
En 1945, Hermann Göring, uno de los más altos jerarcas del régimen nazi, enfrentó a la justicia internacional y al psiquiatra del ejército estadounidense Douglas M. Kelley en una serie de interrogatorios que ahora cobran vida en la nueva película Nuremberg. El filme, dirigido y escrito por James Vanderbilt y protagonizado por Russell Crowe y Rami Malek, llegó a las salas esta misma semana y reconstruye uno de los duelos psicológicos más emblemáticos de la historia moderna.
La película se basa en el libro de Jack El-Hai, El nazi y el psiquiatra, cuyas investigaciones aportaron materiales inéditos a la producción. Vanderbilt, guionista de obras como Zodiac, dedicó años a descifrar los diarios personales y objetos oficiales que Kelley llevó consigo tras los juicios, pese a las restricciones del ejército estadounidense. El propio El-Hai cuenta que el hijo del psiquiatra lo recibió en su casa con más de 15 cajas de archivos guardados desde 1946, llenos de documentos, informes clínicos y hasta pertenencias incautadas a los acusados. Esta documentación permitió construir un guion fiel a los interrogatorios en los que Kelley intentó, en palabras recogidas por Smithsonian Magazine, “disecar el mal” y descubrir si existía un patrón psiquiátrico entre los líderes nazis.
El drama inicia tras la captura de Göring por fuerzas estadounidenses. Considerado el segundo hombre más poderoso del Tercer Reich y el último gran símbolo de la jerarquía nazi tras la muerte de Hitler, Göring se convirtió en el foco de indagación clínica y mediática. Rami Malek, como Kelley, encarna el dilema ético de un joven psiquiatra encargado por el ejército de establecer si los acusados comprendían sus actos y podían ser juzgados. La relación entre ambos, según documentos y testimonios preservados por El-Hai y consultados por Berenbaum —historiador que asesoró la película—, se tensó por constantes maniobras de manipulación. El propio El-Hai describe a Göring y Kelley como “King Kong contra Godzilla”: dos expertos en manejar realidades a su antojo en busca de control.
El filme describe los procedimientos judiciales, el clima político y los debates entre los Aliados tras la guerra para determinar el destino de la cúpula nazi. La acción se traslada de Luxemburgo a la devastada Núremberg, donde 22 acusados comparecieron ante un tribunal compuesto por jueces estadounidenses, británicos, franceses y soviéticos. El proceso, que comenzó formalmente el 20 de noviembre de 1945, estableció los primeros cargos internacionales por crímenes contra la humanidad, guerra y conspiración.
Las sesiones de Kelley con Göring se desarrollaban con técnicas novedosas para la época, prueba del interés por descifrar si el horror era un síntoma de locura colectiva o parte de la capacidad humana. El filme recrea el uso de pruebas psiquiátricas, así como los interrogatorios exhaustivos en los que el Reichsmarschall trató de defender públicamente su lealtad al régimen nazi y justificar su conducta como simple consecuencia de la derrota militar. No hubo, según la evaluación de Kelley, arrepentimiento ni reconocimiento de culpabilidad. El psiquiatra fue uno de los pocos que obtuvo acceso directo a la familia de Göring y permitió la correspondencia entre ellos, rompiendo normas oficiales para intentar profundizar en la psicología de su paciente.

El juicio que cambió todo
En otro de los hilos argumentales, el personaje del fiscal estadounidense Robert H. Jackson (Michael Shannon) se enfrenta a presiones de las distintas potencias aliadas: Stalin prefería una ejecución sumaria, Churchil defendía la pena de muerte sin juicio, mientras Estados Unidos abogó por un proceso público que conjugara sistemas legales diversos. “Si solo disparamos a esos hombres, los convertiremos en mártires”, advierte Jackson. Las imágenes del horror nazi —especialmente las filmaciones de campos de concentración— mostradas en la sala conmocionaron a los presentes y, según los registros del propio Kelley, a la mayoría de los acusados.
El relato se aproxima también a los aspectos cotidianos de la vigilancia penitenciaria, marcados por el alto riesgo de suicidio entre los detenidos. Pese a la estricta seguridad, algunos lograron quitarse la vida, como Robert Ley, el jefe del Frente Laboral Alemán. Göring, que siempre consideró el suicidio como un acto honorable ante la derrota, optaría por esta vía horas antes de su ejecución, en octubre de 1946. Su muerte rompió las expectativas sobre la afirmación de valor germánico bajo el nazismo, una valoración que dividió después a los propios testigos históricos: Jackson lo criticó como un acto de cobardía mientras Kelley lo describió como “un toque final magistral”.
La película, aunque dramatiza el papel y la influencia de Kelley, refleja fielmente la pugna intelectual entre los protagonistas y los momentos de quiebre emocional. Los registros de prensa de la época consignan la partida de Kelley del tribunal menos espectacular de lo que muestra el largometraje. Regresó a Estados Unidos, donde publicó sus hallazgos en el libro “22 Cells in Nuremberg”. Pese a la relevancia de su acceso a los archivos y a los protagonistas, el público estadounidense desdeñó el hecho de que Kelley concluyera que los altos funcionarios nazis “no eran monstruos, sino individuos corrientes”, sin un perfil psiquiátrico definido y capaces de cometer atrocidades por puro oportunismo. Esta visión contrastaba con la interpretación de su colega Gilbert, quien popularizó la idea de los acusados como psicópatas aberrantes, una explicación más digerible para la sociedad.

La vida después de Núremberg
Kelley se dedicó en la posguerra al campo de la criminología y colaboró con la policía de California, pero su vida personal se desmoronó ante problemas de salud mental y alcoholismo. En 1958, el psiquiatra acabó con su vida bebiendo cianuro, el mismo método que había usado Göring. La prensa estadounidense especuló con la posibilidad de que Kelley usara una pastilla confiscada al nazi, un extremo que El-Hai descarta pero que no deja de añadir un inquietante vínculo final entre ambos.
El legado de los juicios de Núremberg, tanto en la histórica sala del tribunal como en la cultura popular —y ahora con la llegada de Nuremberg a los cines—, sigue refrescando la discusión sobre el alcance de la justicia, la responsabilidad individual y las raíces del mal. Berenbaum, consultor del filme, lo conecta con su trabajo en Ruanda tras el genocidio, subrayando que “el mundo regresa una y otra vez al modelo de Núremberg”, en la esperanza de que la documentación y el juicio público contengan el futuro regreso de la barbarie.
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