el conflicto más sanguinario de la historia.

Los cambios que deseamos rara vez son producto del azar, de la concurrencia de factores aleatorios o de los despuntes de ira colectiva. Solo la inteligencia y la voluntad aplicadas en la organización y en un plan de acción conducen a los efectos esperados.

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