
En cualquier cocina se puede encontrar un estropajo. Al uso, con toda probabilidad, metido en el fregadero o apoyado en el borde, esperando algún cacharro que haya que fregar. No es muy habitual considerar este utensilio como foco de contaminación pero, aparentemente, es tal la cantidad de bacterias que presentan que solo puede compararse con la que hay en las heces. Y tiene sentido, en realidad, porque está en contacto con restos de comida y con agua: humedad y una abundancia de nutrientes perfecta para la proliferación de microorganismos.
“Son auténticos criaderos de bacterias”
De acuerdo con Matteo Bassetti, director del departamento de Infectología del hospital San Martino de Génova, lanza una advertencia muy clara: estos objetos domésticos albergan una cantidad descomunal de bacterias y, una vez alcanzado cierto tiempo de uso, no existe remedio eficaz más allá de desecharlos.
No es la primera vez que Bassetti utiliza sus canales en redes sociales para advertir sobre riesgos cotidianos relacionados con la higiene. Entre sus alertas más recientes, el especialista ha mencionado las botellas reutilizables, que pueden llegar a concentrar “hasta 40.000 veces más bacterias que las que se encuentran en el baño” si no se lavan de forma adecuada. Ahora, el centro de atención se traslada a los estropajos que se utilizan para lavar los platos.

En un vídeo difundido en Facebook, Bassetti muestra dos estropajos diferentes: uno nuevo y otro con signos claros de desgaste. “Estas son las esponjitas con las que imagino que fregáis los platos. Esta es nueva y esta, sin embargo, ya tiene bastante uso. El problema de los estropajos es que son auténticos criaderos de bacterias”, advierte el científico italiano.
La gravedad de la situación queda reflejada en una investigación realizada por científicos alemanes sobre catorce estropajos usados en la vida diaria. “Se ha encontrado en su interior Moraxella y Serratia”, revela Bassetti, “dos bacterias que también son responsables de ese olor desagradable tan típico de los estropajos, ese aroma a humedad que se suele notar en la vajilla mal lavada”.
La pregunta inevitable que plantea Bassetti en su explicación concierne al número total de bacterias presentes: “¿Sabéis cuántas bacterias hay en un estropajo usado?” La respuesta resulta inquietante: “Casi diez veces la población de toda la Tierra. Hablamos de miles de millones de bacterias. Una concentración tan alta solo se puede comparar con la que se encuentra en las heces”. Motivo suficiente para no volver a tocar un estropajo nunca más.
La conclusión del infectólogo es contundente. “¿Qué hacer con estos estropajos? Hay que tirarlos después de una semana porque hervirlos o desinfectarlos no sirve para nada. Las bacterias permanecen adheridas en el interior y forman capas”. La única alternativa para mantener una higiene adecuada, insiste Bassetti, es “tirar los estropajos y comprar otros nuevos”.
La advertencia se suma a una larga lista de hábitos de higiene doméstica que rara vez acaparan titulares, pero cuyo impacto en la salud puede ser relevante. Al cambiar de estropajo cada semana, la cocina se libra de uno de los focos de bacterias más persistentes: una práctica sencilla que contribuye de forma efectiva a reducir el riesgo de infecciones en el hogar.
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