
La ambiciosa carrera para establecer una presencia humana en la Luna ha tomado un nuevo impulso con la revelación por parte de Rusia de que ha iniciado la construcción de una planta de energía nuclear. Este desarrollo forma parte de una colaboración sin precedentes entre Rusia y China, dos regímenes que unen fuerzas para crear la Estación Internacional de Investigación Lunar, un complejo científico previsto para comenzarse a edificar en 2026. Según ha declarado Yuri Borisov, director de Roscosmos, la agencia espacial rusa, al medio RIA, se espera que la instalación de esta infraestructura nuclear crítica se realice entre 2033 y 2035.
El proyecto conjunto simboliza una clara competencia de estos regímenes autoritarios en su carrera espacial contra Occidente y particularmente contra los proyectos de la NASA de desarrollar el camino hacia la exploración lunar y más allá. China y Rusia han asegurado que su cooperación abarca varios dominios, incluyendo la “seguridad del espacio exterior” y el desarrollo de “armas de inteligencia artificial”, señalando la importancia de esta alianza en el ámbito de la defensa y la investigación científica.
El escenario de este despliegue no carece de una visión ambiciosa, ya que la base prevista cubrirá un área de casi cuatro millas, superando en tamaño a cualquier parque temático de Disney, y se enfocará en estudiar las propiedades únicas de la Luna. Los desafíos técnicos son significativos; las prolongadas noches lunares, que duran aproximadamente 14 días terrestres, hacen inviable el uso de paneles solares, llevando a Borisov a plantear como solución la energía nuclear.
La cooperación entre Rusia y China tiene también un aspecto de seguridad y vigilancia, como se deduce de los planes de China de aplicar su “experiencia exitosa” de su sistema de vigilancia Skynet en la Luna, destinado a proteger la base contra “objetivos sospechosos”. Este sistema de vigilancia es el más grande del mundo, diseñado para monitorizar cada rincón de China, con más de 600 millones de cámaras instaladas a través del país.

Además de los avances en infraestructura y vigilancia, la Estación Lunar Científica Internacional se elaborará en dos etapas entre 2025 y 2035, implicando el despliegue de varios módulos diseñados para soportar las duras condiciones lunares. “Será necesario crear un suministro compacto, confiable y duradero de energía nuclear a largo plazo para que la base funcione”, destacó Borisov en abril.
Mientras Rusia y China delinean planes para su presencia lunar, la comunidad internacional observa atentamente. La posibilidad de una “fiebre del oro lunar”, como lo ha mencionado la NASA, sugiere un futuro en el que los recursos lunares, desde minerales hasta helio-3, potencialmente revolucionario para la energía de fusión nuclear, podrían transformar la economía y la tecnología globales. Sin embargo, la legalidad sobre quién “posee” los recursos lunares sigue siendo un tema de intenso debate, a pesar de ser un bien común según el Tratado sobre el Espacio Exterior de 1966 de la ONU.
La meta de Rusia de realizar más misiones lunares y la posibilidad de una misión conjunta tripulada por Rusia y China sugieren que la colaboración entre estas dos naciones podría extenderse más allá de la creación de una base, abarcando la exploración y la posible explotación de recursos lunares. Esto, junto a los comentarios de AC Grayling sobre la emergencia de un “salvaje oeste espacial”, plantea preguntas sobre la paz y la estabilidad terrestre en esta nueva arena de competencia global.
La nueva carrera espacial, con sus prometedores pero potencialmente conflictivos premios, está marcando el inicio de una era en la cual los recursos y la tecnología emergente de la Luna podrían convertirse en un catalizador para transformaciones sin precedentes en la vida en la Tierra y posiblemente más allá. Con ello, mientras Rusia y China avanzan en su proyecto lunar, el mundo mantiene la vista en los cielos, contemplando cómo esta colaboración podría redefinir el futuro de la humanidad en el espacio.
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