
Todos han cantado un villancico al menos una vez en un su vida, ya sea con sorna o con verdadero gusto; los hemos escuchado hasta el hartazgo en la radio y en la tele durante las fiestas decembrinas en voz de muchas celebridades extranjeras y nacionales.
Los villancicos son cantos que versan acerca de la Navidad y el nacimiento de Jesús que sirven para amenizar las noches. Sin embargo, dependiendo de su compositor, estos pueden servir como una forma de estudiar las costumbres y las dinámicas que acompañaron las celebraciones decembrinas en tiempos anteriores a los nuestros pues en ellos se representaban a varios personajes y estratos de la sociedad de su respectivo tiempo.
La Navidad llegó a México en 1526 cuando la celebración fue llevada a cabo por el misionero franciscano, Fray Pedro de Gante. Sirvió como antecedente de las futuras celebraciones dentro del continente americano. La combinación de las tradiciones indígenas con las de los españoles sirvieron para dar avance a la evangelización en el país a través de las posadas, los pesebres y las pastorelas.
Otro elemento fueron los villancicos, cantos que versan acerca del nacimiento de Jesús, que alaban a los santos o a la virgen y en los que también eran representados los pastores y creyentes. Estos fueron traídos desde Europa que en un inicio eran cantados a capela. Posteriormente se les acompañaría con música e instrumentos variados.

Tienen su origen en el siglo XIII y se popularizaron en España a partir del XIV y XV. Los villancicos, por ser de origen anterior al cristianismo, fueron objeto de censura por las autoridades eclesiásticas a pesar de que durante esos siglos también sirvieron para la conversión de moros y otras personas no creyentes.
Durante el periodo colonial los villancicos volvieron a servir al propósito evangelizador pero ajustados a las nuevas tierras para los nuevos servidores de la realeza. En América se compondrían letras de villancicos en náhuatl y con palabras típicas de otras castas.
Por ejemplo: “se tienen villancicos con letras portuguesas, tlaxcaltecas, en náhuatl y africanas, entre otras; son de tipo dramático y semidramático; en ellos se utilizan identidades no hispánicas y acentos característicos” como se menciona en el artículo Villancico de Negros, una ventana por donde se ve e integra al otro, lo cual tenía como propósito el integrarlos fácilmente a la religión traída del otro continente.
Los misioneros también abrían escuelas de música para los indígenas como hizo el mismo Pedro de Gante con lo que armaba coros para cantar frente a la Catedral y se les enseñaba villancicos y otros tipos de cantos.
Un ejemplo son los villancicos de la poeta Sor Juana Inés de la Cruz, quien impregnó en toda su obra literaria sus intereses, sentimientos y su particular sentido del humor. A través de metáforas y analogías, conjuntó elementos paganos y religiosos dentro de su lirica.
En el libro del periodista Fernando Benítez, Los Demonios en el Convento, una biografía de Sor Juana Inés de la Cruz en la que también habla de la vida en los conventos, describe el conocimiento, a pesar de su encierro, de las fiestas en las que participaban diferentes estratos sociales y secciones de los mismos villancicos que están en la lengua de los indígenas y mulatos de la época.
En estas composiciones se permitía rimas más libres y trasladaba las figuras sacras a personajes mundanos. Su conocimiento del latín, náhuatl y del portugués le permitía representar a los indígenas y esclavos negros traídos a la Nueva España, aunque generalmente se les representaba de forma burlona. Los villancicos sobreviven hasta nuestros días.
Más adelante con la influencia norteamericana ya entrado el siglo XX inició la discusión del papel de Santa Claus como un invasor dentro de las celebraciones mexicanas y alteración de los valores nacionales.
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