
Apuntes italianos (y otras notas de un sociólogo en viaje) es el título del nuevo libro de Roberto Gargarella: abogado, sociólogo, doctor en Leyes, investigador del Conicet, profesor universitario y uno de los juristas más respetados en América Latina. Editado por el sello Seix Barral, se trata de una serie de crónicas que retrata momentos fugaces pero contundentes en la historia reciente, y desde un punto de vista muy singular.
“Viajero ritual cuando regresa a ciudades que conoce, o viajero sorprendido cuando llega a ciudades desconocidas, Gargarella mantiene la gracia y la elegancia de un flâneur, la curiosidad de un novato y la serenidad y la paciencia de un espíritu contemplativo para construir este fresco de postales escritas”, dijo Leila Guerriero sobre este libro, mientras que Martín Caparrós lo definió como “un auténtico cronista de todos esos mundos que conforman nuestro mundo”.
A continuación, un fragmento:
“Se me enoja un Presidente, justo en Venezuela”
Vine a Venezuela por unos días, para un seminario organizado por el Tribunal Supremo de Justicia, en el décimo aniversario de la Constitución Venezolana. El seminario se organiza junto con un encuentro de juristas progresistas latinoamericanos. La gente es amable, muy querible.
Hoy tuvimos la primera reunión que, sorpresivamente para mí, inauguró Hugo Chávez. Y, por esas cosas, terminé protagonizando un curioso y ríspido cruce con él. Ahí va la historia.
Llega Chávez a la sala principal de reuniones del Tribunal, en medio de gran alboroto, dos horas más tarde de lo programado. Lo habíamos visto llegar, muy lentamente, y a través de un circuito cerrado de televisión, mientras se detenía a hablar largo, muy largo, con unos niños que esperaban para saludarlo en los alrededores del palacio. Al encuentro lo había inaugurado ya la presidenta del Tribunal Supremo, quien (entiéndase bien) había proclamado que la división de poderes era un invento anglosajón, que ya no servía y que debía irse a un sistema de «Unidad de Poder» (así lo llamó). Adviértase de lo que hablamos, en este tiempo y lugar: Unidad de Poder, alineadas todas las ramas del gobierno bajo el Presidente. Quiero decir, Unidad de Poder, alineados bajo las órdenes del Presidente Chávez.
Chávez se va acercando al grupo de profesores extranjeros que andamos por ahí (¡a mí me tocaba hablar después que a él!). Se detiene, con todo el tiempo del mundo —aunque ya era tarde— y comienza a conversar, azarosamente, con todos nosotros. Muchos están emocionados, conmovidos. En un momento, saluda a un colega brasileño, al que ve lagrimeando por la excitación. A mí esto ya me incomoda mucho: me pareció una falta de respeto la llegada tan tarde (dos horas llevábamos esperando sin saber qué pasaba, profesores y profesoras, magistrados y magistradas) y me parece un exceso la devoción personalista de parte de algunos de mis colegas: ¿Es para tanto? Entonces, se produce esta situación, y estos diálogos, que reproduzco teatralmente y de memoria.

Chávez: ¿Usted es de Brasil? Mírelo al Presidente Lula. No puede ser reelecto porque la Constitución se lo prohíbe. El pueblo lo quiere, pero las reglas le prohíben la reelección. Un 80% lo quiere, pero no puede ser reelecto.
Mucha gente del público asiente, ríe.
Chávez: Estos son los problemas entre la Constitución y la democracia (y va subiendo de tono). Porque cómo es esto de que el Presidente no puede ser reelecto si el pueblo lo vota, el 80%. Aquí cambiamos la Constitución y me empezaron a decir: «Tirano Chávez», «Chávez es un tirano».
Parte del público, que escucha, asiente. Yo me remuerdo un poco. Me pregunto: ¿Digo algo o no digo nada?
Chávez: El pueblo lo quiere reelegir, pero él no puede ser reelegido. Pero ¿quién hizo esas reglas? ¿Quién escribió esa Constitución?
La mayoría afirma con la cabeza. Mi colega de Brasil asiente y llora.
Yo siento que no soporto más esa adulación sin fisuras. Trago saliva y le respondo: «Esa Constitución la escribió el pueblo de Brasil».
Un rayo corta la sala. Hielo total. Él, Chávez, que apenas me había visto, me cruza con una mirada durísima. El público que estaba en torno nuestro queda congelado.
Chávez: ¿Así que la escribió el pueblo? Yo: Claro que sí.
Con un ojo, miro alrededor, recuerdo el escenario militar que nos rodea (todo el país que vi está militarizado) y me preocupo un poco por la situación (la mía).
Chávez: ¿Y usted va a hablar el día de hoy? Yo: Sí.
Chávez: ¿Y de qué va a hablar? ¿De la tiranía, de la dictadura?
«Ups», me digo por dentro.
Yo: Voy a hablar del constitucionalismo latinoamericano.
Chávez: ¿Del capitalismo?
Yo: No, no, del constitucionalismo. Chávez: ¿Tú eres capitalista?
Yo: No, soy socialista.
«Ups», me digo.
Ahí, por suerte, interviene un colega boliviano, que —advirtiendo lo tenso de la situación— busca relacionar lo del socialismo con el triunfo de Evo Morales en su país. Entonces, Chávez nos sonríe, dice que se trata de la lucha de clases, y pasamos alegremente a otro tema.
Diciembre 2009, Caracas
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