
El nombre de Omayra Sánchez continúa siendo, cuatro décadas después, el símbolo imborrable de la tragedia que el 13 de noviembre de 1985 sepultó Armero bajo toneladas de lodo y escombros, luego de la erupción del volcán Nevado del Ruiz.
El desastre dejó un saldo estimado de 22.000 muertos, cinco mil heridos y tres mil desaparecidos, cifras cuyos detalles exactos aún siguen sin esclarecerse, especialmente respecto a los niños, como reconoció la Defensoría del Pueblo.
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En los días sucesivos a la avalancha, Germán Santamaría Barragán, entonces periodista de El Tiempo, se desplazó hasta el epicentro por orden del medio.
A primera hora del 14 de noviembre, sobrevoló la zona devastada y halló un paisaje donde “vi cuerpos desnudos que emergían del barro, gente que pedía auxilio. Fue como una escena de película de horror, eran como muertos vivientes”, relató a Blu Radio.
Dos días después de la avalancha, Santamaría se acercó a un grupo de personas reunidas en un terreno de dificil acceso, allí estos le comentaron acerca de una niña atrapada, ahí conoció a Omayra Sánchez de 13 años atascada entre los escombros de lo que fue su vivienda.

Al llegar, encontró a la menor serena, soportando tres noches sumergida en agua hasta el pecho. “Solo le pregunté cómo se llamaba. Me dijo: ‘Omayra Sánchez’. No quise hacerle más preguntas, porque cualquier pregunta sería una canallada”, recordó Santamaría.
El drama de la niña se prolongó mientras los socorristas intentaban liberarla dado que según estos, necesitaban una motobomba para poder liberarla.
Entonces, al regresar a Bogotá para escribir sobre los hechos recopilados en el día, Santamaría también gestionó ayuda, pidiendo, al en ese entonces, subdirector del periódico Juan Manuel Santos, una motobomba para llevar a Armero.
No obstante, a pesar de la gestión, el aparato resultó inútil “Pedían una motobomba para sacar el agua, pero era como intentar vaciar el mar”, expresó el periodista.

Además, se dio cuenta que ya era tarde, un médico le advirtió que el desenlace era inminente. “Cuando vi que se estaba deteriorando, el médico me dijo: ”Se va a morir". Yo le respondí: “No quiero verla morir”, y me alejé unos metros”, narró. Finalmente, la niña falleció ante los socorristas y reporteros que intentaron salvarla.
El sufrimiento de Omaira marcó profundamente a Santamaría, ya que cubrió el cuerpo de la niña con piedras y escombros, luego con el fotógrafo Jorge Parga asimilaron el momento “lloramos los dos. Fue el periodismo más duro que he hecho en mi vida”, confesó.
Las crónicas y fotografías publicadas en El Tiempo difundieron la imagen de Omaira internacionalmente, transformándola en un símbolo universal de la catástrofe.
La figura de Omayra se transformó así en un llamado global a la solidaridad. “Yo sabía que era una historia universal. Lo supe desde el momento en que vi a la niña”, indicó Santamaría.

El periodista, originario del Líbano (Tolima), evocó la vitalidad de Armero antes del desastre: “Era el pueblo más vital del Tolima. Lleno de movimiento, de tractores y camiones, de heladerías, almacenes agrícolas y una plaza de mercado que hervía de vida”.
El impacto personal de la tragedia fue devastador para el reportero. Pensó en su hija, de edad similar, y solo pudo llorar horas después, en la intimidad de su hogar. “Ella fue una heroína. Nació allí, luchó allí y murió allí. Tenía que quedarse allí”, concluyó en una reflexión sobre la dignidad de la menor.
Santamaría también recordó los avisos no atendidos antes del desastre: semanas antes de la erupción, el entonces alcalde de Armero ya había advertido sobre el represamiento del río Lagunilla y el riesgo de avalancha. “El alcalde lo tenía claro, pero nadie lo tomó en serio. Hubo una mezcla de ignorancia y negligencia, típica del Estado colombiano”, subrayó el periodista.
En los días que siguieron, Santamaría recogió testimonios, crónicas y fotografías mientras colaboraba en la evacuación de sobrevivientes hacia Mariquita y Lérida.
El recuerdo de Omaira sigue vivo para el reportero: “Vi morir mucha gente en guerras y terremotos, pero nunca había visto a alguien tan valiente. Fue la mujer más digna que vi morir en vida”. Cuando los médicos plantearon la amputación como única vía para rescatarla, respondió: “Yo no soy Dios ni médico. Hagan lo que deban. Y minutos después, ella murió”.
Un año después de la tragedia, Santamaría regresó a Armero con su familia y halló la tumba de Omaira revestida con piedras y flores, pero sin su nombre. “Entonces nos fuimos hasta Mariquita y compramos un pedazo de tela y con aguacate escribimos Omaira. Con la tinta de aguacate, porque es indeleble. La pepa deja una mancha que no se puede borrar”, explicó.
La imagen de esa bandera improvisada fue replicada en la portada del New York Times Magazine, hecho que conmocionó incluso al propio periodista: “Lloré solo en el Central Park de Nueva York”.
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