La visita de un periodista de Los Ángeles Times a Santa Rosa, una isla enclavada en el río Amazonas en la frontera entre Perú y Colombia, y centro de la polémica ha puesto en el debate a una pequeña comunidad marcada por la precariedad y la disputa diplomática.
La isla de Santa Rosa se encuentra sumida en una serie de carencias básicas, mientras las tensiones crecen entre ambos países por la soberanía del territorio, según relató el medio estadounidense.
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En el recorrido que se describió en el informe del periódico se conoció de primera mano cómo es la vida cotidiana en Santa Rosa, donde se reveló un escenario dominado por la escasez.
La isla fue nombrada por una santa del catolicismo peruano, se extiende sobre aguas amazónicas y alberga a cerca de tres mil habitantes que enfrentan limitaciones en los servicios fundamentales (como lo son el agua y la energía eléctrica).
Casi la mitad de las viviendas cuenta apenas con una tubería de plástico que permite el flujo de agua durante una hora diaria. El resto de los residentes depende de la recolección de agua de lluvia, que filtran con telas antes de hervirla. “Nuestra isla sufre de muchas necesidades”, confesó Marcos Mera, propietario de un restaurante, en declaraciones al mismo medio.
Santa Rosa, una isla sumida en condiciones precarias: el punto conecta a Brasil, Colombia y Perú
La infraestructura limitada se refleja en cada rincón. Santa Rosa tiene una única calle pavimentada que conecta el puerto con la antigua plaza de armas y una estación policial de estructura precaria.
Muchas casas, de madera y techos de zinc, se alzan sobre pilotes como defensa contra las inundaciones entre marzo y mayo. Sin acceso a un sistema de desagües ni a agua potable confiable, la población convive con rutinas marcadas por la escasez y la improvisación.
En lo sanitario, la isla dispone de un puesto de salud con recursos limitados. Solo dos médicos recién egresados trabajan allí, sin equipos modernos como incubadoras o máquina de rayos X.
Dichas carencias obligan a los pobladores a cruzar el caudaloso Amazonas hacia Leticia, en territorio colombiano, o Tabatinga, en Brasil, para recibir atención médica especializada o en situaciones de emergencia.
La dinámica fronteriza moldea la identidad y el día a día de los habitantes. “Vivimos pacíficamente compartiendo cultura, gastronomía, buenas ideas”, comentó Marcos Mera, quien administra su local entre sonidos de vallenato, cumbia y toada.
A su vez, las transacciones económicas ocurren en varios tipos de moneda, desde soles peruanos y pesos colombianos, hasta reales brasileños. “Es normal, quien no sabe de la vida en la triple frontera no lo entiende”, explicó Mera, según el reportaje del diario estadounidense.
Olvidados, así se sienten los pobladores en la isla de Santa Rosa
La convivencia transnacional se entrelaza con las dificultades propias de la lejanía. Miguel Acubino, conductor de botes jubilado, destacó el desamparo institucional. “Aquí estamos olvidados, medio jodidos”, dijo Acubino mostrando su desdentada sonrisa en una isla donde ni siquiera existe un cementerio oficial y donde las tumbas improvisadas suelen quedar bajo el agua durante meses.
Muchos pobladores, como Acubino, mantienen lazos familiares directos a ambos lados de la frontera, visitando frecuentemente Leticia y Tabatinga para ver a sus hijos y nietos.
La soberanía de Santa Rosa ha entrado en el foco internacional tras las declaraciones del presidente colombiano Gustavo Petro, que puso en duda la jurisdicción peruana sobre la isla.
“Opino que los políticos colombianos han cometido un exabrupto”, afirmó Mera, en referencia a la polémica desatada por las palabras de Petro.
El malestar se incrementó tras la detención de dos contratistas colombianos por parte de las autoridades peruanas cuando realizaban trabajos de georreferenciación en la isla sin autorización. Desde entonces, algunos visitantes colombianos muestran reservas ante el cruce fluvial hacia Santa Rosa.
Palabras de Gustavo Petro hicieron eco en la isla de Santa Rosa, pero Dina Boluarte no se quedó atrás
Aunque el ambiente permanece sin incidentes graves, la tensión diplomática ha tenido efectos inesperados en la isla. “Tengo que agradecer a Petro que haya hablado esas locuras. En todos estos benditos años nunca un ministro se había interesado en nosotros, pero ahora sí”, dijo Rudy Ahuanari, enfermera local, al medio estadounidense.
La polémica motivó la visita de la presidenta peruana Dina Boluarte a Santa Rosa, su primera desde que asumió el cargo. Precedida por ministros y altos mandos militares, Boluarte reafirmó la soberanía de Perú sobre la isla ante los pobladores.
“Santa Rosa es tan peruana como la papa y Machu Picchu” y afirmó que su gobierno no cederá “un centímetro” de territorio, pero expresó el deseo de convivencia pacífica con Colombia.
Asimismo, Boluarte prometió invertir en la mejora del acceso, sentenciando que “por mucho tiempo nuestras poblaciones de frontera no han recibido la atención que merecen”.
El aislamiento geográfico es notorio. Llegar a Santa Rosa desde Bogotá lleva unas dos horas en avión y cinco minutos en bote, mientras que desde Lima se requieren dos horas de vuelo hasta Iquitos y otras quince de navegación fluvial, de acuerdo con el reporte.
Al culminar la visita presidencial, la isla quedó decorada con banderitas peruanas de papel, según describió el reportaje del diario estadounidense.
Entre la celebración y la rutina, la vendedora María Rengifo resumió el sentido de pertenencia de los isleños: “Me siento peruana porque aquí está mi familia, mis hijos, y en Perú están enterrados los de atrás de mí”.
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