
Hay nombres propios que no necesitan presentación. Bastan dos letras para invocar una época, una revolución estética y una forma radical de entender la libertad. Brigitte Bardot pertenece a esa estirpe excepcional. La actriz ha fallecido a los 91 años; y, aunque decidió retirarse hace medio siglo, seguía siendo una figura que incomodaba, fascinaba y dividía. No por nostalgia, sino por una huella en la sociedad que permanecerá intacta.
Según ha informado este domingo la Fondation Brigitte Bardot en un comunicado oficial remitido a los medios de comunicación, expresan su “inmensa tristeza” al anunciar la muerte de su fundadora y presidenta, calificándola como una figura “de renombre mundial” que “eligió abandonar su prestigiosa carrera para dedicar su vida y energía al bienestar animal y a su fundación”. Sin embargo, se desconoce el momento y el lugar de su fallecimiento.
Bardot no fue únicamente una estrella de cine ni un icono erótico. Fue, ante todo, una mujer que decidió vivir sin pedir permiso en un tiempo en el que eso tenía un precio altísimo. En la Francia de posguerra, dominada por normas rígidas y moral conservadora, ella eligió el deseo, la intuición y la independencia como brújula vital. Simone de Beauvoir lo resumió con precisión quirúrgica: “Al mismo tiempo depredadora y víctima de sus depredadores“.
Nacida en París en 1934 en el seno de una familia acomodada, Brigitte soñaba con ser bailarina clásica. Ingresó en el Conservatorio pese a la oposición paterna, y desde muy joven mostró una resistencia frontal a cualquier forma de disciplina impuesta. El cine llegó casi por azar: una sesión fotográfica, una portada de revista y, poco después, los primeros castings. Su belleza no era solo evidente; era disruptiva. La cámara no la embellecía, la amplificaba.
Roger Vadim

Su vida sentimental se entrelazó pronto con su carrera y tal y como describe Ginette Vincendeau, autora de una de sus biografías, llegó a ser relacionada con hasta 100 hombres. A los 18 años contrajo matrimonio con el director Roger Vadim, quien supo ver en ella un potencial que iba más allá del canon femenino de la época. Juntos firmaron la película que lo cambiaría todo: Y Dios creó a la mujer (1956). Aquella Bardot descalza, sudorosa, bailando sin pudor ni artificio, rompió el molde de la diva distante y dinamitó los códigos morales del cine clásico. Europa la adoró. Estados Unidos la censuró.
El éxito fue inmediato y aplastante. Y también lo fue el escrutinio. Mientras el mundo la deseaba, su vida privada se convertía en material de consumo. Su matrimonio con Vadim terminó en medio de infidelidades y tensiones, y su relación posterior con Jean-Louis Trintignant, compañero de reparto, desató un escándalo que la prensa explotó sin tregua. La inestabilidad emocional, agravada por la soledad y la presión constante, la llevó a varios episodios límite, incluidos intentos de suicidio que marcaron silenciosamente su biografía.
Jacques Charrier
En 1959 se casó con el actor Jacques Charrier, con quien tuvo a su único hijo, Nicolas. La maternidad, sin embargo, nunca fue un territorio cómodo para Bardot. Tras el divorcio, la custodia quedó en manos del padre y la relación madre-hijo fue distante durante años. De hecho, ella nunca ocultó su dificultad para encajar en ese rol impuesto.

Los años siguientes fueron una sucesión vertiginosa de romances, muchos de ellos con figuras clave de la cultura del siglo XX. Bardot vivía el amor como un acto total, sin medias tintas. Entre sus relaciones más célebres destacó la que mantuvo con Serge Gainsbourg, una alianza creativa y pasional que dejó canciones míticas como Je t’aime… moi non plus. Aquella grabación, cargada de sensualidad explícita, fue tan polémica como influyente y consolidó a Bardot como musa más allá del cine.
Gunter Sachs
Su tercer matrimonio, con el millonario alemán Gunter Sachs, fue breve pero intensamente mediático. Sachs la cortejó con gestos grandilocuentes, desde lluvias de pétalos lanzados desde helicópteros hasta viajes de lujo por toda Europa. La unión duró apenas tres años, pero dejó una frase memorable del propio Sachs: un año con Bardot equivalía a una década de vida convencional.
Durante los años sesenta, su fama alcanzó dimensiones de fenómeno nacional. Charles de Gaulle llegó a afirmar que Bardot generaba tantas divisas para Francia como una gran industria automovilística. Aun así, el precio personal era altísimo. Cansada de la exposición, de la exigencia constante de perfección y del acoso mediático, decidió retirarse definitivamente del cine en 1973, con apenas 38 años. Durante los años posteriores, mantendría innumerables relaciones con actores, cantantes y literatos; no obstante, su romance más importante fue con el escultor Miroslav Brozek, con quien convivió desde 1975 hasta 1979.

Bernard d’Ormale
Con el tiempo, Bardot volcó toda su energía en una causa que le dio sentido y estabilidad: la defensa de los animales. Fundó una organización, lideró campañas internacionales y convirtió su hogar en un santuario con cientos de animales. “Entregué mi juventud a los hombres; ahora doy lo mejor de mí a los animales”, afirmó en una de sus declaraciones más citadas.
En 1992 se casó con Bernard d’Ormale, asesor de Marie Le Pen y con quien ha compartido su vida hasta su fallecimiento. Esta etapa ha estado marcada por la tranquilidad doméstica, pero también por polémicas derivadas de sus posiciones políticas derivadas a la extrema derecha, que le han acarreado procesos judiciales y condenas por declaraciones consideradas ofensivas.
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