La original y extraordinaria campaña de difusión que precedió a la edición de LUX, el nuevo disco de Rosalía, es uno de los acontecimientos de marketing cultural del año. Desde hace más de un mes, cuando convirtió un vivo de Instagram en una graciosa recorrida al trote por la Gran Vía de Madrid, todo es Rosalía.
Rosalía y los trece idiomas en que canta; Rosalía y las referencias religiosas de su imagen y el arte de LUX; Rosalía y el video de la canción titulada con el nombre de un famoso club de Berlín, cantando con registro de soprano y en alemán (con la voz celestial de Björk, no casualmente otra artista pop de formación clásica y capaz de coquetear con las orquestaciones sinfónicas para su música electrónica).
Al ritmo de la realidad hiperconectada del año que determina el primer cuarto del siglo XXI, todo sucedió a gran velocidad y llevará un tiempo decodificar de qué se trató esta fenomenal estrategia para promover -apenas- el nuevo disco de una estrella pop global, la mayor de su tipo en este momento (claro, también está Bad Bunny, otro hispanoparlante, un dato revelador por cierto).

Pero concluidos los fuegos de artificio promocionales, llega el tiempo de la música. Ahí está LUX, disponible para su escucha desde este jueves. El resultado es impactante. Y sorprendente. El mal querer (2018) reinventó el flamenco y lo tradujo al sonido del siglo XXI. En Motomami (2022) se embriagó de reguetón, hip-hop, dubstep, dembow y electrónica experimental. Esto, claramente, es otra cosa.
LUX es un aluvión sonoro que invita a utilizar la categoría (inventada) de “pop de vanguardia saborizado de música clásica”. Un prodigio de producción sonora con guiños de existencialismo (sexo, religión, muerte) en canciones complejas, con variedad de invitados y la omnipresente Sinfónica de Londres para revestir el ajustado registro vocal de esta mujer de apenas 33 años (vaya número), capaz de parar el mundo para que su nuevo disco sea escuchado.

A lo largo del álbum, surge la impresión de que, entre las referencias a Dios, el catolicismo, la beatificación y la trascendencia, se oculta un hilo argumental en la mezcla de idiomas, aunque resulta casi imposible de seguir, en parte por culpa de los cambios súbitos entre español, mandarín, ucraniano, italiano, alemán, portugués o latín (y sigue la lista). Pero hay algo concreto: LUX se acerca más a la música clásica que a cualquier género en boga en la música que consumen las masas de la generación Z.
Con este arriesgado paso artístico, bienvenido sea, Rosalía está redibujando el mapa del pop a un ritmo asombroso: es un lamento operístico en una discoteca, un oratorio que se vale de la confusión emocional para distinguirse por mérito propio como una nueva expresión artística y sentimental.
Signo de los tiempos, el algoritmo de la plataforma musical de streaming más usada del mundo decidió que al terminar LUX, la lista de reproducción infinita a la que nos hemos acostumbrado, comience con la canción “Army of me” (Ejército de mí), de Björk. Una sabia decisión. El ejército de Rosalía, compuesto por ella misma como concepto y materia artística, sigue su marcha.
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