Del Foro de San Pablo a las brisas, huracanes y el terrorismo urbano

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(AP Photo/Esteban Felix)
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Los sucesos de las últimas semanas en América Latina traen reminiscencias de los años 70 con la exportación de las guerrillas castristas guevaristas, que tuvieron como respuesta los gobiernos militares en la región. Los guerrilleros se uniformaron y armaron sus propios ejércitos, mientras los militares se informalizaron a través de los llamados grupos de tareas. Cada acción tuvo su reacción y Latinoamérica, en ese momento, pareció salvarse del comunismo.

Pero algo diferente pasó, pues esa izquierda, que fue derrotada militarmente, comenzó a regresar por la vía democrática, en lo que el Foro de Sao Paulo llama “la contraofensiva de los pueblos de América latina y el Caribe”. Desde Chávez hasta Néstor y Cristina Kirchner, pasando por Lula y Dilma, con Evo, Correa, Lugo, Bachelet y Pepe Mujica, esa izquierda –con diferentes matices cada uno- se hizo cargo de la región y la exprimió económicamente hasta el punto en que las mismas sociedades comenzaron a buscar los cambios políticos que los condujeran a la reconstrucción de los patrimonios agotados.

El cambio ocurrió dependiendo de la fortaleza institucional de cada país. Unos reconocieron la alternancia como fin último de la democracia, mientras otros la utilizaron como un medio para alcanzar y mantenerse en el poder. Los que lo sostuvieron, como el caso de Venezuela donde ya llevan 20 años mandando, comenzaron a quedarse solos, mientras la región se movía hacia cambios para mejorar la vida de sus países, en la consciencia de que la reconstrucción patrimonial podría tener costos sociales importantes, y que su supervivencia política, en los periodos constitucionales que les tocara, estaría asociada a la manera como manejaran la situación.

Hubiera sido más fácil si todo el pueblo los hubiera acompañado; pero no fue así, ya sea porque no comunicaron bien, ya sea porque no supieron hacer las cosas de otro modo. Lo cierto es que las minorías de izquierda que quedaron en cada país encontraron un campo fértil para la mencionada “contraofensiva”.

En estas últimas semanas, cada uno de los países con conflictos tuvo su propia situación interna de protesta genuina, y cada gobierno se vinculó con la sociedad de una manera particular y local. Ecuador aumentó la gasolina, los indígenas se levantaron, el presidente levantó la medida, y todo volvió a la normalidad. En Perú, su problema político local lo resolvió el presidente disolviendo el congreso y obteniendo 82% de apoyo. En Argentina, las protestas genuinas se canalizaron a través de las PASO y tal vez terminen en un cambio de gobierno. Y en Chile, que redujo la pobreza del 30 al 10%, todo arrancó con un aumento de transporte, que el presidente echó para atrás, pero se sumaron otras demandas, más relacionadas con las clases medias que con la pobreza. Todos esos países, excepto Argentina, tienen economías estables y muy baja inflación, y el caso chileno se había convertido en el “milagro chileno”.

Lo curioso, además de la concurrencia en el tiempo de estos eventos, es el surgimiento de una violencia no acorde a las circunstancias de cada país que sorprendió a las capas políticas de la sociedad; no solo por no tener líderes visibles, sino por una metodología que lucía que no era local, sino más bien impostada. Por eso, cuando nadie reclamó la autoría de la violencia, lo natural fue asignársela al gobierno chavista, quienes de cierta forma la estaban asumiendo cuando hablaban de las “brisas bolivarianas que se convertirán en huracanes”. Esto último tomó más cuerpo con las declaraciones de los presidentes de esos países, asignándole directamente la responsabilidad, y Piñera hasta habló de “estar en guerra contra enemigos muy poderosos”.

La conclusión entonces es que el chavismo, que en su momento asumió la franquicia castrista, podría ser ahora quien exporta esos movimientos, ya no como guerrillas, sino en la forma de grupos de choque, que promueven las protestas –genuinas, por cierto- pero las explotan convirtiéndolas en violencia desmesurada de destrucción, apoyadas en aparatos de inteligencia, comunicación y redes sociales, con contenidos que resignifican la realidad y que, de un momento para otro, crean un ambiente propicio para la desestabilización. Le inoculan en forma tóxica dosis de violencia a manifestaciones tipo cacerolazos.

Todo lo anterior es lo que vemos, hasta con cierta facilidad y sin mucha profundidad de análisis. ¿Pero qué es lo que no estamos viendo? Es posible que se esté gestando un movimiento transversal continental, exportado “tormentas” desde el “ojo del huracán” que, como un ISIS vernáculo, haya llegado para quedarse, promoviendo violencia y desestabilización, y que se asiente en una red neural en cada uno de los países para moldear a las sociedades más allá del tipo de gobierno que tengan; como un sistema de referencia que promueva la hegemonía de la izquierda. Y allí, en la parte organizacional es donde entra el FSP, cuyo objetivo es tomar el poder político para el pueblo, sacar del poder a la oligarquía y no permitirle que vuelva. Terrorismo urbano que va a llevar a que los países tengan que buscar cómo organizarse para defenderse. Deberá hacerse desde la sociedad misma, rechazando la violencia, sin renunciar a la protesta; y desde las fuerzas armadas y de seguridad, adaptándose al nuevo tipo de conflicto que se está presentando.

El caso de Chile, que da respuesta militar tradicional a un ataque no convencional, va a tener que ajustar sus métodos de aproximación a una nueva realidad, resultante de haber permitido durante tanto tiempo una desigualdad social que hoy es caldo de cultivo de esa nueva insurgencia no partidista. Y ese es el enemigo poderoso al que se refiere el presidente Piñera.

¿Cómo entra Irán en esta ecuación? Como decía, lo que no se ve y de lo que no se habla suele tener las respuestas. En el caso de Argentina el silencio del extremismo permitiendo que la campaña de marketing electoral de Alberto y de Massa prospere, mientras La Cámpora se agazapa. Por eso el temor del caso argentino es que, al igual que en el venezolano y el boliviano, una vez que recuperen el poder ya no quieran entregarlo, y desde el gobierno hagan todo lo necesario para mantenerlo, siempre con alguna justificación, y poniendo a las oposiciones a la defensiva.

Si ganara Alberto Fernández, se vería sometido a estos grupos de presión para obligarlo a que se comporte como La Cámpora dice y no como el peronismo clásico dice; y podría probar su propio veneno, sin que esté tan claro de donde saldrá el antídoto que lo salve, porque realmente se está metiendo en la boca del lobo.

Curiosamente, la sociedad venezolana, que es donde se están probando todos estos métodos, es la que saldrá más fortalecida, pues se están formando los anticuerpos sociales que servirán de antídoto. Hoy en Venezuela las diferencias de clase han ido limándose, y en los diferentes campos la solidaridad es la fuerza que está moviendo una sociedad que ha llegado a los límites más dramáticos de la supervivencia humana.

Los cambios de vientos en la región hacia modelos de gobierno más flexibles y disciplinados, que procuren mayor bienestar a mediano y largo plazo, han llegado para quedarse, pues en el fondo son la única vía de sustentabilidad de sus países. Tan es esto así, que estas nuevas estructuras de desestabilización lo confirman, pues están diseñadas para oponerse y resistir, y no para tomar el poder y mandar. Y los que aun están mandando, no lo están haciendo bien, y tendrán que entrar en la alternancia y dejar el poder.

El autor es economista y Consultor Gerencial en Planificación Estratégica y Análisis de Entorno

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