La vergonzosa y olvidada matanza de 303 chinos en una ciudad del norte de México

Ocurrió durante la Revolución mexicana y en ella tomaron parte ejércitos de Madero y los mismos habitantes de Torreón, en Coahuila

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Carretas repletas de cuerpos de chinos trasladados a las afueras de Torreón.
Carretas repletas de cuerpos de chinos trasladados a las afueras de Torreón.

"¡Viva Madero y mueran los chinos!". Este fue el grito de armas que estalló en una plaza pública del norte de México durante la Revolución.

Llamaba a la población a combatir al ejército federal del entonces presidente dictador Porfirio Díaz y apoyar la sublevación armada de Francisco I. Madero en contra del fraude electoral de 1910 que le arrebató la Presidencia.

De paso abrió la puerta a la peor masacre en contra de una población extranjera en México, que le costó la vida a 303 chinos asesinados por rebeldes y pobladores en la ciudad de Torreón, en Coahuila.

La memoria mexicana ha traspapelado este episodio que el historiador Carlos Castañón etiqueta como una especie de "pogrom mexicano". Sólo que la víctimas en este caso fueron chinos y no judíos.

"Es una mancha negra de la Revolución, de la historia mexicana y un agravio que quedó impune porque nunca hubo justicia para las víctimas ni resarcimiento del daño", afirma Castañón, investigador del Ins­tituto Municipal de Docu­men­ta­ción y Archivo His­tó­ri­co "Eduardo Guerra".

Hasta 2005, casi un siglo después, hubo "una modesta y simbólica ceremonia" de desagravio que encabezaron el embajador de México en China, el gobierno local de Torreón y un grupo de ciudadanos, entre ellos, el propio Castañón como historiador.

El monumento de desagravio inaugurado en 2015 en la ciudad de Torreón, Coahuila.
El monumento de desagravio inaugurado en 2015 en la ciudad de Torreón, Coahuila.

¿Y cómo llegaron los chinos a México?

A la ciudad de Torreón, ubicada en una zona conocida hasta hoy como la Comarca Lagunera que comparten los estados de Coahuila y Durango, los chinos comenzaron a llegar hacia finales del siglo XIX, atraídos por la prosperidad de una joven ciudad algodonera y bien comunicada por el ferrocarril.

Fundada en 1848, la ciudad tuvo su primera estación de tres en 1883 y para 1910 Torreón ya era una ciudad con 12 fábricas: de jabón, hilados y tejidos, cervecería, ladrillera, muebles, refrescos, dulces, una fundidora y la guayulera (productora de hule a partir de una planta conocida como guayul) Continental Rubber & Co.

La Comarca Lagunera además producía 70% del algodón del país y "así como en California hubo una fiebre del oro, así Torreón tuvo la fiebre del algodón", explica Castañón.

Con esta intensa actividad económica, Torreón se convirtió en una de las cinco ciudades más importantes del país, que atrajo población migrante, dice el historiador. "Vinieron estadunidenses, franceses, españoles, árabes y chinos".

La próspera colonia

Los chinos voltearon hacia Torreón atraídos por las oportunidades económicas. Uno de los más prósperos era un comerciante cantonés llamado Foon Chuck, quien adquirió una gran huerta en donde ofrecía trabajo exclusivamente a sus paisanos.

Más tarde también fundó un banco y una compañía de tranvías que llevaban por nombre Wah Yick.

Para 1901 la prosperidad de la colonia china, conformada entonces por 600 personas, estaba a la vista de los habitantes de Torreón, que se topaban con negocios de su propiedad por toda la ciudad.

Había tiendas de abarrotes y ropa, restaurantes, hortalizas y, sobre todo, lavanderías. "Prácticamente todas las que había en la ciudad eran suyas", dice Castañón.

Pero proporcional a la prosperidad china creció entre los "laguneros" –como les gusta identificarse a los habitantes de Torreón– el resentimiento y el recelo hacia los migrantes.

"Los acusaron de robar el trabajo a los mexicanos y cobrar menos dinero", dice el historiador.

El recelo además engendró rumores y en Torreón la gente comenzó a decir que los chinos envenenaban la comida y la bebida, anota el investigador Marco Antonio Pérez en su artículo "El relato de la matanza de chinos en Torreón, Coahuila".

Aunque en la ciudad había otros extranjeros, los chinos eran "los otros más otros", dice Castañón. "En nada se parecían a nosotros y eso acentuaba el rechazo", atizado por campañas antichinas que habían nacido en California a finales del siglo XIX y se habían propagado en México considerándolos "una raza inferior".

Y así llegamos a esta "Noche de los Cristales Rotos" a la mexicana, que estalló el 13 de mayo de 1911, cuando en la Plaza 2 de Abril –hoy Plaza de Armas– de Torreón se escuchó aquel grito de: ¡Viva Madero… y mueran los chinos!

No era la primera vez que en la muchedumbre vociferaba en contra de la comunidad china, afirma Castañón. Un año antes, en las fiestas del centenario de la Independencia de septiembre de 1910, en Torreón la arenga patria se convirtió en un grito de odio: "¡Viva México, muera Porfirio Díaz!" "¡Viva Madero, mueran los chinos!"

Y llegó la muerte a caballo…

A principios de mayo de 1911 los ejércitos revolucionarios ya avanzaban sobre las ciudades de Coahuila. Habían tomado a Lerdo y Gómez Palacio y se dirigían a Torreón, donde había 700 soldados para defenderla bajo las órdenes del coronel Benjamín Agumedo.

Uno de los más cruentos ataques ocurrió en un banco propiedad de la comunidad china.
Uno de los más cruentos ataques ocurrió en un banco propiedad de la comunidad china.

Los mandos militares colocaron a sus hombres en puntos estratégicos, como los techos de los comercios y las huertas de los chinos, que para entonces ya advertían la amenaza.

Foon Chuck, el dueño de la Compañía Bancaria y de Tranvías Wah Yick, hizo circular una proclama "en chino" en la que prevenía a su comunidad del peligro, pidiéndoles que se encerraran en sus casas y no opusieran resistencia al eventual saqueo de sus propiedades.

Hacia las diez de la mañana del sábado 13 de mayo, los maderistas iniciaron el ataque a la ciudad y los federales respondieron el fuego desde las azoteas de los edificios, la mayoría de ellos, por supuesto, propiedad de los chinos.

Al paso de las horas, los más de 2.000 revolucionarios habían replegado a los 700 federales, que progresivamente abandonaron la plaza y a la población.

Los rebeldes maderistas entonces irrumpieron en las huertas chinas y forzaron a las familias a darles alimentos y agua para después sacarlos de sus casas, matarlos a tiros y mutilarlos si acaso quedaban vivos. A los que huyeron los acribillaron entre los maizales.

Sólo ese día 13 fueron asesinados 84 chinos. Pero la matanza siguió en los días posteriores.

Para la madrugada del lunes 15 de mayo, todos los federales habían abandonado Torreón. Los rebeldes completaron su entrada "prácticamente si un solo tiro", dice Castañón.

Sin justificación de violencia, siguieron la matanza y saqueo de propiedades de la comunidad china, apoyados por la misma gente de la ciudad. Los acusaban de haber apoyado a las fuerzas federales y facilitado sus inmuebles para atacar a los revolucionarios maderista.

La orden fue "maten a todos los chinos". Uno por uno los acribillaron y sus cadáveres fueron tirados en la calle para que la gente los descalzara y buscara dinero, porque habían descubierto que llevaban sus ahorros escondido en sus zapatos.

El coronel maderista al frente de esta masacre, Benjamín Argumedo, un mes después reconoció públicamente ante un juez militar que él mismo había dado la orden de la matanza y en su defensa alegó que lo hizo porque los chinos lo habían recibido a tiros. Pero las investigaciones posteriores demostraron que los chinos "estaban desarmados", afirma Castañón.

El periodista Delfino Ríos, testigo de la matanza, escribió: "Las calles de Torreón a las tres de la tarde estaban cubiertas de cadáveres… La consternación en que quedó la ciudad es indescriptible, no hay palabras con que expresarla".

Para las diez de la mañana del 15 de mayo ya había muerto la mayor parte de los chinos asesinados ese día, que sumaron en total 303. Pudieron ser más si no hubieran llegado altos mandos mederistas que ordenaron impedir el asesinato de más chinos.

Los cuerpos de las víctimas terminaron en un socavón a las afueras del panteón, porque las autoridades no permitieron que los chinos fueran enterrados "dentro del camposanto".

La gente, alentada por los revolucionarios maderistas, saquearon comercios y casas de los chinos.
La gente, alentada por los revolucionarios maderistas, saquearon comercios y casas de los chinos.

Después, el olvido

A los pocos días el gobierno chino conoció la noticia de la masacre. La respuesta fue la publicación en el Pekín Daily News –y en muchos otros internacionales, según las pocas investigaciones al respecto– de un texto que decía: "En la Revolución mexicana se mata y pilla de la manera más arbitraria. Ayer en T'saiyüan (Torreón) fueron asesinados más de 300 ciudadanos chinos en circunstancias muy deplorables".

El gobierno chino además mandó a la Legación de México en ese país una lista de exigencias, entre las cuales pedía que el gobierno mexicano expresara sus condolencias por el hecho, que se desagraviara a la bandera china y  se indemnizara a los deudos de los muertos.

Días después de la masacre arribó al puerto de Veracruz el más moderno barco de guerra de la Armada Imperial China, armado con cañones de largo alcance y con cinco lanza torpedos. Según declaraciones, el barco sólo iba "de paso".

Castañón está seguro que el episodio pudo terminar en un conflicto armado entre México y China si no fuera porque aquel país tenía ya sus propios problemas internos, con su propia revolución de 1911.

Al cabo de un año apenas quedaban en Torreón unos cuantos chinos. La mayoría de quienes habían salvado la vida huyeron de la ciudad y este "vergonzoso episodio" se enterró con el silencio cómplice de toda una ciudad, dice Castañón.

"Decidieron no hablar del tema y delegarlo a las letras minúsculas de la historia", dice.

Pero desde hace unos años investigadores y escritores han comenzado a desenterrar esta historia, que todavía espera un acto justo de desagravio.

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