George Shultz: la ida de uno de los arquitectos de la política mundial

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George P. Shultz, durante sus años vom,o secretario de Estado norteamericano en 1988 (Photo by Shutterstock)
George P. Shultz, durante sus años vom,o secretario de Estado norteamericano en 1988 (Photo by Shutterstock)

El pasado fin de semana pasó más o menos desapercibido para los grandes medios el fallecimiento a los 100 años de una de las figuras claves de la política internacional del siglo XX. Nos referimos a George Shultz, quien ocupara entre 1982 y 1989 el cargo de Secretario de Estado de parte del primer y del segundo mandato de Ronald Reagan. Teniendo a su cargo la compleja transición desde el máximo pico de tensión con la URSS para luego pasar, a partir de 1985 con Gorbachov en el poder, a un proceso de dialogo y apertura entre Washington y Moscú. Todo ello, derivando finalmente en el colapso de imperio soviético en Europa del Este a fines de 1989 y el desmembramiento de la misma URSS pocos años después.

Pero la carrera como hombre del poder había comenzado mucho antes para él. Entre 1972 y 1974 fue Secretario del Tesoro en el gobierno de Richard Nixon. Por si esto fuese poco, ya en la década de los 50 fue asesor en temas económicos del Presidente Eisenhower. Volvería a la función pública en 1969 como Secretario de Trabajo. Un recorrido pocas veces visto para una misma persona en el complejo entramado de poder de Washington o la nueva Roma como algunos la llamaron por el poder acumulado durante el siglo pasado.

En los años fuera de la función pública, dirigió importantes empresas ligadas a rubros tan diversos como construcción y energía. Para tener una dimensión de su rol y aportes a la toma de decisiones, el mismo y mítico Henry Kissinger no dudaba en llamarlo uno de los referentes y mentores intelectuales. No dudó en llamarlo nuevamente así en un memorable y ya histórico webinar organizado en enero pasado para analizar el presente y futuro de la política exterior americana.

Un encuentro con el entonces presidente Barack Obama en 2009 (REUTERS/Kevin Lamarque)
Un encuentro con el entonces presidente Barack Obama en 2009 (REUTERS/Kevin Lamarque)

Por esas vueltas el destino, la Argentina tuvo un rol destacado en su vida. No casualmente, será convocado como Secretario de Estado 10 días después del fin de la Guerra por las Malvinas. Su antecesor el General Alexander Haig había desarrollado un gran esfuerzo diplomático durante el mes de Abril de 1982 para que la Argentina y el Reino Unido no llegasen a una guerra abierta. Si bien desde un primer momento Reagan intentó preservar la fuerte relación que Washington tenía con Buenos Aires, incluyendo una infructuosa llamada al General Galtieri en la madrugada del 2 de Abril, era evidente y estratégicamente inevitable que la superpotencia apoyase con información, logística y armamento a Londres. Aún así, Haig pasó largas horas en reuniones con los decisores argentinos y británicos.

En los informes ya desclasificados de esos encuentros, es evidente la frustración por el entramado de actores con poder de veto cruzado que el gobierno militar argentino tenía en su interior. En la visión del entonces responsable de la política exterior de los EEUU, había al menos 40 figuran que tenían capacidad de obstrucción para resolver un tema clave como era en qué ceder y en qué no con Londres. Haig admitía que nunca había conocido una dictadura con tantos actores con peso propio para frenar las cosas.

Mientras tanto, la URSS jugaba sus cartas para potenciar al máximo la tensión entre Argentina y Occidente. Por un lado no vetando la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que colocó a nuestro país como agresor y al mismo tiempo ofrecía a Buenos Aires imágenes de inteligencia satelital y de barcos de intercepción de comunicaciones que desplegó en el Atlántico Sur. Asimismo, la gran mayoría de los países latinoamericanos manifestaron posturas favorables y comprensivas hacia la Argentina.

La inevitable decisión de los EEUU de no activar el denominado TIAR o Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca para defender a la Argentina de un ataque extra continental, había dejado sus heridas en la relación de Washington con la región. En todo momento el mismo Reagan y Haig le enfatizaron a Londres el abstenerse de ataques aéreos o con misiles contra el territorio continental argentino para no empeorar aún más el clima dentro del hemisferio. Ello no impidió que el Reino Unido lanzase en Mayo 1982 la fallida operación Mikado que buscó sin éxito destruir los aviones argentinos Súper Etendard, sus misiles Exocet AM39 y asesinar a sus pilotos de ser posible. La detección temprana por parte de radares navales argentinos de los helicópteros británicos abortó la operación, derivando en su fuga hacia Chile. En este contexto la llegada de Shultz el Departamento de Estado vino a representar una oxigenación.

Seguramente el tema Malvinas no fue el único factor que llevó a ello, pero sin duda no fue un punto menor. En los años posteriores, la visión realista, prudente y lúcida de Shultz fue llevando a Reagan a posturas menos ideologizadas y retóricas en materia de política internacional vis a vis la URSS. Ello le motivó choques con el ala dura neoconservadora que había tenido muy fuerte peso en los dos primeros años de Reagan. Los mismos fueron siendo desplazados y recién volverían al centro del poder con GW Bush en el 2001 y aún más luego de los ataques terroristas del 11.9.2001.

Allí, haciendo uso y abuso del momento unipolar del que gozaron los EEUU pos caída del imperio soviético, encararon dislates estratégicos como la invasión de Irak 2003 y la voluntarista idea de imponer la democracia en el Medio Oriente. Olvidando una de las máximas del gran politólogo G. Sartori, cuando nos advertía de la incompatibilidad entre los principios democráticos y republicanos occidentales y sociedades y elites aún teocráticas.

George Shutlz dialoga con Hillary Clinton en el Departamento de Estado  en 2009 (REUTERS/Larry Downing)
George Shutlz dialoga con Hillary Clinton en el Departamento de Estado en 2009 (REUTERS/Larry Downing)

Durante todos esos años de desmesura e imprudencia, Shultz mantuvo su tradicional línea argumental que partía de mirar la realidad de frente tal como nos enseña el realismo así como la premisa que el infierno seguramente está empedrado de lo que fueron supuestas buenas intenciones. Supo combinar esas visiones con el aliento, en el tiempo y formas adecuadas a cada situación, de los principios y valores de la sociedad americana. Sabiendo que esos valores e instituciones no deben ni pueden ser impuestas artificialmente en otras sociedades y Estados.

Asimismo, en la últimas décadas invocó la necesidad de relaciones maduras y constructivas con Rusia. La cual ya no representa el principal desafío estratégico para los EEUU como si lo es y será China. Por si eso fuese poco, también advertía sobre la importancia de temas que requerían coordinación y cooperación internacional como el cuidado del medio ambiente, control de pandemias y la inversión en energías renovables. En otras palabras, un hombre que supo articular como pocos los principios realistas del poder en la anarquía internacional ya analizadas por Tucidides 2400 años atrás y temas de más absoluta actualidad y casi posmodernos. Un tomador de decisiones y también un agudo intelectual, que hasta pocos días antes de su muerte nos transmitió su inmensa experiencia.