La histórica lucha de civiles contra invasores: los partisanos italianos, la resistencia francesa y la respuesta ucraniana

Durante la Segunda Guerra Mundial se crearon redes clandestinas de civiles que se organizaron para resistir al invasor. ¿Cómo conseguían sus armas? ¿Cómo se organizaban? Contra lo que se cree la participación de la ciudadanía fue muy escasa. La comparación con el caso ucraniano. Sus grandes diferencias

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Partisanos en Italia durante segunda Guerra Mundial
Partisanos en Italia durante segunda Guerra Mundial

En estos últimos días, las imágenes de hombres y mujeres ucranianos, con un brazalete amarillo sobre las mangas de sus abrigos cotidianos para no ser confundidos con los invasores, preparados para disparar por primera vez en sus vidas, con armas que el gobierno les hizo llegar. La mayoría recibió una instrucción fugaz, la que permiten las circunstancias extremas. Apenas cómo cargarla y cómo dispararla. No mucho más. No hay tiempo de más. Son muchos que hasta hace una semana ni siquiera habían considerado disparar contra alguien. Pero ahora hay algo más que su vida en juego. Defienden su dignidad y el futuro de sus hijos y hasta de sus nietos.

Esta resistencia civil no es la primera vez que se presenta en la historia. En la segunda Guerra Mundial hubo varios ejemplos. En otras geografías y otras culturas, Afganistán es un ejemplo en su lucha de décadas contra las dos potencias que se dividieron el mundo durante la Guerra Fría.

Algunos historiadores sostienen que en la Segunda Guerra Mundial las acciones en los territorios ocupados por fuerzas invasoras se pueden dividir en dos categorías. Por un lado, los movimientos bélicos, los enfrentamientos entre tropas de los Aliados y del Eje para retener o recuperar el terreno. Por el otro, la resistencia, las acciones permanentes de los pobladores de esos lugares contra las fuerzas de ocupación. En muchas ocasiones esas acciones cotidianas, permanentes, inesperadas y casi indefendibles erosionaban al enemigo de manera lenta pero decidida. Eran los habitantes de esas ciudades que resistían la ocupación.

Eran agrupaciones subterráneas, clandestinas, cuyos engranajes eran elusivos, permanecían en secreto para no poder ser desarticuladas. Estas fuerzas clandestinas son locales. Eso implica que conocen el terreno, saben dónde pueden conseguir lo que les falta y reciben con facilidad la ayuda y solidaridad de sus compatriotas. Los esconden, les proporcionan víveres, les consiguen médicos y les pasan información vital para cumplir con sus objetivos.

Los soldados rusos conducen a los prisioneros de guerra alemanes por las calles de Leningrado, una ciudad que los alemanes no lograron capturar a pesar de un largo asedio que duró desde 1941 hasta 1944
Los soldados rusos conducen a los prisioneros de guerra alemanes por las calles de Leningrado, una ciudad que los alemanes no lograron capturar a pesar de un largo asedio que duró desde 1941 hasta 1944

Las acciones eran variadas. El espionaje, los sabotajes, atentados, huelgas, acciones militares relámpagos, fugas masivas, robo de información confidencial, corte en eslabones claves de la cadena logística que permite mantener un ejército en tierra ajena. Los daños que producían en las fuerzas y las estructuras de los invasores eran materiales y también morales. La incertidumbre de no saber cuándo y de dónde podía provenir el siguiente ataque y quién podía propinarlo hacía mella en los ejércitos enemigos. Sentían que luchaban contra dos tipos de ejércitos diferentes y que uno de ellos era inhallable. Mientras viviera un partisano o alguien del Maquis seguía la existiendo la posibilidad de que renaciera la fuerza y que se sumaran miles más.

Por ejemplo, la resistencia italiana, los partisanos, involucró a más de 300.000 personas, en las que más del diez por ciento eran mujeres. La lucha inicial fue contra el fascismo y recrudeció a partir de la instalación de los nazis en 1943. La posición ideológica y la pertinencia partidaria de sus miembros era absolutamente heterogénea. El enemigo común logró que dejaran de lado las diferencias. Conformaron el Comité de Liberación Nacional, que luego de la caída de Mussolini y de la derrota nazi fueron los que encaminaron a Italia en la posguerra. Conformaron los primeros gobiernos, dejaron atrás la monarquía y dictaron la constitución de Italia.

Algunos cuentan dentro de la resistencia italiana, de los partisanos, el periodo de lucha contra el fascismo. Pero estrictamente se considera que los partisanos fueron los que se armaron y lucharon militarmente, en una guerra de guerrillas, contra los nazis. Se escondieron en los lugares montañosos del centro y del norte del país. Allí se agrupaban para lanzarse por sorpresa contra algunos objetivos determinados. Los ocupantes intentaban desarticularlos. La represión en las grandes ciudades era feroz. Y se emitían decretos prohibiendo movimientos nocturnos y en grupo, castigando con severidad a los desertores y obligando a alistarse. Los nazis instauraron la pena de muerte y era impartida con prodigalidad. Sin embargo, muchos jóvenes prefirieron pasar a la clandestinidad, unirse a los partisanos.

La resistencia italiana, los partisanos, involucró a más de 300.000 personas, en las que más del diez por ciento eran mujeres
La resistencia italiana, los partisanos, involucró a más de 300.000 personas, en las que más del diez por ciento eran mujeres

Pasar a la resistencia era una decisión difícil de tomar. Implicaba un cambio radical de vida. Era entrar en la clandestinidad y abandonar la vida previa. Se debía dejar a la familia, el trabajo, el hogar. Si quienes primero integraron sus filas fueron campesinos, obreros y soldados y oficiales del desarticulado ejército italiano, muy pronto se fueron sumando jóvenes de todas las extracciones, entre ellos muchos estudiantes. No se preguntaba por los antecedentes ni por la religión ni por aficiones políticas. Nadie usaba su nombre. A partir del momento en que se convertían en partisanos pasaban a utilizar un sobrenombre, un nombre de guerra. El armamento era precario, lo que consiguieran. Rezagos del ejército, lo que se podía recuperar del enemigo en acciones y bombas de fabricación casera. Hay que tener en cuenta que los estados que los podían ayudar estaban también en guerra pertrechando a sus tropas.

Otra oposición civil que generó historias legendarias (algunas alejadas de la realidad) fue la Resistencia Francesa. Tuvo dos vertientes iniciales. Aquellos que se agruparon alrededor de De Gaulle y los que provenían del partido comunista, aunque luego se fusionaron. La resistencia además de formar su ejército con sede en Argel que en los últimos años de la Guerra combatió junto a los Aliados para la reconquista, tenía sus fuerzas urbanas que atacaban a funcionarios nazis y también a dirigentes del gobierno de Vichy, a los colaboracionistas.

Esa resistencia no siempre era de acción directa o violenta. Eran muy importantes los folletos, las interferencias radiales, la prensa clandestina: la comunicación para mantener informada a la gente y para tener la moral elevada. También las diferentes complicidades y pequeñas ayudas que se brindaban a los más activos. Porque si bien se habló mucho del papel de la resistencia francesa se debe tener en cuenta que no la integró más del 2 o 3 % de la población. Del resto de sus compatriotas recibían ayudas como proporcionarles alimentos, vestimenta o esconderlos en sus casas un tiempo.

El Maquis lo integraban los resistentes que se agrupaban en las zonas más montañosas de Bretaña y del sur país; desde allí hacían incursiones de guerra de guerrillas hostigando al enemigo o destruyendo algunos objetivos militares.

Los alemanes tomaban represalias contra la sociedad civil de las ciudades en las que se producían los atentados o las acciones de la resistencia. Trataban de herir esa cadena de complicidades y de ayudas, de atemorizar a la gente para que no les diera cobijo a los resistentes.

Durante el desembarco de Normadía, la resistencia francesa jugó un papel importante al retrasar la respuesta alemana. Atacó las caravanas nazis que acudían a enfrentarse con los Aliados. Volaron camiones e hicieron descarrilar trenes.

El cineasta Francois Truffaut sostuvo que “la mayoría de los franceses no estuvieron envueltos ni en la colaboración, ni en la Resistencia, no hicieron nada, ni bueno ni malo, sobrevivieron como los personajes de una obra de teatro de Beckett”. Robert Gildea fundamenta esta afirmación en su libro Combatientes en las Sombras, en el que estudia la resistencia y la desmitifica. Esa idea choca con la que se preocupó De Gaulle en instalar tras la Segunda Guerra de que la resistencia se había tratado de un fenómeno masivo, casi unánime. En los últimos años los historiadores han morigerado estas afirmaciones.

Un personaje clave de la resistencia francesa fue Jean Moulin
Un personaje clave de la resistencia francesa fue Jean Moulin

Un personaje clave de la resistencia francesa fue Jean Moulin. Abogado y prefecto de una zona del país quiso alistarse apenas comenzó la guerra pero las autoridades se lo impidieron: le solicitaron que quedara al frente de sus ciudades. Pero tras la ocupación nazi fue despedido. Allí entró en contacto con la resistencia hasta que de Gaulle lo mandó a llamar a Londres. El viaje fue intrincado con muchas escalas para no ser descubierto. En Inglaterra recibió instrucciones de unificar el movimiento resistente. Los intentos por no dejarse someter a los nazis estaban fragmentados por todo el país. Los encabezaban aquellos que tenían más personalidad, coraje o ambición. Y las acciones no estaban coordinadas. Era muy complicado de hacer por la escasez de recursos y por el control alemán sobre el territorio. Moulin también consiguió que los ingleses proporcionaran armamento. Esta organización de ese movimiento subterráneo creó un ejército en las sombras. Era imprescindible una dirección unificada para que las actividades, ataques y defensas fueran más efectivas y para que no se desperdiciaran las escasas voluntades con las que contaban.

Jean Moulin se puso al frente de esas fuerzas que aguantaban, que atacaban y se escondían, casi fantasmales que trataban de voltear o el menos debilitar a un gigante. En 1943, fue encontrado y apresado por la Gestapo tras una delación. Fue llevado de inmediato frente a Klaus Barbie, el Carnicero de Lyon. El interrogatorio no fue fructífero. Moulin no abrió la boca. Barbie exigió a sus hombres que lo torturaran hasta que hablara. Moulin fue sometido a los peores tormentos. Le arrancaron las uñas, le quebraron las muñecas y los huesos de la mano, quemaron sus genitales, lo desfiguraron a golpes. Su cuerpo sangraba internamente, los rasgos faciales se habían deformado, casi no le quedaban dientes y tenía decenas de hueso rotos. Entró en coma. Pero los nazis, en lugar de brindarle atención médica, dejaron el cuerpo agonizante en la sala de torturas para que los prisioneros que ingresaran vieran lo que le podía suceder a ellos. A los pocos días, Jean Moulin murió a raíz de las torturas. Él no delató a ningún compañero. Veinte años después fue enterrado en el Panteón nacional con un emotivo discurso de recepción a cargo de Andre Malraux.

Existe, por el momento, una clara diferencia con el presente conflicto en Ucrania. La invasión rusa está siendo resistida con decisión y heroísmo en una desigualdad de fuerzas. El pueblo se armó y se dispuso a defender sus casas, sus calles, sus familias. Hay miedo, por supuesto. Pero, lo dominan. Y hacen lo que, tal vez, nunca imaginaron pero están impulsados por la convicción y la desesperación.

La diferencia con los movimientos de resistencia es que los ucranianos están luchando para evitar la ocupación. El resultado es incierto, las probabilidades por la enorme diferencia de armamento y de preparación profesional están en su contra. Pero cualquiera sea el resultado los encontrará luchando. En caso de que Kiev o que las demás principales ciudades ucranianas caigan, el panorama que enfrentan los rusos es muy complicado. El pueblo ucraniano está dispuesto a seguir peleando por lo arbitrario de la situación actual y por las diferencias históricas. La resistencia, en esa situación, puede convertirse en un infierno para los ocupantes rusos. Nada indica que si las defensas son vencidas, los ucranianos acepten con resignación su destino. Además, se descarta que recibirán ayuda del extranjero, en una época en que es mucho más sencillo conseguirlo. Más allá de la importancia geopolítica del conflicto y de la indignación que provoca la agresión a cargo de Putin. La sociedad ucraniana no se muestra indiferente ni resignada. Tampoco, como en otros conflictos, son un escaso porcentaje los decididos a aportar sus esfuerzos.

El pueblo ucraniano está dispuesto a seguir peleando por lo arbitrario de la situación actual y por las diferencias históricas.
El pueblo ucraniano está dispuesto a seguir peleando por lo arbitrario de la situación actual y por las diferencias históricas.

La contracara de la resistencia es el colaboracionismo. Y los ucranianos, armados en las calles, con sus brazaletes amarillos, apostados en ventanas, en esquinas, hombres de sesenta años, mujeres de cuarenta, obreros, universitarios, futbolistas, peluqueras están dispuestos a morir para defender su tierra.

Esta resistencia ucraniana tiene otra diferencia con las de la Segunda Guerra Mundial. Estas atacaban por la espalda o por el flanco, aseguraban el escape y no aceptaban nunca el combate. Los ucranianos deben repeler la agresión y enfrentarse al enemigo aún desde su debilidad.

En Ucrania debido al cariz de la agresión y de la disparidad de fuerzas la guerra es total. Ya no se enfrentan dos ejércitos por una posición. Es un ejército invasor que intenta ser repelido por la totalidad de una población, sus militares y también los civiles.

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