
La inminente abdicación de Enrique de Luxemburgo tras veinticinco años en la jefatura de Estado representa un punto de inflexión en la monarquía luxemburguesa. El próximo 3 de octubre, Enrique cederá oficialmente sus funciones a su hijo mayor, Guillermo de Luxemburgo, en una sucesión planificada que refleja tanto significado personal como familiar.
Durante una entrevista exclusiva concedida a Paris Match, el monarca analizó este proceso, efectuó un balance de su reinado y expuso los desafíos y logros de su mandato.
Una transición familiar planificada
La transición comenzó a perfilarse en septiembre del año pasado, cuando Enrique otorgó la lugartenencia a Guillermo, posicionándolo en el centro de la gestión estatal. “Mis 70 años, nuestros 25 años de reinado, todo se alineaba para elegir este momento…”, explicó el gran duque a Paris Match, resaltando que el calendario de la sucesión se estableció de manera natural.
Rechazó prolongar sus misiones económicas, convencido de la necesidad de otorgar protagonismo a la nueva generación. Rememoró la dificultad de convertirse en jefe de Estado tras su propio padre, confesando que requirió tiempo asumir el equilibrio entre sus responsabilidades y el papel de las instituciones nacionales. “Me llevó quizá un año darme cuenta de que era jefe de Estado, y aún más tiempo adquirir la talla necesaria”, señaló.

Veinticinco años de transformación nacional
Durante sus veinticinco años de reinado, Luxemburgo atravesó un proceso de transformación profunda. Cuando Enrique asumió el trono en octubre de 2000, el país contaba con 400.000 habitantes; la población actual bordea los 700.000. Bajo su liderazgo, el Gran Ducado amplió y diversificó una economía anteriormente ligada a la banca y la siderurgia, integrando sectores como la alta tecnología y la industria espacial. “Qué privilegio y qué suerte haber podido reinar durante veinticinco años de paz y prosperidad”, destacó la gran duquesa María Teresa en declaraciones a Paris Match.
Enrique reconoció que, aunque las ambiciones fueron amplias, no todas se concretaron, especialmente en el ámbito medioambiental, donde equilibrar desarrollo y ecología implicó importantes desafíos.
El aspecto humano de la transición se evidenció durante las celebraciones por los 25 años de su reinado, en junio. Un instante emotivo surgió durante el Te Deum, cuando la interpretación de “Highland Cathedral” por una coral conmovió a la pareja ducal. “Después de tantas palabras amables evocando toda una vida de compromiso, me invadió el llanto”, recordó María Teresa, quien halló consuelo en la mano de su esposo.
Enrique expresó satisfacción por la tarea cumplida y serenidad ante el cambio inminente: el relevo será una nueva oportunidad para su hijo y nuera de asumir un papel central, lo que facilitará la readaptación de la pareja saliente.

Nuevo ciclo para la monarquía
Guillermo de Luxemburgo, como próximo gran duque, estuvo preparándose desde que recibió la lugartenencia en septiembre. Enrique subrayó sus capacidades, entre ellas su habilidad en la oratoria y su talento musical, cualidades que considera un “enorme plus” heredado de su madre.
La pareja ducal confía en que Guillermo y su esposa, la princesa Stéphanie, desarrollarán su propio legado al frente de la monarquía luxemburguesa.

Futuro de la familia ducal y legado multicultural
De cara al futuro, Enrique y María Teresa planean trasladarse de la residencia oficial del castillo de Berg a la casa de Fischbach, hogar donde nacieron sus hijos. La propiedad de Cabasson, ubicada en la región francesa de Var, será transferida a Guillermo.
El gran duque saliente manifestó su deseo de disfrutar de una mayor tranquilidad, visitar a sus hijos y nietos, y retomar actividades como los viajes en moto por el Himalaya. María Teresa aspira a dedicar más tiempo a su fundación en favor de la educación y la asistencia a personas vulnerables, así como a la organización internacional Stand Speak Rise Up!, orientada al combate de la violencia sexual en contextos de conflicto. Ambos expresaron a Paris Match su firme compromiso con iniciativas de carácter social y ambiental, mientras que Enrique continuará vinculado al Comité Olímpico Internacional.
El período de Enrique estuvo marcado por la multiculturalidad y la integración de extranjeros, que hoy representan el 50% de la población luxemburguesa y proceden de 170 países. Este “vivir juntos” fue una constante para la pareja ducal, centrada en abrir mentalidades y evitar que el país se limitara al ámbito financiero. La visita del papa Francisco, seis meses antes de su fallecimiento, sirvió para mostrar el éxito de Luxemburgo en armonizar la diversidad en un territorio reducido.

La familia ducal mantiene un compromiso constante con causas sociales y medioambientales. María Teresa aseguró que, tras la abdicación, podrá intensificar su actividad filantrópica, mientras que Enrique busca apoyar nuevas iniciativas ecológicas y disfrutar de una existencia menos condicionada por el protocolo. Ambos coincidieron en que la vida pública, aunque favorecida, puede transformarse en una “jaula de oro”, y valoraron la posibilidad de fortalecer los lazos familiares y de amistad en esta nueva etapa.
De cara al futuro, la pareja destacó la relevancia de transmitir su experiencia a la nueva generación. La princesa Stéphanie recibió consejos acerca del equilibrio entre el compromiso institucional y la vida familiar, una lección que la pareja real considera esencial.
Al concluir su mandato como jefe de Estado, Enrique de Luxemburgo expresó a Paris Match su determinación de no interferir en la etapa de su hijo, convencido de que llegó el momento de que Guillermo asuma plenamente su destino al frente de la monarquía.
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