Muere Lluís Prenafeta, mano derecha de Jordi Pujol

Figura discreta pero influyente del pujolismo, encarnó el auge del nacionalismo catalán moderado antes de verse salpicado por la corrupción

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El exsecretario general de Presidencia,
El exsecretario general de Presidencia, Lluís Prenafeta (EFE)

Lluís Prenafeta, una de las figuras más influyentes del pujolismo y veterano dirigente de la extinta Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), ha fallecido a los 86 años. Su trayectoria política estuvo íntimamente ligada a la figura de Jordi Pujol, de quien fue mano derecha durante los primeros años del autogobierno catalán recuperado. Desde su cargo como secretario general de la Presidencia de la Generalitat, Prenafeta se convirtió en una pieza clave en la maquinaria de poder convergente y en uno de los ideólogos del modelo institucional impulsado por Pujol.

Nacido en Ivars d’Urgell (Lleida), Prenafeta fue algo más que un colaborador político: formó parte del círculo de máxima confianza del expresident. Su influencia no solo se percibía en los despachos del Palau de la Generalitat, sino también en los grandes movimientos estratégicos que marcaron el desarrollo institucional de Cataluña en los años ochenta y noventa. Mediador incansable, Prenafeta jugó un papel fundamental en el nacimiento de TV3 y Catalunya Ràdio, dos puntales del sistema comunicativo público catalán. También impulsó la modernización de los Mossos d’Esquadra, contribuyendo a que el cuerpo policial adquiriera un carácter plenamente nacional catalán.

Lealtad al líder

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Su cercanía con Jordi Pujol trascendía el terreno político. “Fui, soy y seré siempre amigo de Pujol”, llegó a decir públicamente, reafirmando una lealtad inquebrantable incluso después de que el expresident confesara en 2014 haber mantenido durante décadas una fortuna familiar no declarada en Andorra. A pesar del escándalo, Prenafeta salió en su defensa durante la comisión de investigación del Parlament, donde negó que Pujol hubiera cometido delito alguno y lamentó “la lapidación” a la que, en su opinión, había sido sometido.

El vínculo entre ambos se forjó en la etapa fundacional de CDC y se consolidó durante los primeros gobiernos de la Generalitat restaurada. Prenafeta no solo gestionaba la agenda y los equilibrios internos del Ejecutivo autonómico, sino que también tejía relaciones en los círculos económicos, culturales y mediáticos, consolidando una red de influencias que extendía el poder convergente mucho más allá de las urnas.

Junto a Macià Alavedra, exconseller de Economía, Prenafeta formó una dupla poderosa dentro del entorno presidencial. Ambos acabaron involucrados en el caso Pretoria, una macrocausa de corrupción urbanística que estalló años después de su retirada formal de la política.

El caso Pretoria: caída de un símbolo

Lluís Prenafeta (Europa Press)
Lluís Prenafeta (Europa Press)

En 2017, Prenafeta confesó ante el tribunal haber ocultado 14,9 millones de euros al fisco, fruto de comisiones obtenidas en operaciones urbanísticas mediante su labor de intermediario. Admitió los delitos de tráfico de influencias y blanqueo de capitales, lo que le permitió acceder a una reducción de pena y evitar la entrada en prisión, aunque sí pasó un tiempo en la cárcel durante la fase de instrucción. La condena incluyó una multa de 5,8 millones de euros.

Lejos de mostrar arrepentimiento, Prenafeta se mostró satisfecho con su papel en esas operaciones financieras, asegurando sentirse “muy orgulloso” de las gestiones que había realizado tras su etapa como alto cargo. Al igual que Alavedra, admitió haber tenido cuentas en el extranjero, aunque en su defensa esgrimió que los ingresos derivaban de su experiencia y capacidad de negociación más que de un ánimo delictivo.

Esa caída en desgracia de Prenafeta marcó simbólicamente el fin de una era para el nacionalismo catalán moderado. Un tiempo en el que la figura de Jordi Pujol era reverenciada como la del “padre de la patria” catalana y en el que Prenafeta operaba en la sombra con una eficacia que muchos reconocían, aunque también temían. Él mismo bautizó esa forma de poder discreto al titular sus memorias con el apelativo que le acompañó durante décadas: La sombra del poder.