
En la madrugada helada de una Navidad, un grupo de estudiantes, sin armas ni más ayuda que su ingenio y un abrigo, irrumpió en la historia británica. No buscaban riquezas ni venganza: su objetivo era una piedra de arenisca de 150 kilos, ignorada por muchos pero venerada en Escocia como la esencia de su soberanía.
Lo que comenzó como una travesura universitaria terminó por convertirse en un golpe simbólico que humilló a la corona y encendió la llama nacionalista como nunca antes. Sin piedra, no hay coronación; sin coronación, no hay rey, y esa noche la monarquía británica quedó, por un instante, al borde del vacío ceremonial.
El mito y el peso de la Piedra del Destino
La Piedra del Destino, llamada Stone of Scone, lleva consigo historias que entrelazan la leyenda bíblica con la lucha nacional escocesa.
De acuerdo con antiguas tradiciones, fue el patriarca Jacob quien apoyó la cabeza en esta piedra, y durante siglos sirvió para la coronación de los monarcas escoceses en la Abadía de Scone.

Su importancia trascendió generaciones hasta que, en 1296, Eduardo I de Inglaterra irrumpió en Escocia y la llevó como trofeo a Londres. Desde entonces, la piedra residió bajo la Silla de la Coronación en la Abadía de Westminster, transformada en un recordatorio constante de la dominación inglesa, tal como reconstruyó BBC.
La piedra, hecha de simple arenisca y equipada con argollas y una cadena para facilitar su traslado, ha sido parte imprescindible en cada coronación real británica: la tradición indica que ningún monarca puede ser consagrado sin ella.
Durante la Segunda Guerra Mundial, las autoridades británicas la ocultaron bajo el suelo de la Abadía de Westminster para protegerla de los bombardeos. Para el nacionalismo escocés, su permanencia lejos de Escocia representaba una herida abierta y una ofensa a la identidad nacional.
Del plan meticuloso a la improvisación y el caos

El rostro visible de la operación, Ian Hamilton, era un joven estudiante de leyes y nacionalista convencido. Junto a Kay Matheson, Gavin Vernon y Alan Stuart, se sumergió en la historia y arquitectura de Westminster, preparado para cada detalle.
Sin embargo, la realidad superó cualquier plan: su primer intento en la Nochebuena de 1950 fracasó cuando Hamilton fue descubierto por un guardia, quien, creyéndolo simplemente adormilado, lo dejó ir tras regalarle unas monedas.
Horas después, pasadas las cuatro de la mañana del 25 de diciembre, el grupo encontró una puerta lateral vulnerable y logró entrar. Arrastraron la piedra usando el abrigo de Hamilton, pero al intentar levantarla, la fragilidad histórica quedó al desnudo: el bloque se partió en dos, según desarrolló BBC.
Hamilton, con gran esfuerzo, sacó el fragmento menor, mientras los otros dos jóvenes buscaban la manera de transportar el resto. Kay Matheson, esperando en el auto, tuvo que improvisar una coartada ante la policía. Finalmente, cada fragmento fue ocultado por separado: uno quedó en un garaje de Birmingham, el otro, enterrado cerca de Rochester.

La huida, el escándalo y el impacto político
La noticia del atraco recorrió el Reino Unido en cuestión de horas. Scotland Yard, al frente de la investigación, dispuso el cierre de la frontera anglo-escocesa por primera vez en siglos. La prensa y la opinión pública no hablaban de otra cosa: el robo, más que un acto delictivo, era interpretado como un símbolo de reivindicación nacional. Para la corona, era una amenaza directa: sin la piedra, la razón de ser de la ceremonia de coronación se tambaleaba.
No tardó la policía en rastrear a los autores. Las indagaciones en las bibliotecas de Glasgow —donde Hamilton había estudiado obsesivamente cada aspecto técnico de Westminster— sirvieron de pista.
Sin embargo, el gobierno británico optó por evadir el escándalo judicial: juzgarlos solo hubiera convertido a los jóvenes en héroes nacionales y amplificado la causa independentista. Los cuatro terminaron sus estudios y nunca fueron procesados, de acuerdo con la reconstrucción de BBC.
De regreso a Escocia: legado y memoria
La piedra, ocultada y reparada con clavijas de cobre por un albañil escocés, fue finalmente depositada de modo simbólico en la Abadía de Arbroath. Allí, en 1320, se había proclamado la independencia escocesa.
La policía la recuperó en marzo de 1951 y la llevó de regreso a Londres. Esa pesada reliquia, restaurada y cargada de nuevos significados, fue usada en junio de 1953 para la coronación televisada de Isabel II.

Todo cambió en 1996, cuando el primer ministro John Major ordenó el retorno oficial de la piedra a Escocia, a condición de que regresara a Londres para futuras coronaciones, según consignó BBC.
El traslado fue celebrado como una victoria nacional y la piedra hoy reposa en el Castillo de Edimburgo, al resguardo de los escoceses y ante la mirada de visitantes de todo el mundo.
En sus memorias, Ian Hamilton confesó que, al levantar uno de los fragmentos en la penumbra de Westminster, sintió que sostenía en sus brazos el alma misma de Escocia.
El robo de la Piedra del Destino fue más que un acto de estudiantes: fue una declaración de resistencia y una reivindicación de pertenencia. Décadas después, sigue brillando como leyenda viva en la historia de Escocia y como recordatorio del poder de los símbolos compartidos.
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