
Cualquier observador u observadora del arte podrá reconocer la marca de Edward Hopper en la obra objeto de la belleza de esta semana. Más allá de su punto en común con Noctámbulos, esa pieza icónica en la que unos pocos comensales se encuentran en una barra de una noche solitaria.
Al igual que en aquella, en Mesas para damas, hay cierta melancolía, el clima no es de regocijo, aunque esta obra es más luminosa en su paleta. El escenario, nuevamente, es un restaurante, esta vez el plano es más cercano, y se observa un escaparate lleno de comida.
¿Los personajes?, una camarera, una encargada y una pareja. El plano, bastante cerrado, no permite encontrar cuántas mesas más hay y si la concurrencia se limita a los que se observan. Conociendo a Hopper se adivina la respuesta. No hay mucho más.
Ahora bien, ¿a qué responde el título de la obra? Tras la Gran Depresión, las mujeres comenzaron a trabajar fuera de sus casas, lo que, en algún punto, habilitaba la posibilidad de que pudieran sentarse a comer en un restaurante sin que eso fuera mal visto. Poco tiempo antes, cualquier mujer sentada sola en una mesa hubiera sido sospechada de ejercer la prostitución.

Sin embargo, la marca de época es ineludible: la sensación de tristeza y soledad que circula, el cansancio de los rostros de las personas y el propio local son muestras claras del momento en el que fue pintada por Edward Hopper Mesas para señoras, la Gran Depresión.
Para contrarrestar, como una ironía, en primer plano se ve a la camarera que se inclina para acomodar los alimentos en la vidriera. Al fondo, una pareja está sentada mientras la encargada está ensimismada en su tarea. Conviven bajo un mismo techo sin interacción aparente.
El interior del restaurante se asemeja a cualquier otro de la misma época, incluso fuera de los Estados Unidos: con madera pulida, suelos de baldosas y espejos con percheros en las paredes. Nada es original, sin embargo es lo rico de Hopper, señala los detalles cotidianos.
Se cree que Hopper pintó este gran lienzo en el estudio y lo produjo a partir de bocetos que había realizado de hecho de restaurantes locales. Con su mujer, Jo, habían dado un nombre a cada figura mientras pintaba esta obra. La pareja eran Max Scherer y su mujer, Sadie, la cajera es Anne Popebogales, y la camarera, Olga.
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