
Louise Slyth tenía 30 años cuando su empresa pasó por una restructuración de plantilla. Ella no tuvo demasiada suerte y sus jefes le ofrecieron un buen acuerdo por firmar un despido voluntario. Lo que para muchos habría sido una maldición, para Louise era una gran oportunidad: “Por fin tenía la oportunidad de seguir mi sueño de vivir en Barcelona”, cuenta esta mujer escocesa en un artículo publicado por Business Insider.
Su marido tampoco parecía tener ataduras, pues por aquel entonces ya ostentaba un trabajo remoto que le permitía ejercer desde casa. Con su indemnización de despido y el salario de su pareja, además de una útil ciudadanía europea, podían permitirse un “año sabático de mayores” y pasar de vivir en Edimburgo a la ciudad condal.
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“Al principio, parecía que la suerte estaba de nuestra parte”, cuenta Louise. Y así era: vivían en la ciudad perfecta, en el apartamento perfecto, a tan solo 20 minutos del mar. Pero las cosas no tardaron en torcerse. Ninguno de los dos hablaba español de forma fluida y mucho menos catalán y, más pronto que tarde, la barrera del idioma se levantó y no fueron capaces de sortearla.
La barrera del idioma

“No era tan arrogante como para pensar que podía mudarme a España una comprensión decente de los idiomas locales”, asegura la escocesa, “pero no me di cuenta de lo difícil que sería sentirme plenamente integrada en la ciudad sin hablarlos con fluidez”, lamenta.
Aunque el matrimonio había viajado en más ocasiones a Barcelona, hasta ahora habían sido capaces de manejarse chapurreando el idioma: “Podía pedir de un menú y preguntar dónde estaban los probadores en una tienda de ropa”, ejemplifica. Pero esto era diferente: ahora vivían allí y hasta las tareas más sencillas se complican si no eres capaz de hablar bien el idioma.
“Me esforcé en dominar el español, dado que ya conocía algunos básicos”, asegura Louise, que durante un año se apuntó a todas las clases de idiomas que pudo encontrar. Su nivel mejoró con el tiempo: ya podía mantener conversaciones casuales con amigos en cafés y entender mejor el mundo que le rodeaba, pero “dominar un idioma puede llevar años”, se reconoce a sí misma. Y eso le hizo desanimarse.
“Echaba de menos la vida informal de Escocia”
Louise se empezó a dar cuenta de lo difícil que puede ser adaptarse a una nueva ciudad y una nueva cultura si no se domina el idioma. “Me costaba leer las revistas locales o entender la radio”, dice en su escrito. “Actividades que antes daba por sentadas, como ir al teatro local a ver espectáculos en vivo, ahora me resultaban imposibles de disfrutar plenamente”, explica, lo que hacía que echase de menos su hogar.
El trabajar tampoco era sencillo: “Como no hablaba español con fluidez, mis opciones profesionales parecían algo limitadas”, comenta. Consiguió un trabajo como profesora de inglés, pero a tiempo parcial, lo que “apenas me daba para comer”.
Además, su marido perdió su trabajo, pues quebró su empresa y su nivel de español era bastante peor, así que “le costó encontrar un nuevo puesto. ”Con lo que ganábamos, no podríamos ahorrar para la jubilación ni apartar dinero para las vacaciones. Pronto nos dimos cuenta de que podíamos sobrevivir aquí económicamente, pero no prosperar“, lamenta Louise.
Vivir en Barcelona había sido un sueño, pero asentarse de forma indefinida se volvió imposible y regresaron a Edimburgo. Louise y su marido todavía vuelven a Barcelona de vacaciones y esperan poder jubilarse allí cuando llegue el momento. “Como ciudadanos de la UE, todo parece posible. Hasta entonces, seguiré trabajando mi español”, concluye.
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