
Durante los años dorados de la movida ochentera, un grupo irrumpió con fuerza en las pistas de baile de Europa y México.
Con abanicos gigantes, vestuarios imposibles y una estética que marcó época, Locomía se convirtió en fenómeno.
Pero más allá del maquillaje y las lentejuelas, uno de sus integrantes vivió una historia de caída, despojo, y redención.
Hoy, en las calles de Morelia, Michoacán, entre coreografías improvisadas y la calidez de una familia que lo acogió, Luis Font intenta reconstruir los pedazos de una vida que alguna vez deslumbró al mundo.

La historia de Luis no es solo la del esplendor fugaz que suele envolver al espectáculo; es la historia de un niño roto, de un joven víctima de abusos, de un hombre hundido por la soledad, las adicciones y la depresión.
Es también la historia de alguien que, después de haberlo perdido todo —dinero, salud, familia, rumbo—, encontró en tierras mexicanas la posibilidad de renacer.
En una entrevista para Ventaneando, transmitida el pasado 6 de agosto de 2025, Luis Font rompió el silencio y compartió su desgarrador testimonio.

El fenómeno mundial de Locomía
Ibiza, 1980s. Locomía no solo hacía música: hacía espectáculo. Con trajes imposibles, abanicos que volaban como banderas y una energía magnética, este grupo de jóvenes españoles encabezado por Javier Font deslumbró en las discotecas más exclusivas.
Luego vinieron contratos discográficos, giras internacionales, y el culto a una estética que rompía moldes.
Luis Font, hermano de Javier, se unió a Locomía a los 16 años.
“Yo con catorce años ya vivo la ruptura de mis papás. Fue difícil… Eso fue cuando yo ya entré en la agrupación de Locomía”, relató.
La fama llegó pronto, pero también las heridas familiares, que, como él mismo confesó, nunca sanaron.
“No existe más fondo”: el infierno personal de Luis Font
Lo que parecía un cuento de hadas terminó en pesadilla. La relación con su hermano fue tormentosa:
“Siempre los trataba muy… gritando. Y el dinero se llevaba en los novios, en las flores, en las joyas… Mi hermano es una persona que solo mira por su interés, que es manipulador, ¿vale? Y sigue siéndolo ahora”.

Después de dejar la agrupación en 1997, Luis cayó en una depresión profunda.
“Cuando entré en depresión, conocí por una persona, pues, la cocaína… Me quedaba en un estudio encerrado y no salía”, narró.
Sin apoyo familiar, sin dinero y con una salud mental fracturada, terminó viviendo en las calles de Madrid por más de un año y medio.
“Me fui a cantar al metro. Digo: ‘¿Qué hago?’. Con lo poco que sacaba, yo comía… lo básico”.
Pero cuando la vida parecía ya sin retorno, una familia mexicana en Morelia lo acogió. Le dieron techo, comida y, sobre todo, cariño.
Hoy, entre recuerdos borrosos de la fama y nuevas rutinas cotidianas, Luis intenta vivir con dignidad.
“Pensaba, digo: ‘Bueno, quizá mi momento aquí ya terminó’. Pero me he vuelto a reconstruir… Me siento mejor que nunca”.
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