
Kiev lucha por mantener a flote su sistema sanitario mientras la guerra con Rusia entre en su cuarto año. La reforma que en 2017 pretendía modernizar las obsoletas estructuras soviéticas es hoy apenas un recuerdo entre los escombros de los miles de ataques que han sufrido hospitales, clínicas y ambulancias desde febrero de 2022. En las zonas cercanas al frente, ancianos y niños esperan días enteros por una atención médica que, cuando llega, debe prestarse en sótanos improvisados o bajo el eco de las sirenas antiaéreas.
“Es terrible que tengamos que ver el colapso de un sistema de salud en una población”, lamenta Ebel Lorena Saavedra, coordinadora médica de Médicos Sin Fronteras en Ucrania. Junto a organizaciones locales como FRIDA Ucrania y Patients of Ukraine, MSF sostiene el último hilo de esperanza para miles de pacientes crónicos y heridos de guerra a quienes el Estado, volcado al esfuerzo bélico, ya no puede atender.
De la reforma truncada a la destrucción sistemática
Antes de la invasión rusa, Ucrania ya enfrentaba desafíos substanciales en su sistema de salud. En 2017, el país había iniciado una ambiciosa reforma sanitaria para modernizar una infraestructura heredada de la era soviética, caracterizada por un exceso de capacidad hospitalaria pero con servicios de atención primaria deficientes. Sin embargo, la guerra interrumpió abruptamente este proceso.
“Aunque la reforma de 2017 nos ayudó a ser más resilientes, la guerra ha exacerbado los problemas existentes”, explica a Infobae Inna Ivanenko, directora ejecutiva de Patients of Ukraine, una organización que aboga por el acceso a tratamientos gratuitos y de calidad para pacientes con enfermedades graves y crónicas.
Desde el inicio de la invasión los ataques rusos contra el sistema sanitario han sido sistemáticos. Según los datos más recientes de la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicados en agosto de 2024, Ucrania ha sufrido 1.940 ataques contra instalaciones sanitarias desde el inicio de la invasión a gran escala, el número más alto registrado jamás en cualquier emergencia humanitaria a nivel global, según el organismo internacional. La intensidad de estos ataques ha aumentado significativamente desde diciembre de 2023, produciéndose casi a diario con un promedio de 1,6 ataques diarios. El 86% de estos incidentes han afectado directamente a instalaciones sanitarias, muchos de ellos involucrando armamento pesado. Grupos de derechos humanos advierten que estas acciones podrían constituir crímenes de guerra. El Kremlin niega sistemáticamente atacar objetivos civiles.

Según cifras aportadas por Ivanenko, más de 300 instalaciones médicas han sido completamente destruidas y cerca de 2.000 han sufrido daños.
El doctor Bohdan Avramenko, cardiólogo de FRIDA Ucrania, confirma a Infobae la gravedad de la situación: “La infraestructura sanitaria está en un estado crítico. Muchos hospitales no han sido reconstruidos en estos tres años, y los que siguen en pie operan bajo condiciones extremas”. FRIDA, una misión ucraniano-israelí de voluntarios médicos, se ha convertido en un salvavidas para las comunidades más vulnerables, incluyendo niños, personas con discapacidades y ancianos atrapados en zonas de guerra.
Un informe conjunto de la Organización Mundial de la Salud y el Banco Mundial evidencia la enorme presión sobre el sistema: aunque se ha demostrado cierta resiliencia, el espacio fiscal para el gasto público en salud es extremadamente limitado, ya que el presupuesto se prioriza para defensa y seguridad.
Sin embargo, el ministro de Salud de Ucrania, Viktor Liashko, asegura que la guerra también ha impulsado mejoras en áreas específicas. Desde 2021, el sistema ha avanzado en transfusiones de sangre, salud mental y telemedicina, adaptándose a las necesidades urgentes que impone el conflicto. “La capacidad de rehabilitación ha aumentado de 2.500 a 12.000 sesiones diarias en dos años”, declaró a Euronews.
Emergencias en tiempo de guerra
El impacto de la guerra en los servicios de emergencia ha sido devastador, creando una peligrosa disparidad en la atención. “En Kiev, una ambulancia llega en 5 a 10 minutos, pero en las áreas de primera línea, los pacientes pueden esperar horas o incluso días. Esto reduce dramáticamente las posibilidades de salvar vidas”, explica Avramenko.
La doctora Iryna Vlasenko, voluntaria de FRIDA y sobreviviente de la ocupación rusa en Melitopol, conoce bien esta realidad. “En estos territorios se necesita todo tipo de ayuda: médicos, medicinas, diagnósticos oportunos y, crucialmente, apoyo psicológico”, relata.
Los hospitales han tenido que adaptarse radicalmente, tratando a pacientes en sótanos o refugios subterráneos, mientras lidian con cortes de electricidad frecuentes debido a los bombardeos contra la infraestructura energética del país.

La red humanitaria: un pilar clave
Ante un Estado volcado al esfuerzo bélico, las organizaciones humanitarias se han convertido en pilares fundamentales del sistema sanitario.
Médicos Sin Fronteras (MSF) ha desplegado clínicas móviles que recorren 53 localidades en el este de Ucrania. “Muchos de los pacientes, especialmente los ancianos con enfermedades crónicas, no pueden moverse, así que nosotros vamos a ellos”, explica a Infobae Saavedra, la coordinadora médica de MSF en Ucrania, desde la región de Donetsk.

En los últimos tres años, las ambulancias de MSF evacuaron a más de 25.000 pacientes, más de la mitad con heridas causadas directamente por la violencia. Además, los equipos han observado un aumento significativo en pacientes con enfermedades crónicas, que pasaron de representar el 24% de las derivaciones médicas en 2023 al 33% en 2024.
De forma similar, FRIDA Ucrania ha extendido su operación a siete regiones fronterizas con Rusia o en áreas afectadas por la guerra. “Trabajamos donde no existe otra posibilidad de recibir atención médica, especialmente en Donetsk y Kharkiv, donde la infraestructura médica ha sido casi completamente destruida”, señala Avramenko.

Reconstruir cuerpos y mentes
La guerra no solo deja cicatrices físicas. Según datos de MSF, la mitad de los pacientes atendidos en sus proyectos de rehabilitación en 2024 fueron diagnosticados con trastorno de estrés postraumático (TEPT) o depresión clínica.
Desde 2022, MSF ha establecido centros de rehabilitación en Cherkasy y Odesa, donde los pacientes reciben fisioterapia postoperatoria, apoyo en salud mental y cuidados de enfermería. Entre 2023 y 2024, estos centros trataron a 755 pacientes, con un aumento del 10% en casos de amputación de piernas.
“Muchos llegan con traumas físicos graves, como pérdida de miembros debido a explosiones”, explica Saavedra. “La rehabilitación temprana es crucial para que puedan recuperar movilidad y calidad de vida”.

Para responder a esta crisis, MSF implementa un enfoque integral con componentes de salud mental en todos sus proyectos, desde clínicas móviles hasta rehabilitación. Además, opera desde Ginebra un programa especializado en estrés postraumático que visita hospitales y centros de refugiados, considerando crucial el tratamiento del TEPT en un contexto donde bombardeos e incertidumbre son cotidianos.
La epidemia de trauma psicológico afecta a toda la población. “Las personas que no van al frente también sufren afectaciones psicológicas significativas. Vivir entre explosiones, alarmas aéreas constantes y noticias devastadoras deteriora progresivamente la salud mental de la población civil”, explica Saavedra.
El impacto del estrés crónico no se limita a la salud mental; también deja huellas profundas en el cuerpo. “No es que el estrés cause directamente un infarto, pero genera cambios fisiológicos como mayor aterosclerosis y empeoramiento de problemas cardiovasculares preexistentes”, explica Avramenko, de FRIDA Ucrania.
Sin embargo, la cura no siempre llega en forma de medicamentos. “En las zonas cercanas al frente, la gente no solo necesita medicinas, sino también alguien que los escuche, los abrace y les devuelva la esperanza”, afirma su colega Iryna Vlasenko, ella misma una sobreviviente de la ocupación rusa en Melitopol.
Vlasenko cuenta que en una de sus misiones conoció a una mujer que había perdido a su marido en la guerra y cuyo hijo luchaba en el frente. “Solo necesitaba que alguien la escuchara y la abrazara. Al final, me dijo: ‘Hacía tanto tiempo que no lloraba, y tú me devolviste la luz’”.
Ancianos y niños atrapados en la línea de fuego
El desplazamiento masivo ha reconfigurado la demografía de las zonas de conflicto. Según la Organización Internacional para las Migraciones, 3,7 millones de ucranianos son desplazados internos, mientras que la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) registra 6,3 millones de refugiados en Europa y otros países.
En las áreas cercanas al frente, más del 70% de los pacientes tienen más de 60 años. “Mientras la población joven se ha mudado a zonas más seguras, los ancianos se quedan en sus hogares, donde nacieron, y no quieren irse”, indica Avramenko.

El caso de una pareja de 87 y 83 años que finalmente abandonó su hogar en el este después de 40 años ilustra este dilema. “Nos contaban que tuvieron que dejar animales y todas sus pertenencias. El esposo dijo que seguiría a su esposa a cualquier parte, pero que ella ya no podía soportar más las explosiones tan cercanas”, relata Saavedra, la coordinadora de MSF, quien los conoció en un centro de evacuación.
Los niños constituyen otro grupo particularmente vulnerable. En Bakhmut, ciudad del este devastada por combates, Avramenko recuerda a menores viviendo en refugios subterráneos que jugaban al fútbol y reían como si fuera normal. “Es desolador ver cómo los niños en Ucrania se han adaptado a una vida de bombardeos y cortes de luz,” señala, añadiendo que algunos murieron semanas después. “Los padres decidieron quedarse, pero los pequeños no tuvieron elección.”

Medicamentos inalcanzables
La escasez de medicamentos es otro problema urgente. “El presupuesto estatal para la salud cubre solo el 13% de la necesidad de fármacos especializados. Muchos pacientes están condenados a muerte porque no pueden pagar tratamientos que cuestan miles de euros al mes”, lamenta Ivanenko, cuya organización representa a 4,5 millones de ucranianos con enfermedades graves y crónicas.
Esta escasez afecta a pacientes con cáncer, epilepsia, enfermedades raras y otras condiciones que requieren tratamientos costosos.
El caso de una ingeniera aeronáutica de 47 años con cáncer de mama metastásico ejemplifica este drama. “Necesita Palbociclib de por vida, con un costo mensual de 1.300 euros. En el contexto económico actual de Ucrania, esta suma es completamente inaccesible”, explica Ivanenko.
Incluso para quienes podrían obtener medicamentos dentro del país, la guerra impone obstáculos insalvables. “Aunque el Estado adquiera medicamentos, solo están disponibles en hospitales. Para quienes viven cerca del frente, llegar hasta allí es extremadamente peligroso debido a los constantes bombardeos”, explica Ivanenko.

La crisis se ha intensificado con la reducción drástica de la ayuda internacional. Estados Unidos, principal donante, ha recortado más del 90% de su cooperación, afectando programas críticos de USAID que sostenían el sistema sanitario ucraniano. Un ejemplo concreto con consecuencias potencialmente terribles: “La terapia antirretroviral para pacientes con VIH, anteriormente financiada con fondos estadounidenses, no puede llegar al país”, advierte Ivanenko. “Si esto continúa, será una catástrofe”.
Frente a este escenario, la reconstrucción del sistema sanitario parece un horizonte lejano. “No estamos pensando ahora en lo que será después de la guerra, porque no sabemos dónde está el final”, dice Ivanenko. “Solo necesitamos adaptarnos y construir todos los procesos y servicios para que los ucranianos puedan recibir la atención que necesitan dentro del país”.
Sin embargo, la adaptación no significa resignación. “No es justo que las personas tengan que vivir en estas condiciones”, reflexiona Ebel Lorena Saavedra, de Médicos Sin Fronteras, desde la primera línea de asistencia. “Es terrible ver el sufrimiento de la gente. No debería normalizarse vivir entre bombardeos y explosiones. El mundo debe entender que esto sigue sucediendo”.
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