¿Tendremos un nuevo baby boom?

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Para mantener el número de habitantes, una sociedad necesita que las mujeres tengan por lo menos 2,1 hijos en promedio (REUTERS/Lee Smith/File Photo)
Para mantener el número de habitantes, una sociedad necesita que las mujeres tengan por lo menos 2,1 hijos en promedio (REUTERS/Lee Smith/File Photo)

Si bien es entendible que nuestra atención este puesta hoy en día en el coronavirus, no por ello debemos dejar de analizar algunas tendencias que pueden tener un efecto aún mayor en nuestras vidas. Y una de estas tendencias es el cambio demográfico que está teniendo lugar en el mundo.

Hace décadas que la tasa de natalidad en la mayoría de las naciones viene bajando hasta alcanzar niveles muy bajos. En la Unión Europea, el promedio de niños por madre en 2016 era del 1.6, en Japón del 1.4 y en China del 1.6. En Estados Unidos, en 2018, esta cifra era tan sólo el 1.7, la más baja de su historia. Es más: si no hubiese sido por las familias más numerosas de los inmigrantes y de los sectores religiosos de la sociedad, las caídas habrían sido aún más abruptas.

Esta baja en parte se explica porque en la actualidad los individuos tienden a casarse más tarde -si es que lo hacen- y suelen tener hijos recién cuando pasan la barrera de los 30 años. La lógica es simple: criar hijos es costoso y lleva tiempo. Y mientras que en el pasado tenerlos generaba beneficios económicos (mayores ingresos durante la vejez, por ejemplo), el surgimiento del Estado de bienestar y la entrada de la mujer al mercado laboral modificó el balance entre costos y beneficios. Muchos individuos, especialmente en los países desarrollados, hoy pueden disfrutar de su retiro sin contar con la ayuda de sus descendientes.

Pero una menor tasa de natalidad conlleva una serie de problemas. El más evidente es que para mantener el número de habitantes, una sociedad necesita que las mujeres tengan por lo menos 2,1 hijos en promedio. Al no alcanzar esta cifra, muchas sociedades están, lentamente, desapareciendo. A esto debemos sumarle los problemas financieros. A los gobiernos europeos les está costando cada vez más mantener el ratio entre trabajadores activos en relación al resto de la sociedad que se requiere para preservar sus sistemas de bienestar social. Con menores fuentes de ingresos debido al envejecimiento de la población, estos beneficios comienzan a ser reducidos. Esto por ejemplo es lo que viene sucediendo en países como Francia y Rusia con la posible baja de la edad jubilatoria, medida que ha generado fuertes conflictos sociales.

El fenómeno demográfico también influye en la política internacional. Una menor cantidad de habitantes significa una menor tasa de crecimiento económico, lo cual se traslada en una disminución del poderío militar y político. Por lo tanto, los Estados que experimentan esta baja resignan poder a las economías más dinámicas.

Y si bien hasta ahora el ascenso de China como potencia mundial no reflejó este fenómeno, esto parece estar cambiando. En efecto, su baja tasa de natalidad, producto de la política de un solo hijo establecida en 1979, comienza a convertirse en un costo. Una población más envejecida le demanda mayores recursos a un Estado que, para cumplir con esta demanda, debe desviar fondos que podrían ser destinados a la defensa o a áreas más productivas de la economía. El resultado será menores tasas de crecimiento y una disminución de las capacidades militares. No debe extrañarnos, por lo tanto, que las autoridades chinas hayan decidido terminar con la política de un sólo hijo.

Existen sin embargo algunas excepciones. Por tomar un caso, varias naciones del África subsahariana mantienen altas tasas de natalidad. Una gran cantidad de jóvenes dispuestos a trabajar podría permitirles a estos países transformarse, gracias a sus menores costos laborales, en importantes centros de producción industrial. Desde aquí también podrían salir millones de emigrantes que, una vez instalados en los países más ricos, enviarían remesas a sus naciones de origen. Todo esto les permitiría, en principio, incrementar su influencia económica y política.

Pero más allá de la manera en que la tasa de natalidad afectará la distribución del poder a nivel mundial, esta tendencia también despierta otro tipo de preguntas. ¿Las sociedades con pocos jóvenes están menos dispuestas a tomar los riesgos que son necesarios para innovar económicamente y enfrentar rivales en el ámbito militar? ¿Las familias menos numerosas, y la mayor soledad que esto suele generar, está produciendo un daño psicológico? La soledad se ha vuelto un problema tan serio en Gran Bretaña que su gobierno decidió crear un Ministerio de la Soledad para enfrentar un mal que ya aqueja a más de nueve millones de ciudadanos.

¿Se podrá revertir la baja poblacional? Las alternativas son básicamente dos. La primera consiste en implementar políticas públicas que fomenten la natalidad, como puede ser la provisión de ingresos extras para las familias numerosas o la creación de guarderías gratuitas. Sin embargo, estas iniciativas no solo son costosas, sino que, con la excepción de países como Francia y Suecia, no han tenido demasiado exitosas. La otra opción es promover la inmigración, política que encuentra una creciente oposición social. Recordemos en este sentido que el temor a perder fuentes de trabajo y ver debilitada la identidad nacional debido a la llegada de extranjeros es uno de los principales motivos que explican los triunfos del Brexit y de Donald Trump.

Por último, no debemos descartar que los cambios culturales y sociales producidos por el coronavirus sean de una magnitud tal que permitan revertir esta tendencia. Esto es lo que sucedió en los Estados Unidos cuando, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, se incrementó fuertemente el número de nacimientos. ¿Tendremos un nuevo baby boom?

El autor es secretario general del CARI y global fellow del Wilson Center.