
Fernanda estaba asustada, molesta y confundida. Después de haber salido de trabajar de un lugar infantil en el Bosque de Chapultepec en la Ciudad de México, en donde los niños pasan horas riendo y jugando, irónicamente también menores de edad le apuntaron con armas de fuego, la amenzaron y quitaron sus pertenencias a ella y a sus colegas.
Todo sucedió el lunes 16 de diciembre. Ella y un grupo de amigas fueron convocadas para trabajar disfrazadas de duendes en el Museo Papalote del Niño. Llegaron al lugar a las 18:00 horas aproximadamente, y decidieron estacionarse en el aparcamiento frente a La Feria de Chapultepec, que es más económico que el que pertenece al recinto.
“Vimos el horario y cerraban a las nueve, entonces mi amiga le preguntó al vigilante si esa era la hora definitiva de cierre. ‘Sí, ¿por qué? ¿A qué hora van a salir?’ Nos pregunto, y le dijimos que nosotras salíamos de trabajar a las 11 ‘Ah, no se preocupen. Dejamos la reja abierta’, dijo. O sea, los vigilantes salían a qué hora salíamos", contó Fernanda a Infobae México, luego de haber denunciado los hechos en sus redes sociales.

La tarde transcurrió con normalidad. Estuvieron dentro aproximadamente cinco horas y cuando salieron decidieron ir en grupo al estacionamiento, pues la zona ya estaba oscura y sola. Cinco mujeres y un hombre, quien había interpretado a Santa Claus en el evento, se dirigieron al mismo sitio. Al llegar el grupo se paró frente a la máquina en donde se pagaba el estacionamiento, cuando de pronto su conversación fue interrumpida por voces agudas que no concordaban con los insultos que gritaban.
“Atrás de mí escuché ‘Ya los cargó la chingada’. No entendí qué pasaba. Volteo y los veo de frente: eran tres niños que me llegaban a la barbilla, con pistolas los tres”, dijo Fernanda. El grupo estaba consternado. No decidían si no creerles, porque por su físico y aparente edad podrían haber sido cualquiera de los menores que suelen divertirse en Chapultepec, o hacer caso a sus órdenes, tomando como prueba de la realidad del crimen las armas que portaban.
Fernanda decidió entregarle sus pertenencias. Por un momento, guiada por sus caras infantiles y su actitud torpe, intentó negociar con ellos y pedirles las llaves de su casa. Pero los menores, que parecían tener entre 13 y 15 años, no la escucharon y procedieron a quitarle las cosas a otras tres personas del grupo.

Con sus manos infantiles apretaron las cosas que robaron, por lo que la alarma de uno de sus coches sonó. Su ceño fruncido cambió a uno de miedo y los menores salieron huyendo del lugar. En su camino por escapar, uno de sus fusiles se disparó. La bala no hirió a nadie, pero le inyectó miedo al grupo de personas que acababan de ser asaltadas.
A los minutos, los vigilantes del estacionamiento llegaron a averiguar qué sucedía. Fernanda, enfurecida por la situación, les pidió que la ayudaran a recuperar sus cosas. “Intentamos llamar al 911 del celular de mis amigos que no les quitaron. Jamás entró la llamada, decía que el número estaba bloqueado. Los vigilantes de la moto encontraron una patrulla y la llevó al lugar”, pero contrario a lo que pensaba, la presencia de los agentes no arregló la situación, dijo la joven.
Ella se subió a la patrulla con ellos y tenían la idea de perseguir a los menores para detenerlos. Pero poco después se dio cuenta de que no lo conseguirían. El oficial que conducía no quiso encender las luces para buscar a los presuntos delincuentes. Iba despacio y sigiloso, con el pretexto de que no quería que los asaltantes lo vieran. Fernanda percibió que más bien su manera de actuar era por miedo. Ella le pidió regresar, y el policía le dijo que no sabía cómo hacerlo. No conocía la zona.

Con un mal sabor de boca, Fernanda decidió irse a su casa. Al llegar tuiteó lo ocurrido y etiquetó a las autoridades, quienes le contestaron que su caso lo habían canalizado a Unidad de Contacto de Seguridad Ciudadana del Gobierno de la Ciudad de México, pero nunca se pusieron en contacto con ella. La joven no ha denunciado y no está segura de hacerlo. Dijo que después de haber vivido un mal episodio con la policía, no tiene confianza en que su querella sirva de algo.
Cuenta que ahora tiene más miedo. Antes no había sido asaltada y aunque sabía que los robos en la capital del país son frecuentes (durante noviembre hubo 11.500 delitos contra el patrimonio, según la Procuraduría), nunca había sido víctima de ellos. Su recelo, además está mezclado con confusión y decepción, porque los crímenes ya son perpetrados hasta por niños que dejaron de jugar en el Bosque de Chapultepec para tomar fusiles y delinquir en él.
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