
Ankhnespepy II cobró relevancia en los estudios sobre el Egipto antiguo tras recientes hallazgos arqueológicos que permitieron reconstruir su insólita trayectoria como reina egipcia e identificar la magnitud de su influencia política y religiosa.
Investigaciones pusieron el foco en el modo en que esta figura, perteneciente a la VI Dinastía, desafió las normas establecidas de su tiempo y llegó a ejercer como regente, apropiándose de rituales y símbolos hasta entonces reservados a los faraones varones.
Ankhnespepy II nació en una familia influyente de Abidos, donde existían precedentes de mujeres en altos cargos, como el de visir. Contrajo matrimonio con el faraón Pepy I en un acuerdo político que fortaleció la posición de su linaje en la corte. Tanto ella como su hermana mayor fueron esposas del monarca durante la consolidación militar y diplomática de Egipto.
Aunque una de varias esposas, Ankhnespepy II destacó por adoptar el nombre que la identificaba como “la que vive para Pepy”, señal de su posición privilegiada que mantuvo incluso tras segundas nupcias y un cambio estratégico en el contexto del reino.

El momento crucial de su vida llegó cuando su hijo, Pepy II, ascendió al trono siendo un niño, hacia el 2260 a. C. Durante esta etapa, caracterizada por las luchas internas y las amenazas exteriores para Egipto, Ankhnespepy II asumió la regencia y dirigió los asuntos de Estado en nombre de su hijo.
Pruebas arqueológicas documentadas por especialistas citados por National Geographic prueban que, tanto simbólica como literalmente, accedió a prerrogativas reales. Inscripciones halladas en las minas de turquesa en la península del Sinaí la representan con la corona real y la distinguen con títulos y atributos únicos del linaje faraónico. De este modo, su autoridad femenina alcanzó niveles sin precedentes para su época.
El alcance de su poder quedó evidenciado a partir de los trabajos de la Misión Arqueológica Franco-Suiza en Saqqara, donde desde 1997 salieron a la luz restos de una de las pirámides más destacadas asociadas a una reina egipcia. En pleno corazón de esta necrópolis, se identificó primero un dintel de 17 toneladas con el nombre de Ankhnespepy y, más adelante, la pirámide que albergaba su tumba, con una base de casi 30 metros de lado.
La estructura incluía rasgos propios de los faraones, como una antecámara monumental, salas en alabastro y obeliscos con coronas doradas, implicando una asimilación arquitectónica nunca vista para una reina.

El descubrimiento mayor estuvo en la cámara funeraria: sus paredes, aunque dañadas por saqueos, conservaban centenares de fragmentos de inscripciones de los Textos de las Pirámides. Estos escritos, originalmente exclusivos de reyes varones, marcan el acceso de Ankhnespepy II a los rituales más elevados de la religiosidad egipcia.
La reconstrucción de más de 1.600 fragmentos requirió décadas de trabajo por parte del epigrafista Bernard Mathieu y su equipo, quienes lograron restaurar casi por completo la secuencia de los hechizos.
Entre los conjuros hallados, sobresalen diez que no aparecen en ninguna otra tumba real. Estos están centrados en la protección, la ascensión y la divinización de la propia reina. Expresiones como “Toma este, tu cetro de papiro” y “El cielo se estremece por ti, la tierra tiembla por ti, las estrellas imperecederas se inclinan ante ti” otorgan a Ankhnespepy II derechos espirituales equiparables a los de los faraones anteriores, como Unas, y refuerzan su equiparación simbólica con los dioses del panteón egipcio.
Audran Labrousse, descubridor de la tumba, la caracterizó como “la primera mujer en hacerse inmortal”, según recoge National Geographic, al consagrar la aspiración de la reina a una vida eterna y a la legitimidad divina.

El poder y la imagen de Ankhnespepy II se cimentaron también en la iconografía. En la escultura conservada en el Museo de Brooklyn, la reina aparece en una representación inusual: sentada en el trono con una escala superior a la de su hijo, reafirmando atributos tanto de maternidad protectora como de divinidad, en paralelo a la diosa Isis.
Testimonios epigráficos en su templo funerario, como la frase “Su Majestad actuó en su nombre mientras estuvo en la residencia [real]”, recogen el reconocimiento explícito de su papel como regente y de su control efectivo en el ámbito político.
El legado de Ankhnespepy II fue fundamental en la redefinición del papel de la mujer en el poder egipcio. Fue objeto de veneración póstuma por siglos y sirvió de inspiración para reinas como Hatshepsut, Nefertiti y Cleopatra, quienes siglos más tarde adoptarían símbolos e ideales forjados por la regente de la VI Dinastía.
Así, la figura de Ankhnespepy II abrió el camino hacia un modelo de liderazgo femenino que trascendió la política, imponiéndose en las esferas religiosas y culturales de Egipto.
Después de más de cuatro milenios, la presencia de Ankhnespepy II permanece en los textos jeroglíficos de su cámara funeraria, una huella imborrable de su ambición y una prueba de que el poder en Egipto no estuvo reservado exclusivamente a los hombres.
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