
Los pasos perdidos es el nombre popular del gran salón central del edificio del Palacio de Justicia de Barcelona y por él han pasado infinidad de historias. Asesinos desalmados, delincuentes sin conciencia y jóvenes truhanes que crearon la cultura quinqui. Ahora el periodista Santiago Tarín recoge algunas de ellas en el libro ‘Los crímenes de los pasos perdidos’.
Durante años ha estado recogiendo estos relatos en sus carpetas y, en conversación con Infobae España, explica que con esta obra buscaba “poderlos escribir de una manera más extensa y más literaria de lo que te da las líneas un periódico”. Para el periodista, el trabajo en los tribunales o en los sucesos “te permite ver cómo era la sociedad en un determinado momento. Es la contracrónica a lo que es el libro oficial”.
-Pregunta: En el libro hablas del mal, ¿dirías que el mal realmente existe? ¿Que hay personas que son intrínsecamente malvadas?
-Respuesta: Sí, yo creo que sí. Yo no voy a discutir las definiciones que hay sobre el mal dependiendo del oficio que uno tenga, porque si hablas con un psiquiatra te dirá que el mal es la unión de diferentes factores y que como concepto moral él no lo puede abordar. O un religioso te dará otra explicación y un filósofo otra. Pero cuando caminas por las comisarías o por los tribunales, en algún momento te topas con el mal hecho persona. Y esta fue una de las ocasiones. El mal anida en el ser humano, en algunos, por fortuna muy pocos en comparación con el volumen total de la humanidad. Pero yo lo he visto. Es decir, lo he visto de frente y te das cuenta además en las miradas que tienen, que es algo muy definitorio.
-P: En el libro hablas también de lo quinqui. ¿Qué importancia crees que tiene en la historia de España y sobre todo en los tribunales y sucesos?
-R: No sé quién decía que cada momento de la historia de España necesita un torero y un delincuente para definirse, y la verdad es que creo que tiene cierto acierto la frase. Los quinquis definen un momento de la historia de España desde los 50, cuando comienzan a aparecer en los barrios suburbiales de las ciudades, hasta finales de los 80. Y claro, los 80 es la época en la que empiezo a trabajar y descubro el oficio, y me encuentro con una sociedad en transición, en un gran cambio. Solo hacía cinco años que había muerto Franco y es un cambio acelerado, tremebundo. Dentro de todo esto, los quinquis eran el delincuente del suburbio, que nos definen una época de los barrios que había en las grandes ciudades, porque eso no era solamente en Barcelona, estaban en Madrid, en Valencia, en Sevilla, pues existían todos esos barrios suburbiales del barraquismo, de calles sin asfaltar, sin ningún servicio social, abandonadas, que fueron el caldo de cultivo de una delincuencia autóctona que marcó una época.
De hecho, hubo una cultura quinqui en el cine, en la literatura y en la música. Y claro, a mí como periodista me marcaron los 80 y creo que tenía cierta obligación moral de contar lo que yo vi y de explicarlo a gente que no lo vivió, porque creo que fue una década apasionante y que la crónica negra aporta muchos datos para entenderla, y no se entiende simplemente con documentos oficiales y narraciones políticas. Había una sociedad en tránsito y esto se ve en los juzgados y en los tribunales.
“Lo quinqui es nuestro western”
-P: ¿Por qué crees que justo con lo quinqui se ha creado como toda esta mítica, toda esa cultura alrededor?
-R: Porque es un poco nuestro western. El quinqui al final es como un western crepuscular, que se va difuminando en el tiempo y al final se lo lleva el viento. Los quinquis fueron los delincuentes autóctonos y yo creo que por eso crean una cultura. Además, es que reflejaban una parte muy importante de la sociedad y no se puede olvidar cómo se vivía en aquel momento. Es decir, sería muy injusto dar solo las noticias oficiales. Aunque también hay que decir que, en esos barrios, la gente, digamos, trabajadora, era mucho más abundante que la marginal, la que optó por la vida fuera de la ley. Hay que recordar la transición que se hizo y que, por desgracia, yo creo que hay una cierta involución porque en Barcelona vuelven a aparecer núcleos de chabolas, como supongo que estará pasando en Madrid, porque la presión social y de la vivienda está creando unas condiciones en cierta manera parecidas. Lo que pasa es que en ese momento era el delincuente patrio, y por eso se crea toda una cultura alrededor de ellos, desde música a cine.
-P: Sobre estos dos últimos temas, en el libro existe una comparación muy grande entre lo que describes como el mal y los quinquis, a quienes realmente se les podría considerar delincuentes por la situación que vivían.
-R: Sí. Es que en los que tienen en su interior el mal, no hay mucho que explicar. Es decir, está ahí y es terrorífico, pero no hay muchos condicionantes. Por ejemplo, el Arropiero del que hablo en otro de los capítulos, que es el asesino en serie más grande de la historia de España, no hay mucho que explicar. Hay que explicar, pero quiero decir que no hay ningún condicionante sociológico, ni moral, ni nada. Simplemente, era una persona que mataba porque sí. Pero cuando tienes que explicar otras situaciones, pues te das cuenta de que la economía y la sociología influyen mucho. De hecho, cuando desaparecieron esos barrios tan marginales, ese tipo de delincuencia ya no existió o existió muy puntualmente. Y yo siempre que iba a juicios de esta gente o los vi en persona o fui a los barrios, yo siempre pensaba: si yo hubiera nacido en la misma familia que El Vaquilla y en el mismo barrio, yo no hubiera estudiado nunca. El destino marca de forma importante quién vas a ser tú, y yo he podido comer caliente toda mi vida y he dormido en una buena cama, pero esta gente no. Me contaban los policías veteranos que al Vaquilla, siendo niño, su familia le obligaba a salir de casa a buscarse la vida. Claro, y dices: si desde pequeño esas son las reglas de tu vida, ¿cuál va a ser tu futuro? Ninguno.
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