
Una investigación llevada a cabo por especialistas de la Universidad de Basilea y del Instituto Alfred-Wegener (AWI) ha dado datos sorprendentes sobre la cantidad de microplásticos en el mar de Weddell, en la Antártida, descubrieron que este remoto ecosistema está mucho más contaminado de lo que se creía anteriormente. La clave del estudio residía en el enfoque metodológico adoptado por el equipo investigador, que consistía en analizar partículas de plástico de entre 11 y 500 micrómetros, lo que les permitió detectar concentraciones significativamente mayores de microplásticos, particularmente aquellas menores a 300 micrómetros, las que habían pasado inadvertidas en análisis previos.
Clara Leistenschneider, candidata a doctorado en el Departamento de Ciencias Ambientales de la Universidad de Basilea, explicó la gravedad del hallazgo: “La contaminación en el Océano Antártico va mucho más allá de lo que se informó en estudios anteriores. La razón de esto es el tipo de muestreo que realizamos”. La metodología implementada involucró el bombeo de agua a tanques, su posterior filtración y el análisis mediante espectroscopia infrarroja, lo que reveló que el 98,3% de las partículas de plástico presentes en el agua tenían menos de 300 micrómetros y no habían sido detectadas en investigaciones anteriores.

La procedencia de estos microplásticos es todavía un tema de estudio para los investigadores. Las hipótesis apuntan tanto al derretimiento del hielo como a las corrientes oceánicas como posibles fuentes. Las muestras obtenidas en zonas más alejadas de la costa y cercanas al talud continental, así como en la corriente del talud antártico, mostraron las más altas concentraciones de estas partículas. Estos hallazgos generan interrogantes sobre el papel que el hielo marino y las corrientes oceánicas podrían estar jugando en la retención y liberación de microplásticos en el agua.
El estudio también plantea preocupaciones sobre el impacto de los microplásticos en los ecosistemas de la Antártida y en el calentamiento global. Los científicos temen que los microplásticos de color oscuro, al instalarse en los campos nevados y glaciares, puedan absorber mayor cantidad de luz solar, acelerando el proceso de calentamiento global. Este fenómeno podría tener “efectos desconocidos en los ecosistemas de la Antártida” y exacerbar los impactos del cambio climático.
Leistenschneider y su equipo planean profundizar en la investigación, centrándose en el análisis de muestras de sedimentos recogidos durante la misma expedición, con el objetivo de entender mejor cómo se acumulan los microplásticos en el fondo del mar, un hábitat de organismos únicos y sensibles como el draco antártico (Bovichtidae).

Los investigadores sugieren que las fuentes de estos microplásticos podrían ser variadas, incluyendo el tráfico de barcos de turismo, pesca, e investigación, así como estaciones de investigación terrestres en la región antártica. Además, no descartan la posibilidad de que los microplásticos puedan llegar a la Antártida desde otras regiones a través de corrientes oceánicas o transporte atmosférico. Sin embargo, la fuerte corriente circumpolar antártica podría estar limitando la salida de estos contaminantes fuera del océano Antártico.
El análisis reveló que un considerable 47% de estas partículas provienen de plásticos empleados como aglutinantes en pintura marina. Este hallazgo apunta al tráfico marítimo como un contribuyente clave en la dispersión de microplásticos en estas aguas.
“Pero también es importante saber qué plásticos aparecen, para identificar su posible origen y, en el mejor de los casos, reducir las emisiones de microplásticos de estas fuentes”, explicó Leistenschneider. La investigación identificó también otros tipos como el polietileno, el polipropileno y las poliamidas, comúnmente usados en materiales de embalaje y redes de pesca. Sin embargo, determinar la procedencia exacta de estos fragmentos sigue siendo un desafío.
El equipo de investigación, que viajaba a bordo del buque Polarstern, llevó a cabo métodos analíticos avanzados para estudiar las partículas de microplástico recogidas. Más de la mitad de las muestras analizadas presentaban características similares a la pintura del propio Polarstern. Utilizaron técnicas como la fluorescencia de rayos X (XRF) y se pudo determinar la composición exacta de los fragmentos, incluyeron los pigmentos y las cargas, elementos cruciales en la identificación de fuentes específicas de microplásticos. “Hay que utilizar varios métodos comparativos para determinar el origen de las partículas de pintura”, enfatizó Leistenschneider, resaltaron la importancia de diversificar las herramientas analíticas para obtener resultados precisos.

Ese enfoque multidisciplinario permitió a los investigadores confirmar que el 89% de las 101 partículas microplásticas estudiadas en detalle procedían del Polarstern, mientras que el 11% restante tenía otro origen. Estos resultados subrayan la necesidad de reconsiderar las prácticas actuales y buscar alternativas más sostenibles en la composición de la pintura marina para minimizar la liberación de microplásticos al ambiente marino.
El incremento reciente del tráfico marítimo en el Océano Antártico, impulsado por el crecimiento del turismo, la pesca y las expediciones de investigación, agrava la situación. Leistenschneider concluye que el desarrollo de una pintura marina alternativa, más duradera y respetuosa con el medio ambiente, podría ser una estrategia efectiva para reducir significativamente esta fuente de contaminación por microplásticos. La atención sobre el impacto ambiental del tráfico marítimo es crucial para proteger los ecosistemas marinos de la acumulación de sustancias nocivas que representan los microplásticos.
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