La herencia de Bolsonaro (y Trump)

El continente americano está dividido como nunca en su historia. El triunfo de Lula es apenas el último episodio de elecciones reñidas entre una izquierda bastante radical y una derecha que no encuentra su norte

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Jair Bolsonaro (REUTERS/Adriano Machado)
Jair Bolsonaro (REUTERS/Adriano Machado)

El continente americano está dividido como nunca en su historia. El triunfo de Lula sobre Bolsonaro es apenas el último episodio de elecciones reñidas entre una izquierda bastante radical y una derecha que no encuentra su norte. En Chile y en Colombia se dieron triunfos de esa izquierda, más radical que la de Brasil, con poquísima diferencia entre ganadores y perdedores. Chile 9 por ciento y Colombia 2.5 %. Petro hoy es presidente de Colombia con el apoyo de solo el 28 por ciento de los ciudadanos y Boric con poco más del 30.

El triunfo de Lula tiene una característica cada vez más acentuada en las elecciones de la región: el voto en contra. El rechazo de Bolsonaro, y eso que tenía como contrincante un ex presidente condenado por corrupción que salió solo por un tecnicismo, era del 50 por ciento. La mitad de los votantes jamás votarían por Bolsonaro. Ahí se dio la diferencia pues el 46 por ciento de los votantes jamás votaría por Lula.

En Estados Unidos pasa algo similar en las elecciones de Congreso que se van a dar en una semana. El partido republicano hubiera barrido si no existiera esa sombra de Trump que hoy puede que les impida recuperar el senado y tener control de la Cámara de Representantes pero con poca diferencia. El rechazo a Trump motivó a electores independientes y desmotivó a electores republicanos de centro. Es más, los demócratas apoyaron a los candidatos más radicales en las primarias de los republicanos para facilitar su triunfo en las elecciones generales.

Donald Trump (REUTERS/Brian Snyder)
Donald Trump (REUTERS/Brian Snyder)

La pregunta es: ¿Dónde está el centro? Lula ganó porque buscó más el centro. Puso de vicepresidente a un hombre de centro dos veces gobernador de São Paulo, Geraldo Alckmin. Esa fue la pequeña diferencia. Vale la pena destacar el discurso de Lula que entendió claramente que recibe un país dividido y que tiene que gobernar para todos. Un ejemplo para Gustavo Petro que no lo entendió y que en muchos de sus discursos sigue incendiando en vez de construir.

¿Es posible que la derecha recoja gran parte de ese centro que hoy busca donde aterrizar? Sin duda pero tiene que empezar por modernizar su discurso. Y moderar sus posturas frente a temas que para los jóvenes son deterrminantes, la sexualidad, el genero, la religión y el aborto. No es menester del estado meterse en estos temas, una posición bastante conservadora, como tampoco es el de promoverlos. Finalmente es una decisión individual y de familia para los menores de 18 años. Es fácil ser de extremo. Pero al final no da para ganar, no da para tener futuro y no da para construir un país, solo da para dividirlo. Así llegaron Petro y Boric al poder.

La derecha tiene que ir por ese centro. Con un discurso de innovación, ambiental y de libertades dentro de un marco claro de deberes también. La izquierda solo quiere derechos. La derecha debe construir un discurso de ambos. La derecha debe buscar ese apoyo en la clase media que la izquierda proletariza. Defendiendo la educación pública pero con oportunidades a los padres para decidir colegios. Defendiendo una salud que en el caso de Chile y Colombia es muy buena pero enfatizando la calidad en el servicio. Creando nuevos mecanismos de estudio, en el mundo digital por ejemplo, que hoy liberan al estudiante, a su familia, de ese peso económico y crean muchas más oportunidades de empleo.

¿Se puede tener una política de cambio climático? Si y no tiene que acabar con la industria petrolera o de gas. Una transición a 30 años sería y no ideológica. ¿Se puede pensar una política antidrogas distinta? Claro pero de la mano de nuestro socio Estados Unidos.

La izquierda que creó una gran narrativa para llegar al poder ha sido un gran fracaso en el gobierno con la excepción de Lagos, Tabaré Vasquez y Mujica. Que fueron más que nada pragmáticos y realistas a la hora de llevar a cabo transformaciones en sus países. En lo local, donde el fracaso de la izquierda es aún mayor, es donde se debe comenzar ese replanteamiento ideológico en el que la derecha busca ese ciudadano ansioso por una seguridad cada vez más débil, en todo el continente, pero a la vez con ganas de probar nuevos empleos y nuevas oportunidades que hoy se presentan por cuenta de la revolución tecnológica.

Y la gran diferencia es el tema de la seguridad. La popularidad del Presidente de El Salvador tiene nombre propio, la mano dura. Con una delincuencia cada vez más sofisticada y más violenta la respuesta de el Estado debe ser igual de contundente. El tema de la seguridad es quizás la mayor ventaja estratégica y de discurso de la derecha sobre la izquierda.

Los dictadores brutales Daniel Ortega, Nicolás Maduro y Díaz-Canel (REUTERS/Stringer/Archivo)
Los dictadores brutales Daniel Ortega, Nicolás Maduro y Díaz-Canel (REUTERS/Stringer/Archivo)

Lo vemos acá en Colombia. En las ciudades con alcaldes de izquierda la violencia se dispara y la falta de gerencia en este tema es evidente. Y a nivel nacional el Presidente, que de seguridad no sabe nada, habla de una paz total que nadie entiende pero que envalentona a los delincuentes pues los favorece. La derecha tiene que armar una narrativa en este tema que sin ser violadora de derechos humanos si ponga a la victima por encima del delincuente y castigue al criminal con toda la firmeza y celeridad posible.

Soy optimista frente al futuro del centro derecha en la región. El panorama es bueno y va de la crisis de Fernández en Argentina, la dificultad que va a tener Lula en Brasil, el desastre de Boric en Chile y de Petro en Colombia a los retos en materia de seguridad de Lopez Obrador. No hay una luz en esa izquierda que además tiene como referentes a dictadores brutales como Maduro, Ortega y Díaz-Canel.

El único interrogante es la presencia de China, Rusia e Irán en la región. Sus intereses geoestratégicos, su nivel de penetración y la desidia de Estados Unidos para entender y enfrentar este reto crean una gran incertidumbre frente al accionar destructivo de los dos últimos. En especial Rusia, con el apoyo de Cuba, cuyo papel es de disrupción y hasta hoy actúan en toda la región con total impunidad. La amenaza a las libertades por cuenta de estos actores no es para nada menor.

Así las cosas la tarea está por hacerse. Ese centro existe y hay que ir por él. La clave es dejar el dogma donde toca y reafirmar el que es necesario para enfrentar esta lucha política que apenas comienza.

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