
El calzado fue objeto, en más de una oportunidad y a lo largo de la historia, un protagonista indiscutido. Sin embargo, en 1463 esta prenda tuvo un revés que bien podría calificarse como un tanto particular. Es que la ciudad de Londres decidió prohibir el uso de zapatos con puntas alargadas, llamados crakows o poulaines, tras considerar que se trataba de una moda exagerada y poco decorosa entre los hombres de mayor estatus social.
De acuerdo a Atlas Obscura, la ordenanza limitó la extensión de las puntas a menos de cinco centímetros, medida que buscó frenar una tendencia que se había consolidado durante más de cien años en distintas regiones de Europa. Esta disposición, impulsada por la corte del rey Eduardo IV, respondió a la preocupación por el aumento de extravagancias en la indumentaria nobiliaria de la época y marcó un punto de inflexión en el uso de este icónico calzado.
La historia de los poulaines se remonta al año 1340 en Cracovia, Polonia, ciudad de la cual toman su nombre. Según Rebecca Shawcross, autora de “Shoes: An Illustrated History” y responsable de recursos sobre calzado en el Northampton Museum and Art Gallery de Inglaterra, este tipo de zapatos alcanzó una popularidad sin precedentes durante el siglo XV, al punto de distinguirse como un símbolo exclusivo de riqueza y poder.

La institución donde trabaja Shawcross alberga una colección de 12.000 pares de zapatos, aunque solo una unidad original de poulaine se conserva intacta. La afición por el calzado de punta extendida no era nueva en la Europa medieval. Desde el año 1200 se observaron muestras de interés por este tipo de diseños, pero ningún otro estilo adquirió la longitud ni la masividad que caracterizó a los poulaines.
Las clases altas, y en menor medida las mujeres, adoptaron estos zapatos no solo por moda, sino también para demostrar su estatus, ya que la imposibilidad de realizar trabajo físico en ellos servía como evidencia de una vida libre de esfuerzos y dedicada al ocio.
Aquellas personas que deseaban lucir su posición recurrían a puntas extremadamente prolongadas, reservadas solo para quienes podían permitirse caminar de manera poco práctica.
Los poulaines no se mantenían erguidos por sí solos. Los artesanos los dotaban de estructura mediante material blando como musgo, cabello o lana, lo que evitaba que las puntas perdieran su forma o se doblaran en contacto con la humedad.

El detalle técnico distinguía a los zapatos de mayor calidad y sofisticación. Algunas versiones halladas en excavaciones muestran refuerzos con hueso de ballena, una característica también presente en la confección de corsés de alta gama. La decoración se volvía parte integral de la prenda, incluyendo grabados, telas bordadas y terciopelos, especialmente entre las capas más adineradas.
Las puntas de los poulaines cumplían, además, una función estética. Los cortes bajos permitían exhibir las medias de colores, consideradas un signo de sensualidad masculina. Como las túnicas se acortaban, los hombres jóvenes aprovechaban para mostrar sus piernas, y el zapato de punta larga contribuía a estilizar la figura.
De acuerdo a Atlas Obscura, este fenómeno se dio en un entorno donde el calzado masculino llegó a eclipsar la ostentación femenina en términos de diseño.
La moda de los poulaines debe analizarse en un contexto social y demográfico único. Según Jackie Keily, curadora senior del Museum of London, la expansión del calzado de punta larga coincidió con la recuperación tras la peste negra, que eliminó entre 30 y 60% de la población europea.

La repentina concentración de riqueza en menos manos y la ausencia de familiares impulsaron la búsqueda de consuelo a través de la adquisición de bienes lujosos. Por esto, se asocia el auge de los poulaines con una reacción ante la austeridad y el duelo, similar a otros episodios históricos donde la tragedia colectiva precedió a tendencias opulentas en la moda.
Las pruebas más numerosas sobre poulaines provienen de la pintura medieval y de hallazgos arqueológicos, entre los cuales destaca la colección del Museum of London. El avanzado estado de conservación de algunos ejemplares se debe a su permanencia en los sedimentos húmedos del río Támesis.
Las piezas suelen variar en longitud y ornamentación, pero comparten una manufactura principalmente en cuero, aunque se emplearon también materiales tejidos y pintados.
Frente a los excesos, la autoridad inglesa decidió regular la longitud máxima de las puntas. El Parlamento incluyó la restricción en una ley que también condenó otras costumbres consideradas indecentes, como prendas cortas o rellenos abultados.

El texto de la norma especificó la prohibición de fabricar o utilizar zapatos cuyo extremo superara los cinco centímetros desde el borde de los dedos. Otras ciudades, como París, adoptaron disposiciones similares, aunque en periodos anteriores, como en 1368.
El ciclo de los poulaines concluyó a finales del siglo XV. En 1475, dejaron de verse en la vestimenta cotidiana y dieron lugar a los zapatos de punta ancha, bajo el reinado de Enrique VIII. Inglaterra estableció nuevas regulaciones para evitar los excesos en la moda, entre ellas controles sobre el ancho del calzado.
A pesar de esto, elementos de la estética de punta larga regresaron en el siglo XX con los winklepickers, populares en Inglaterra durante la década de 1950. Estos modelos incorporaron relleno en la punta, una reminiscencia directa de las costumbres medievales. Aunque menos exagerados, lograron captar la atención y se mantuvieron presentes en la cultura popular, libres de prohibiciones oficiales.
La historia de los poulaines permite comprender cómo un simple elemento del vestir puede reflejar transformaciones económicas, sociales y culturales. Su auge y caída demuestran que las modas más extravagantes suelen surgir en escenarios de cambio y, tras desafiar las normas, terminan por ceder frente a nuevas tendencias y necesidades.
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