
Casi la mitad de la población económicamente activa del mundo estará en sus casas, y no por distanciamiento preventivo. Simplemente no habrá trabajo, estima la OIT. La economía global ya perdió 3 puntos, según el FMI, y todavía no se sienten todos los efectos del estallido económico global. Según parece, en todo el planeta, la élite de graduados universitarios de este año aspira a un puesto en el Estado y ya no piensa en Wall Street.
El conflicto entre China y Estados Unidos se mantiene en la agenda internacional, ante un público estadounidense que puede estar equivocando el culpable de todos sus males. Es simplemente imposible “desenganchar” ambas economías y lo mismo sucede con el resto de los países del mundo. No se pueden nacionalizar cadenas de producción ante un país que provee con máxima eficiencia componentes vitales para cada uno de los elementos a nuestro alrededor. Desde vasos de plástico hasta cohetes que todas las potencias envían al espacio.
Ambivalencia
Ni Estados Unidos, ni Europa, ni Latinoamérica pueden desechar a China como socio. Sin embargo, su crisis de credibilidad y su derrumbe interno son cada vez más evidentes.
Dentro de China, la economía decreció 6,8% en el primer trimestre de este año -esta es la primera contracción desde 1978- y se prevé anemia productiva para el resto del año.
Esta falta de actividad económica es un problema de primer orden para el gobierno de Beijing. Sin prosperidad económica y con creciente desconfianza internacional, al autoritarismo le queda poco “relato”. En esencia, la transacción entre el gobierno y la ciudadanía consta en crecimiento económico a cambio de algunas libertades.
El mundo no demandará bienes chinos por algunos años con el mismo vigor con el que lo hacía hace sólo algunas semanas. Entre tanto, un 20% de la economía de ese país depende de las colocaciones internacionales, según el Banco Mundial. Por ende, una proporción grande de la actividad desapareció en pocas semanas. Así, se esperan unos 22 millones de desocupados, con una tasa del 10%, estima EIU, una empresa de inteligencia económica.
Las alternativas de Xi Jinping
Cuando la economía falla queda siempre una posibilidad: el nacionalismo. Ya hay muestras fuertes de la agresividad, con amenazas a Australia y a Taiwán.
Si bien hubo voces que llamaron a la calma, cada vez se agita más entre los ultranacionalistas la posibilidad de volver al ataque contra la isla que goza de independencia de facto al tiempo que Beijing la considera una provincia rebelde.
La reacción estadounidense con el estocástico Donald Trump en la Casa Blanca sería una especulación. Sin embargo, las tensiones parecen inevitables ante un régimen que primero piensa en su supervivencia.
China: miedo, rechazo y conveniencia
El mayor desafío político del mundo será equilibrar el rechazo y la responsabilidad. Por un lado, se le atribuye impericias en el manejo del coronavirus, y la profunda depresión económica mundial subsiguiente. Por el otro, se deben sostener relaciones comerciales y económicas dentro de un marco posible, ya que para el mundo -incluyendo a la Argentina- es un socio imprescindible: un 11% del comercio internacional sale de China, según el Foro Económico Mundial.
Aquellos que lideren el rechazo y las críticas pueden quedar fuera de la economía mundial por ofender las hipersensibilidades de un régimen a la defensiva, un juego riesgoso ante las penurias económicas que vienen para cada habitante del planeta. Además los cuestionamientos y presiones por una condena serán cada vez más fuertes para cada uno de los líderes mundiales.
Cuando el shock sea un recuerdo, los seres humanos volverán a su instinto colectivo: buscarán un culpable por todos sus males. Y allí estarán los chinos. Desde calidad de mascarillas, hasta ineficacia de tests como hechos recientes, hasta la supuesta responsabilidad por comer sopas de murciélago. Así, las élites de todos los países navegarán aguas con mayor probabilidad de conflictos armados internacionales y relaciones económicas enrarecidas, estas, les demandarán dosis desconocidas de lucidez.
El autor es filósofo y analista internacional y autor de “Desilusionismo”, Ed. Planeta
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